lunes, 15 de julio de 2024

> II Jornada de Vinos del Jiloca



En las últimas dos décadas la despoblación y el abandono del viñedo han ido de la mano en la Comarca del Jiloca. Verdaderamente se trata de una misma realidad aunque observada desde dos perspectivas diferentes. De manera paralela, el gradual envejecimiento de la población y la falta de relevo generacional, han conducido al cese de actividad en muchos sectores y lamentablemente la viticultura no ha sido una excepción. Se calcula que sólo en las últimas dos décadas se han perdido más de 20 hectáreas de viñedo cada año, tanto por abandono como por arrancamiento. En el año 1980 había aproximadamente 3400 hectáreas de viñedo, superficie que se ha ido reduciendo gradualmente hasta las 150 hectáreas de viña en producción a día de hoy, según las estimaciones más optimistas. Y lo más grave de todo -dejando al margen la edad de dichas viñas, muchas de ellas centenarias- es que la velocidad de destrucción parece acelerarse, sin que las administraciones hagan nada al respecto. Este patrimonio agrícola y cultural del Aragón ancestral más desconocido, parece a día de hoy condenado a la desaparición. 



Un interesante proyecto de recuperación de viñas semiabandonadas y a punto de desaparecer diseñado por la Asociación Paisajes del Jiloca nació a mediados de 2020 con la meta de volver a poner en producción viñedos en vías de desaparición. El primer paso fue la creación de un catálogo de viñas en situación de emergencia, la mayoría propiedad de viticultores de avanzada edad o de sus herederos. A través de diferentes mecanismos de cesión, apadrinamiento, crowfunding, micromecenazgo y realización de trabajos no remunerados, se persigue devolver la alegría a algunos de esos viticultores mayores. No será labor de un año ni tarea fácil de ejecutar, pero es más que probable que con la uva de esas parcelas ahora a medio recuperar, se elaboren vinos de calidad que además incorporarán la generosidad y la colaboración de personas anónimas. Serán vinos conseguidos gracias al esfuerzo de muchos, pero serán sin duda vinos de la Ribera del Jiloca.



Con la finalidad de dar a conocer el trabajo realizado a lo largo de estos cuatro años de existencia, la Asociación Paisajes del Jiloca celebró hace unos días la segunda edición de una entrañable jornada que armonizó viticultura, paisaje y gastronomía. Para ello fuimos convocados un reducido grupo de privilegiados, irremediablemente seducidos por el programa propuesto por la organización, de manera que acudimos a la hora convenida a la Finca La Falcona, una preciosa torre rehabilitada propiedad de la bodega Pago de la Boticaria, casi equidistante entre las localidades de Daroca y Manchones. Tras franquear la puerta de entrada, nos dio la bienvenida un bonito viñedo y el camino nos condujo hasta una zona de aparcamiento. Caminamos unos pocos metros atravesando un inmaculado patio ajardinado desde donde pudimos contemplar la indudable belleza del palacete estilo colonial que preside la finca y nos dirigimos hasta el sombreado jardín lateral donde tendría lugar el evento.




La primera parte de la jornada tuvo un carácter eminentemente formativo muy enfocado hacia la viticultura -una temática que nos resulta bastante ajena- aunque hemos de dejar claro que asistir a las ponencias nos resultó enormemente interesante. Microbiota, clones, estratos o injertos son conceptos que -aunque conocidos- nunca han sido motivo de nuestro estudio, de modo que escuchar a expertos como Pedro Marco -investigador del Centro de investigación y Tecnología Agroalimentaria de Aragón (CITA)- Bernardo Sirvent -ingeniero agrónomo y consultor en Bodegas Bocopa (Alicante)- o Pilar Baeza -profesora y doctora de la Universidad Politécnica de Madrid- fue para nosotros una experiencia tan novedosa como estimulante. ¿Estudiar viticultura en el futuro? ¿Y por qué no? Todos ellos coincidieron en el enorme potencial de esta comarca casi olvidada, a menudo marginada por el desarrollo económico, pero con una inusual riqueza geológica y orográfica, todo ello sin olvidar la importancia que tuvo en el pasado como zona vitivinícola, tradición que nunca se ha perdido y que Paisajes del Jiloca persigue recuperar.


