Aquel invierno no fue el más duro, ni siquiera el más frío ni el más inclemente, pero definitivamente iba a ser el último que Antonio y Rosita pasarían en Moliniás. En los tres asentamientos habitados originales -Mariñosa, Moliniás y El Mediano- sólo quedaban ellos dos como únicos residentes en las 210 hectáreas de finca situada a los mismos pies de la Peña Montañesa, la sierra con forma de mujer dormida que protegía y protege ese rincón del Sobrarbe de los vientos y los temporales del norte.
Durante mucho tiempo las familias que vivían en aquellos terrenos situados a casi 900 metros de altitud -en realidad un gran coluvión formado por los derrumbes rocosos de la Sierra Ferrera- se ganaron la vida no sin esfuerzo, con sus ganados y sus cultivos, actividades tan exigentes como poco rentables, máximo exponente de una economía autárquica y de subsistencia. Fue a principios de los años sesenta cuando comenzó la despoblación de una manera inexorable, no sólo de Moliniás sino de toda la comarca, con la emigración de sus moradores a las ciudades, dada la dificultad para ganarse el sustento en una zona tremendamente difícil para la agricultura. Se estima que en unas pocas décadas la comarca del Sobrarbe pasó de contar con 26000 habitantes a tan sólo 4000. Al final en Moliniás sólo quedaron Antonio y Rosita, hasta que no pudieron aguantar más. El viernes 15 de Mayo de 1964 metieron sus escasas pertenencias en una maleta, cerraron definitivamente la puerta de su casa y pusieron rumbo primero a Monzón y más adelante a Barcelona, con el anhelo de un futuro más prometedor y menos exigente.
Durante años la finca permaneció deshabitada y desatendida. Las zonas de cultivo fueron invadidas por la maleza, las tormentas y las escorrentías destruyeron numerosos muros y los tejados de las bordas comenzaron a deteriorarse hasta provocar algunos derrumbes. Sin embargo, la adquisición de la finca por parte de un acaudalado doctor barcelonés, supuso un hilo de esperanza para el resurgir de Moliniás. Contrató a un matrimonio de la zona -Manuel y Olvido- a quienes concedió derecho de residencia en una de las casas, para que realizaran labores de guarda y mantenimiento. Lamentablemente la salud no acompañó al doctor y tras su fallecimiento, la propiedad quedó como un apunte contable más en su testamento, fue adquirida por un grupo inmobiliario sin interés alguno en reflotarla, y así durmió durante décadas en los libros de registro. Mientras tanto, el tiempo seguía transcurriendo lentamente, sin que nada sucediera. Manuel y Olvido, continuaron viviendo en la misma casa de siempre sin rendir cuentas a nadie, cuidando de su huerto y de sus animales, realizando pequeñas reparaciones y convirtiéndose en algo así como unos okupas involuntarios. Años más tarde falleció Manuel y Olvido se trasladó a la cercana localidad de La Mula desde la que en los días despejados aún puede divisar las casas de Moliniás donde tantos recuerdos se le quedaron.
El cambio de siglo fue para Moliniás como un soplo de aire fresco. Por pura casualidad, en el año 2001 surgió la oportunidad de que la finca fuera adquirida por seis familias residentes en la zona de Aínsa y otras poblaciones cercanas, de manera que tras varias décadas, la propiedad regresó a manos sobrarbenses. Nicolás -enólogo de profesión e hijo de una de las familias- y Rebeca -su media naranja- finalmente arrendaron la propiedad en 2019 con la idea de iniciar un proyecto a mitad de camino entre la agricultura y el turismo rural. Se plantaron varios campos de frutales, truferas y viñedo, con la idea de construir una bodega -Casa Vinícola Moliniás- aprovechando las antiguas naves agrícolas y el plegamiento natural del terreno o tal vez en una de las bordas de mayor tamaño, curiosamente en el mismo lugar donde años atrás hubo lagares, toneles y prensas.
