sábado, 29 de agosto de 2020

> ¡Viajeros al tren!




A mediados del siglo XIX comenzó a fraguarse la idea de establecer una conexión ferroviaria entre Francia y España atravesando los Pirineos por su parte central. El lugar elegido fue la cabecera del río Aragón y para ello se emprendió la colosal labor de perforar la roca bajo las montañas hasta conseguir finalizar la construcción del túnel de Somport. Se planeó asimismo levantar una preciosa estación de estilo modernista en el valle de Arañones -endrinas, en aragonés- que serviría de lugar de intercambio de mercancías, correo y pasajeros. Las obras de la Estación Internacional de Canfranc se prolongaron durante una década -desde 1915 hasta 1925- periodo de tiempo sorprendentemente corto, teniendo en cuenta las técnicas constructivas de la época, los rigores climatológicos y las dificultades orográficas del terreno. La solemne inauguración del complejo ferroviario tuvo lugar el 18 de Julio de 1928 y contó con la presencia del rey de España D. Alfonso XIII y del presidente de la República Francesa M. Gaston Doumerge. El edificio de la estación funcionaba como una ciudad fronteriza y contaba con todos los servicios necesarios: un hotel, un pequeño hospital, cafés, tiendas, salones de belleza, oficina de correos, despachos, almacenes y dependencias del personal de las compañías ferroviarias francesa y española que convivían en la estación. El lujoso vestíbulo y los andenes eran un continuo trasiego de pasajeros y maletas, dado que los diferentes anchos de vía de cada país obligaban a realizar trasbordo en Canfranc. Y si se daba el caso de tener que esperar mucho tiempo, no era infrecuente que los viajeros decidieran pasarlo en algunos de los numerosos negocios y comercios que proliferaron en torno a la estación.  En tan solo unas décadas, donde antes pastaba el ganado, había surgido una nueva y próspera población al calor del desarrollo económico de la línea ferroviaria.


Algunos vagones históricos descansan todavía en sus vías

En una primera etapa la estación prestó servicio al transporte de pasajeros y mercancías durante algo menos de dos décadas, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y en cuyo contexto tuvo un inesperado protagonismo al convertirse en la puerta trasera de la Francia ocupada. Canfranc fue punto de reunión de espías así como la vía de escape de muchos judíos europeos -ayudados en su huida por los habitantes de las poblaciones pirenaicas de ambos lados de la frontera- pero también fue la ruta por la que España envió grandes cargamentos de wolframio con destino a las fábricas de blindados alemanas. En sentido opuesto, por Canfranc entraron toneladas de lingotes de oro, procedente de los saqueos de las propiedades de la población judía de toda Europa y de los campos de concentración. La mayor parte de ese oro nunca tocó suelo español, sino que partió rumbo a Sudamérica, lugar de refugio de muchos mandatarios nazis una vez terminada la guerra. Aunque todos estos hechos eran conocidos, la confirmación definitiva no se produjo hasta que en el año 2000 el ciudadano francés Jonathan Díaz encontró por casualidad unos documentos abandonados en un rincón de la estación que demostraban el tránsito del denominado "oro de Canfranc".


Interior del vestíbulo en rehabilitación

La segunda época brillante de la Estación Internacional de Canfranc se inició a principios de los cincuenta y se extendió hasta el 27 de Marzo de 1970, fatídica fecha en la que descarriló un tren de mercancías en el lado francés provocando el derrumbe del puente de L´Estanguet. Este trágico accidente fue la puntilla para la línea ferroviaria que conectaba España y Francia atravesando el túnel del Somport. Cincuenta años después y a pesar de la aparente sintonía entre ambos gobiernos, la comunicación ferroviaria entre los dos países sigue siendo el sueño no cumplido de muchas personas a ambos lados de la frontera. No obstante, el tren de pasajeros que conecta Zaragoza con Canfranc goza de un indudable atractivo y no precisamente por su rapidez -más bien todo lo contrario- sino por los paisajes que regala al viajero en su recorrido por valles y montañas desconocidos para la mayoría de nosotros, acostumbrados a trayectos en coche cada vez más breves, gracias a las mejoras implementadas en las carreteras de la zona. A estas alturas a nadie se le escapa que el canfranero -nombre cariñoso con el que se denomina al renqueante tren que realiza el trayecto- despierta en la mayoría de la gente sensaciones de cariño y de añoranza, pues representa el abrazo de dos regiones -Aragón y Aquitania- separadas por una frontera, pero unidas por un mismo deseo histórico cumplido en el pasado y esquivo en el presente.