Diez son las bodegas que han decidido sumarse a esta iniciativa y todas tienen como denominador común la decidida voluntad de recuperar el cultivo de la vid en estas tierras. En realidad, varias de ellas llevan trabajando sus viñas viejas desde hace años, parcelas perdidas entre los barrancos y las sierras que circundan los valles de los ríos Jiloca y Perejiles. La reciente ampliación geográfica de la DO. Calatayud proporcionó a algunas de estas pequeñas bodegas la posibilidad de elaborar sus vinos con la etiqueta de la denominación bilbilitana, sin embargo, este hecho ha tenido en algunas de ellas el efecto contrario. Ante la posibilidad de convertirse en cola de león, han decidido seguir siendo cabeza de ratón y ahí es donde toma todo el sentido el proyecto creado por Paisajes del Jiloca. Indudablemente quienes más complicado lo tienen son aquellas bodegas que aspiran a comercializar vinos en ambas zonas, poniendo una vela a Dios y otra al diablo, en un arriesgado equilibrio que necesitará mucha mano izquierda para que el ratón no encienda los ánimos del león.



La segunda mitad de la jornada discurrió con la presentación de las bodegas -de una forma relajada y cercana, huyendo de las tediosas charlas habituales, en un evento distendido como era el caso- proponiendo cada elaborador uno de sus vinos mientras se detallaba brevemente su proyecto. Los vinos que tuvimos oportunidad de catar fueron armonizados cada uno con una tapa diferente preparada por Jonathan Aldea, chef del Restaurante Zamacén en Burbáguena, protagonista de un desfile culinario preciso y elaborado, dibujando en cada pincho un maridaje fruto de su libre interpretación del vino acompañante. Si realizar esta tarea en sala es complicado, hacerlo a modo de catering es una heroicidad. La variedad de ingredientes principales -bacalao, pato, conejo, presa ibérica, cordero, perdiz- y la generosa creatividad en sus elaboraciones -escabechado, crujiente, tartar, tosta, ravioli- no dejó indiferente, ni mucho menos hambriento, a ninguno de los presentes. Un trabajo magnífico el de este joven chef aragonés con un enorme futuro por delante.


De regreso a las bodegas, quizás resulte un poco largo especificar cada proyecto empresarial y detallar la información de todos los vinos que elaboran, así que nos limitaremos a nombrar aquellos que tuvimos ocasión de catar y añadiremos una breve descripción, aportando nuestras opiniones y notas de cata. Pasen, lean y déjense hechizar por los apasionantes vinos procedentes de los viñedos casi olvidados de la Ribera del Jiloca.


LADERAS DEL JILOCA MACABEO
Daroca Bodega (Daroca). 100% Macabeo. Viñedos con una edad media de 55 años y situados a 950 metros de altitud. Sin crianza. Amarillo dorado medio. Tal vez poco expresivo en nariz: frutas de pepita, hinojo y anisados. Generosamente ácido, resulta algo cálido y voluminoso en boca, incluso con un punto de tanicidad. Vino serio y austero, aunque sincero y con carácter. Muy aragonés. Buen trabajo técnico de Juanma Gonzalvo para poner en valor los poco conocidos vinos blancos del Jiloca.


VIÑA SATOSHI ORANGE
Pago de la Boticaria (Daroca). 100% Garnacha Blanca procedente de un solo viñedo de 4,2 hectáreas ubicado en Murero a 800 metros de altitud sobre suelos pizarrosos. Vinificado en contacto con pieles. Crianza durante 5 meses en barricas de roble francés y americano. Amarillo dorado alto, ambarino, casi cobrizo. Nariz muy compleja: cáscara de naranja, orejones, miel de acacia y un recuerdo resinoso. Madera muy presente. Moderadamente astringente, generosamente ácido y equilibradamente cálido. Tiene de todo y en grandes cantidades. El vino más personal de Pilar Herrero, que sin duda ganará con algo de guarda. Un vino divertido para catar, fantástico para maridar pero complicado para beber. Muy original.