Repartidas en las dos primeras bordas rehabilitadas -El Pajar y El Tozal- se construyeron seis casas rurales con todas las comodidades y capacidad máxima para 28 personas. Cuentan incluso con una coqueta y pequeña ermita. Al frente de la gestión de los alojamientos se puso Rebeca, especialista en marketing y comunicación, responsable a su vez de una honda labor de investigación, ampliamente documentada, a través de la cual ha demostrado que en el pasado hubo hasta 4 hectáreas de viñedo en la finca de las que se obtenían una media de 11000 litros de vino cada año, cifra muy próxima a las estimaciones productivas calculadas por Rebeca y Nicolás.
Así que de repente y sin haberlo buscado, todo cobró sentido. Donde antes hubo vida, volvería a haberla. Donde antes hubo viñas que se olvidaron, volvería a haber viñas con las que elaborar vinos para recordar. No parece casualidad que en el cercano Monasterio de San Victorián -Beturián en aragonés, fundado en época visigoda en el siglo VI, probablemente el monasterio románico más antiguo de España- exista un registro documental de transmisiones patrimoniales de viñas en la comarca del Sobrarbe nada menos que desde el siglo X. Siempre hubo viñas en esas tierras orientadas al sur, protegidas por las sierras de los temporales de nieve y con más horas de sol que favorecían la maduración. Existen numerosos documentos que lo confirman, detallando viñas en localidades meridionales del Sobrarbe como Arcusa o Santa María de Buil, también en Sarvisé, Oto o Broto -poblaciones mucho más al norte- pero todas ellas con la característica común de su orientación hacia el suroeste. La vid formaba parte de los cultivos para la subsistencia de sus habitantes y en muchas ocasiones las viñas se vinculaban -mediante donaciones y herencias- a órdenes religiosas para las cuales disponer de vino siempre fue imprescindible para la celebración del culto.
Como en cualquier comienzo, los trabajos iniciales fueron arduos y costosos. Se reconstruyeron numerosos muros de piedra seca, arrasados por el paso del tiempo y las lluvias, se limpiaron y nivelaron antiguas fajas, adaptándolas para la plantación de viña y se recuperaron varios senderos ancestrales. El suelo pedregoso y desigual, con guijarros y grandes rocas, procedentes de los derrumbes de la Sierra Ferrera se convirtió en la gran preocupación para Nicolás y Rebeca. Ante la imposibilidad de excavar las zanjas de plantación se optó por la realización de pozos individuales para cada cepa y se diseñó una conducción en eje vertical, colocando postes de castaño impregnados con brea para evitar putrefacciones, a medio camino entre una espaldera y un cultivo en vaso. Después de intentar sin éxito labrar ese suelo pedregoso tan complicado, recientemente se ha cambiado la forma de laboreo, sustituyendo el labrado superficial por un regreso al pasado, asumiendo los principios de la denominada "agricultura regenerativa", consistente en preservar la cubierta vegetal a la que se añade un aporte de materia orgánica procedente del pastoreo, con la inestimable colaboración de un rebaño de ovejas en acogida. De ese modo se intenta preservar la microbiología del suelo y llegar a entenderlo como un ecosistema en sí mismo. El recubrimiento o "mulching" persigue proteger las cepas de las heladas, aumentar su disponibilidad hídrica y a la vez contribuir a acoger microorganismos e insectos. El material utilizado es paja, después del intento de emplear restos de serrería donde proliferaban unos nematodos de sabor absolutamente irresistible para los jabalíes, con el nefasto resultado que fácilmente se puede deducir.