Hasta aquí la introducción histórica. Con certeza, queridos lectores, os estaréis preguntando qué tiene que ver una estación ferroviaria abandonada con el mundo del vino. Comenzamos el viaje, acomódense en sus asientos y prepárense para disfrutar con la magia de los trenes antiguos, así que daremos un último aviso para los rezagados... ¡Viajeros al tren!


Canfraneros a punto de iniciar su viaje. Imagen cortesía de Marta Tornos

Las oscenses Bodegas Valdovinos son una empresa familiar  -con nada menos que cuatro generaciones de historia a sus espaldas- ubicada en Antillón y están adscritas a la DO. Somontano desde  el año 1998. El pasado mes de febrero decidieron ampliar su catálogo de vinos y vermuts sacando al mercado una nueva familia de tres vinos con el nombre de tan querido tren. Como no podía ser de otra forma, la presentación oficial se realizó en el vestíbulo de la Estación Internacional de Canfranc. Un blanco, un rosado y un tinto con crianza, todos ellos en botella borgoñona y con una imagen icónica y juvenil, anticipando en cierta medida las características de dichos vinos: versátiles, frescos y fáciles de beber. Por cortesía de la bodega -que tuvo la amabilidad no sólo de hacernos llegar unas botellas, sino que además lo hizo personalmente a pesar de las limitaciones derivadas de la crisis sanitaria que todos conocemos- catamos los tres vinos en detalle, como a nosotros nos gusta, sin prisa, dejándolos expresarse y evolucionar. 



CANFRANERO ROSADO 2019
100% Cabernet Sauvignon. Visualmente de un bonito color rojo fresa de capa media. Frutillos rojos, lácticos y grosellas en nariz. También apio, hoja de tomate y hierbabuena. Fresca acidez. Ligero y amable en boca. Sin rastro de azúcar residual. Queda ligeramente a medio camino entre los rosados golosos -visualmente promete- y la actual tendencia de los rosados afrancesados. Quizás algo más de cremosidad y de estructura le vendría bien. Esperaremos a la añada 2020 para ver qué linea ha decido seguir la bodega. 



CANFRANERO BLANCO 2019
100% Chardonnay. Excelente interpretación de esta variedad de uva francesa que tan buena expresión adquiere en el Somontano. Precioso color amarillo dorado, con nariz frutal (manzana y piña), sobre un fondo de panadería y especias. Algo cálido de inicio, bien compensado en acidez. Excelente en boca. Cremoso, amplio, graso y muy agradable. Final levemente amargo que le aporta longitud.  Muy presente el trabajo sobre lías. Más complejo y versátil de lo que cabría esperar. Buena opción para disfrutar por copas pero con grandes posibilidades de maridaje: pescados grasos, carnes blancas e incluso comida asiática.



CANFRANERO CRIANZA 2017
Cabernet Sauvignon y Tempranillo en proporciones desconocidas con permanencia durante 10 meses en roble francés. Ensamblaje de una variedad francesa con otra española, representando la unión transfronteriza entre ambos países. Visualmente más Tempranillo, con capa media y ribete granate. En nariz más vegetal que frutal -predomina la Cabernet- con recuerdos de ciruelas y otras frutas rojas muy maduras. No demasiado expresivo en fase nasal, algo dominada por las notas de crianza como los tostados y el café en grano, provenientes de la barrica probablemente usada. Un poco delgado en boca, con astringencia media y cierto amargor final que lo sostiene en el postgusto. Un producto muy comercial, por el atractivo de su nombre, por su precio y por ese vínculo francoespañol que tan bien representa el espíritu de la Estación Internacional de Canfranc. 

Tres vinos que comparten algo más que el nombre con el espíritu de esa línea ferroviaria ignorada por las administraciones durante décadas. Porque siempre hay más cosas que nos unen, porque las fronteras a menudo sólo sirven para separar y porque lo verdaderamente valioso son las personas. Mientras tanto, el tiempo parece haberse detenido en Canfranc y hay quien asegura que en los atardeceres brumosos puede verse todavía a algún viajero despistado -como el de la imagen de cierre- que consulta su reloj mientras espera la llegada del tren, un tren que se retrasa durante demasiados años.


Recreación histórica año 2015. Imagen cortesía de Gonzalo Aguado