CLOS BALTASAR
Bodegas San Alejandro (Miedes). Garnacha y otras variedades minoritarias, como Provechón y Miguel de Arco, procedentes de viñedos a 900 metros de altitud. Vinificación con un 75% de racimos sin despalillar. Crianza de 10 meses en huevos de hormigón y barricas de roble francés de 300 y 500 litros. Rojo guinda de capa media-baja, muy diferente a añadas previas. Frutas rojas, flores azules, endrinas y hierbas aromáticas. Levemente licoroso y especiado. Fresco, delgado, floral y elegante, muy alejado de aquellas primeras añadas algo rústicas y potentes. Una interpretación más moderna por parte de Juanvi Alcañiz para este vino que busca recuperar las elaboraciones más tradicionales.


CUEVAS DE AROM "AS LADIERAS"
Cuevas de Arom (Miedes). Garnacha y otras variedades autóctonas coplantadas en viñedos mestizos situados a 800 metros de altitud. Vendimia manual. 50% uva sin despalillar. Vinificación en depósito de cemento. Crianza en huevo de hormigón y fudre de roble austríaco de 3000 litros. Rojo rubí de capa media-baja. Frutos-baya silvestres, laurel, monte bajo e incluso trufa negra. Ligero, fresco, tenso y con cierta complejidad. Excelente. A decir verdad, la simbiosis entre Fernando Mora MW y Bodegas San Alejandro está alcanzando unas cotas que rozan la perfección.


ARAIA
Sommos Garnacha (Murero). 100% Garnacha. Viñedos sobre suelos de arcilla roja localizados en Orcajo y Banarro. Vinificación por parcelas. Crianza durante 14 meses en barricas usadas de roble francés de 600 litros. Frutas rojas acompotadas y negras muy maduras. Discretas notas de crianza muy respetuosa con los aromas varietales. Largo y complejo, con taninos dulces muy bien domados. Curioso recuerdo mineral a grafito en el postgusto. Acostumbrado a gestionar las ingentes cantidades de uva de la bodega homónima del Somontano, José Javier Echandi ha sabido leer a la perfección las viñas del Jiloca para elaborar este tinto de primer nivel.


SAMITIER GARNACHA
Bodegas Augusta Bilbilis (Mara). 100% Garnacha. 8 meses de crianza en barricas de roble francés y en huevo de polietileno, con posterior coupage de ambos vinos antes del embotellado. Nariz muy agradable, con frutas rojas, lácticos y caramelo. Todavía un poco nervioso en boca y falto de ensamblaje. En breve será un vino preciso como todos los que elabora José Antonio Ibarra. Por el momento, démosle unos meses en botella.


LAS PIZARRAS "VIÑA ACERED"
Bodega Raíces Ibéricas (Maluenda). 100% Garnacha. Viñedo sobre suelos de pizarra a 950 metros de altitud. Crianza durante 6 meses de barrica de 225 litros. Rojo picota con ribete granate de capa media-alta. Fruta negra, café en grano, pimienta negra y otras especias. Mermelada de moras y ciruelas, con una pincelada de chocolate amargo. Ataque adulzonado, muy atractivo, levemente rugoso el paso por boca y francamente agradable el postgusto, con un final ligeramente amargo que le aporta longitud. Muy gastronómico. Es la apuesta de Carlos Rubén Magallanes -el hombre que susurra a las garnachas- dibujando un vino de corte más tradicional, un estilo de garnacha de hace unos años, con mayor extracción y más presencia de la barrica. Impecable, aunque no tan sorprendente como otros.


QUERCUS
Bodega Rubus (Rubielos de Mora). Garnacha y Miguel de Arco (70-30). Crianza durante 24 meses en barrica de roble francés. Rojo picota de capa media-alta con ribete granate. Fruta roja y negra, mentolados y suaves tostados sobre un fondo de cedro y tabaco rubio. Amable, sabroso, nada desmedido, con todo en su sitio. Notable alto. Este proyecto es la apuesta personal de Juanvi Alcañiz en tierras turolenses, en nuestro punto de mira desde hace años.