Las variedades plantadas en la actualidad son Macabeo, Garnacha Blanca, Garnacha Tinta, Cariñena, Moristel y Parraleta, así como un pequeño número de cepas de Tempranillo y Mencía, estas dos últimas con la finalidad de ver su comportamiento en estos suelos y a esta altitud. Por otro lado, dentro del proyecto del Gobierno de Aragón de recuperación de variedades experimentales, dos de ellas fueron seleccionadas por Nicolás para su plantación en Moliniás. Cepas de Greta y Beturiana fueron plantadas en 2020, aunque casi la mitad de ellas murieron por falta de adaptación, obligando a una nueva plantación en 2022 cambiando el tipo de portainjertos. Tampoco la gran presión cinegética de la zona -jabalíes, corzos y numeroso pájaros- ha puesto las cosas fáciles, aunque al igual que con las piedras y en palabras de Nicolás, se debe "aprender a convivir con ellos".
Sin embargo, a diferencia de otras zonas, el objetivo de Casa Vinícola Moliniás no es buscar la identidad de cada variedad de uva. En realidad se trata más bien de todo lo contrario. Su obsesión es llegar a embotellar el paisaje, porque consideran que el entorno, el suelo, el clima, incluso los jabalíes son tan importantes como las propias uvas. Tienen bien claro que cada añada será diferente y abogan por elaborar vinos sinceros, sin maquillaje, capaces de transmitir sensaciones e incluso recuerdos. Las décadas de historia que tiene Moliniás son de una potencia descomunal y a poco que se araña la superficie, afloran experiencias vitales en cada rendija. Muros datados en el año 1500, inscripciones en puertas y ventanas, paredes con aspilleras o saeteras, todo ello invita a pensar que en algún momento esas construcciones tuvieron una finalidad defensiva. Con total seguridad quedan muchos secretos por descubrir.
Desde el punto de vista geológico, el lugar es de una belleza inusual y tiene una energía telúrica que invita al visitante a conectar con el entorno. Tan atractivo es un brumoso amanecer en invierno -con las nubes bajas enroscadas entre los árboles y la ermita- como un resplandeciente atardecer en verano, cuando el sol incendia las laderas de la Peña Montañesa. Y por supuesto, pocas experiencias puede haber comparables a disfrutar del cielo nocturno de Moliniás. En ese sentido, aprovechando dos gigantescas rocas extraídas del suelo, se decidió construir una plataforma de observación astronómica -conocida como El Catacielos- certificada por la Fundación Starlight y que se ha convertido en la imagen icónica de Moliniás, un excepcional punto de visualización de estrellas gracias a la limpieza de la atmósfera y a la nula contaminación lumínica. Astroturismo y enoturismo -todo en uno- con la realización de catas de vino en los atardeceres durante los meses de verano, mientras se observa la cúpula terrestre. Sencillamente delicioso.
Hasta el momento en que las viñas plantadas en Moliniás comiencen a ser productivas, Rebeca y Nicolás han explorado el territorio persiguiendo viñedos olvidados. Así contactaron con los hermanos Aniés -Ramón y Andrés- propietarios de unas viñas en la cercana localidad de Abizanda, situada aguas abajo del río Cinca. La avanzada edad de los Aniés y la falta de descendientes que se hicieran cargo de sus tierras, les habían abocado prácticamente al abandono de sus dos viñedos mestizos, con variedades de uva entremezcladas, algunas conocidas, otras no tanto. Una de las viñas se plantó en 1920, la otra en torno a 1950. Con aquellas uvas adquiridas a los hermanos Aniés, se elaboraron Diaples Blanco 2022 -Macabeo, Alcañón, Garnacha Blanca- y Diaples Tinto 2022 -Garnacha, Moristel, Parraleta, Parrel y quién sabe qué más. En la actualidad las viñas de los hermanos Aniés han sido arrendadas por Moliniás y ya está en marcha la añada 2023 de ambos vinos, con algunas diferencias en relación a sus antecesores, no sólo en viticultura sino también en vinificación y crianza. El nombre de los vinos no deja de ser peculiar, pero también tiene su razón de ser. Según la tradición altoaragonesa, los diaples son pequeños duendes burlones, diablillos traviesos que acostumbran a gastar bromas, como cambiar las cosas de sitio o provocar pequeños accidentes. En recuerdo a ellos y tal vez con la intención de tenerlos contentos, se ha bautizado con su nombre a las primeras botellas comercializadas por Casa Vinícola Moliniás. Sin embargo hay otro guiño al pasado en las etiquetas: la imagen impresa es la de un portainjertos de vid americana -gracias a la cual la viticultura en Europa fue capaz de superar la plaga de filoxera de finales del siglo XIX- aunque hay quien observa en dicho grabado una cara de macho cabrío, representación tradicional del diablo o diaple en aragonés. Cada botella de Diaples se entrega con una tarjeta que reproduce por un lado una publicación del año 1900 en el Diario de Huesca relativa a la plaga de filoxera y por el otro las firmas de los hermanos Aniés. Un bonito detalle.