LAJAS FINCA EL PEÑISCAL
Bodega Lajas-Finca el Peñiscal (Acered). 97% Garnacha, 3% otras variedades blancas y tintas plantadas en la misma parcela -Macabeo, Garnacha Blanca, Monastrell, Provechón- tal y como era tradicional hacerlo en esta zona. Vino de parcela, uva procedente de un solo viñedo de 76 años de edad con una superficia de 2,7 hectáreas y situado a más de 1000 metros de altitud. Vendimia manual. El 70% del vino tiene una crianza durante 12 meses en barrica de roble francés de 500 litros. Rojo cereza de capa media. Fruta roja muy madura, licor de cereza y bombones Mon Cheri. Pleno y sabroso en boca, elegante y educado, muy diferente a las primeras añadas donde la extracción y las notas de crianza en roble dominaban todo el conjunto. Nada que ver con el actual, mucho más fresco y delgado, sin perder un ápice de honestidad. Paisaje embotellado por Manuel Castro y familia. Una maravilla.


En resumen, una deliciosa jornada, en un marco incomparable y acompañados por una climatología perfecta. Ponemos aquí el punto final a una crónica que pretende, en la medida de lo posible, dar a conocer algunos de los secretos enológicos que se esconden en este desconocido rincón de Aragón. Porque los proyectos emergentes como éste de Paisajes del Jiloca son los que verdaderamente despiertan pasiones y remueven conciencias. Será el paso del tiempo quien dictaminará si esta iniciativa con poco más de cuatro años de vida fue una locura de unos cuantos románticos que -inspirados en el pasado- pretendieron construir un futuro para las viñas olvidadas del Jiloca. El éxito o el fracaso de este encomiable esfuerzo es muy posible que ni siquiera lo veamos, pero tal vez dentro de unos años alguien escriba la crónica del Centenario de las Jornadas de Vinos del Jiloca. Y desde algún lugar desconocido -con una sonrisa en los labios y una copa de vino en la mano- todos aquellos que en algún momento colaboraron desde el inicio, verán reconocido su empeño.

Reciban todos ellos, nuestra más sincera enhorabuena.



NOTA:
Para la ilustración del presente artículo hemos empleado imágenes tomadas el día del evento, imágenes propias de archivo (es posible que las añadas o las etiquetas en las imágenes no correspondan exactamente con los vinos catados) y por último, imágenes bajadas de las redes sociales y páginas web de las bodegas participantes y de la organización de la Jornada. Entendemos que al tratarse de imágenes públicas, así como que el presente artículo tiene exclusivamente un fin divulgador sin otro tipo de interés, no habrá inconveniente en utilizarlas. Vaya por adelantado nuestro agradecimiento.

miércoles, 29 de mayo de 2024

> Desde Hungría con amor...



El acceso a los vinos centroeuropeos desde España no resulta sencillo para el aficionado medio. No nos referimos a la compra y adquisición de vinos de Croacia, Eslovenia o Rumanía, por poner algún ejemplo -sin duda el comercio online facilita estas gestiones- sino más bien a las escasas posibilidades para obtener una formación adecuada, completa y de primera mano. Precisamente por ese motivo no nos cansamos de agradecer los seminarios monográficos presenciales que periódicamente organiza Grape Bebop, con el valor añadido de realizarse en nuestra misma ciudad y en un horario que nos resulta perfectamente accesible.


En esta ocasión viajamos a Hungría -tierra de los Tokaji- posiblemente los más afamados vinos dulces del mundo, tal vez sólo con el permiso de los Sauternes franceses y el Constantia sudafricano. Sin embargo, esta aproximación a los vinos magiares tiene una doble finalidad. En primer lugar se trata de comprender las diferentes elaboraciones de los Tokaji, porque a pesar de lo que mayoritariamente se cree, no todos son vinos dulces. Resulta sorprendente descubrir que los hay absolutamente secos e incluso con crianza biológica bajo velo de flor. La segunda finalidad de este seminario radica en descubrir las diferentes zonas vinícolas húngaras, sus variedades autóctonas -a menudo emparentadas con las austriacas- y los procedimientos de vinificación tanto tradicionales como modernos, así como sus vínculos con los países vecinos y la influencia que la historia, las invasiones y las guerras han tenido sobre todo ello.


Puede dar un poco de pereza remontarnos hasta el Imperio Romano, Atila, Carlomagno o el Imperio Otomano, pero es indudable cómo cada periodo histórico tuvo su influencia en el cultivo de la vid en tierras húngaras. Ciertamente no fue hasta el siglo XVII con la dominación austriaca de la familia Habsburgo cuando los vinos dulces húngaros se ganaron su merecida fama en las cortes europeas, aquella sin duda fue la edad dorada del Tokaji. Por el contrario, el siglo XX con sus dos terribles guerras mundiales, la oscura época comunista, los dubitativos años de la apertura y la definitiva anexión en 2004 a la Unión Europea, supuso algo así como una travesía del desierto para el viñedo magiar.


En los últimos veinte años, los vinos húngaros han recuperado gran parte del prestigio del que gozaron hace siglos. El turismo ha popularizado el consumo de vinos elaborados con variedades autóctonas poco conocidas, mucho más frecuentes las blancas que las tintas. Budapest y el lago Balatón -el más grande de Europa Central- son los destinos favoritos de quienes visitan Hungría y es creciente el interés por probar vinos de la zona. Áreas geográficas como Eger, Villány, Sapron o Szekszárd comienzan a aparecer en las cartas de vinos de los restaurantes y a nadie sorprende encontrar variedades de uva casi olvidadas como Olaszrizling, Kéknyelü, Kékfrankos o Kadarka. Todo ello sin olvidar Tokaji y sus múltiples interpretaciones, desde las más tradicionales hasta las más modernas.


Los vinos de Tokaj -Tokaji es el gentilicio- merecerían un artículo aparte, sin embargo, daremos a continuación unas pinceladas acerca de ellos. La región de Tokaj-Hegyalja se sitúa en el extremo nororiental del país, limítrofe con Eslovaquia con quien todavía mantiene una disputa comercial por los derechos de etiquetado de vinos blancos dulces que en realidad son algo así como primos lejanos. El origen de los suelos es claramente volcánico y son las cuencas de los ríos Bodrog y Tisza -el primero afluente del segundo- y los montes Zemplén los accidentes geográficos que vertebran toda la región. Somontano, piamonte y hegyalja son palabras sinónimas, de manera que es fácil deducir dónde se ubican los viñedos. La zona es un pequeño laberinto de balsas, meandros y galachos que favorecen la formación de neblinas hacia el final del verano. El rocío matutino o las frecuentes lloviznas seguidas de tardes soleadas que hacen subir las temperaturas son unas condiciones ideales para que se produzca la infección de las uvas maduras por la levadura Botrytis cinerea, responsable de la denominada "podredumbre noble". Las uvas afectadas sufren un proceso de deshidratación que hace aumentar la concentración de azúcares, ácido cítrico y ácido málico, dando como resultado mostos ácidos, dulces, untuosos y con cierta tendencia a la oxidación. Las variedades autorizadas son Furmint, Hárslevelü, Sarga Muskotály, Kövérszölö, Kabar y Zéta, siendo la Furmint la más cultivada. 


Tal y como adelantábamos, existen numerosos estilos en los Tokaji. Por volumen de producción, los vinos secos o semisecos son los más abundantes, ya que cada año la cantidad de uva botritizada es imprevisible. También los vinos dulces de vendimia tardía se están popularizando, elaborados con uvas pasificadas sin botritizar. Como curiosidad añadiremos que también se elaboran espumosos de método tradicional, no sólo con la mayoritaria Furmint, sino también con Pinot Noir, aunque dicha variedad tinta no está reconocida por la indicación geográfica. 