El primer vino elaborado íntegramente con uva procedentes de Moliniás llevará por nombre El Huerto del Olvido, en memoria de la última mujer que habitó la finca. Garnacha, Cariñena, Syrah y Beturiana en porcentajes sin precisar, con crianza en barrica y huevo de hormigón. Vino de parcela muy prometedor, que todavía tardará unos cuantos meses en estar disponible, ya que la bodega apuesta por largos periodos de crianza aunque estrictamente en materiales respetuosos con la fruta. Un curioso capricho del destino ha querido que esa parcela de viña ocupe la misma ubicación donde Olvido cultivaba sus hortalizas, convirtiendo el pasado y el presente en un bucle espacio-temporal de un precioso paralelismo.
Acaba de ver la luz y ya se ha hablado largo y tendido del logo de Casa Vinícola Moliniás. Llama la atención que con la belleza paisajística que tiene el lugar, se haya elegido una imagen aparentemente triste y tétrica como es una cruz caída. Sin embargo, todo en Moliniás tiene su razón de ser y hunde sus raíces en el pasado. Además de viviendas y ermita, Moliniás tuvo su cementerio y allí todavía reposan los restos de algunos de sus habitantes, gentes que entregaron los últimos años de su vida en una lucha desigual contra un medio hostil y desfavorable. Hemos sido testigos de situaciones similares en Jánovas y en San Martín de la Solana, cementerios discretos y escondidos que albergan el recuerdo de algunos de sus vecinos que sus descendientes no pudieron -o no desearon- recuperar y decidieron olvidar para siempre. Moliniás no fue una excepción y en su cementerio se localizó una cruz de piedra desprendida de una lápida fechada en el año 1953. Con todo el cariño y el máximo respeto se adoptó como logo de la bodega, en un claro gesto de recuerdo y admiración hacia todas aquellas personas que décadas atrás trabajaron esas mismas tierras.
Hace unas semanas, a modo de presentación en sociedad, Moliniás acogió el panel anual de cata de Vignerons de Huesca, tres exigentes jornadas a lo largo de las cuales se evaluaron los vinos presentados por las bodegas pertenecientes a esta exitosa iniciativa que llega este año a su séptima edición. En la última de las catas, fueron analizados los vinos de Casa Vinícola Moliniás, tanto la añada disponible 2022 como la siguiente 2023 de Diaples Blanco y Diaples Tinto, así como el tinto El Huerto del Olvido que saldrá dentro de un tiempo y que promete convertirse en el vino emblemático de Moliniás. Las atenciones que nos dispensaron durante aquellos tres días no pudieron ser mejores, de modo que queremos dejar constancia de nuestro más sincero agradecimiento.
Concluimos aquí nuestra crónica acerca de este interesante proyecto enológico y de vida en este rincón del Sobrarbe hasta hace poco absolutamente desconocido para nosotros. Estos lugares con tan elevada carga histórica y emocional, sin olvidar la belleza paisajística del entorno y la segura proyección futura de sus vinos, son los que dan todo el sentido a la necesidad de escribir sobre ello.
Nicolás y Rebeca, gracias por permitirnos formar parte de un capítulo de vuestra historia.
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