La verdadera complicación se alcanza al asomarnos al fascinante mundo de los Tokaji Aszú -blancos dulces elaborados con uvas botritizadas- ya que existen numerosos estilos y variables procedimientos de elaboración y crianza. Los Szamorodni -palabra de origen polaco que significa "como venga"- se obtienen de la vinificación de uvas botritizadas junto con otras sanas, algo bastante habitual porque la podredumbre noble no afecta por igual a todos los racimos ni a todos los viñedos. Se elaboran secos (száraz) y dulces (édes), en ambos casos con crianza en roble durante al menos 6 meses. Los Szamorodni dulces, a efectos prácticos, han venido a sustituir a los Aszú de 3 y 4 puttonyos después de la entrada en vigor en el año 2013 del nuevo marco normativo en cuanto a contenido de azúcar. Tradicionalmente, la categorización de los Tokaji Aszú venía determinada por la cantidad de uva botritizada que se añadía al vino base -habitualmente un szamorodni terminado- cuantificada en el número de canastas (puttonyos) de 20-25 kilogramos de uva por cada 136 litros de vino base, cifra nada casual porque era la capacidad de cada gönci, tradicional barril de roble de la región, donde se completaba la fermentación y la crianza, habitualmente prolongada al menos "durante un año por cada puttonyo". En la actualidad, las cosas han cambiado mucho y todo ese romanticismo ha desaparecido, a pesar de que algunos productores siguen apostando en favor de la elaboración más artesanal. Ciertamente la vendimia y selección de bayas sigue siendo como antaño, no así los procedimientos de prensado, fermentación -el empleo de depósitos de inoxidable con control de temperatura gana terreno cada vendimia- y posterior crianza en barricas de roble de 220 á 500 litros de capacidad. La duración del envejecimiento en roble también tiende a acortarse -mínimo 18 meses, si bien crianzas entre 24 y 36 meses son lo más habitual- con la finalidad de sacar al mercado vinos más delicados. Los vinos Aszú ya terminados se clasifican en función de su contenido en azúcar residual, no se permiten correcciones en acidez ni en alcohol y tampoco se pueden endulzar ni encabezar. El embotellado debe realizarse dentro de las fronteras de la región de Tokaj. Como guiño al pasado y a la tradición, en las etiquetas se mantiene la categorización en puttonyos, lo cual aporta al consumidor información del grado de dulzor, aunque a día de hoy deben de quedar pocas canastas en uso en las bodegas, si acaso alguna como elemento decorativo.


Todavía es posible encontrar en alguna bodega de la zona vinos elaborados con los estilos Forditás y Maslás, auténticas rarezas de la vinificación tradicional, caracterizadas por una segunda maceración en mosto de la pasta -o de las lías- resultante del prensado de las uvas botritizadas. El mercado, no obstante, va por otros derroteros, con una demanda creciente de vinos fragantes y perfumados. En ese sentido, algunos productores han comenzado a elaborar vinos de parcelas únicas -denominados dülö- casi siempre sobre suelos de loess que aceleran el ciclo vegetativo y producen vinos más afrutados y menos ácidos, llegando incluso a calificativos como Premier Cru emulando a Burdeos y Borgoña -hasta la fecha carentes de respaldo legislativo- aunque de una indiscutible calidad.


Si hasta este momento hemos conseguido mantener su atención, queridos lectores, es el momento de sumergirse en las descripciones, opiniones y notas de cata de la quincena de vinos húngaros que tuvimos la oportunidad de degustar durante el seminario. Pasen, lean, disfruten y comprenderán por qué no sólo de Tokaji vive el hombre... 

IKON IRSAI OLIVER 2022
Balatonboglár. 100% Irsai Olivér. Sin crianza. Variedad de uva lejanamente emparentada con la Moscatel y que hasta hace 40 años se consumía como uva de mesa. Amarillo pajizo, casi transparente. Flores blancas, cítricos (lima, pomelo), ligeramente perfumado. Acuoso, sencillo, poco sabroso. Final corto sutilmente amargo. En verano, con una cubitera y en buena compañía a orillas del lago Balatón puede hacer su papel.

FIGULA SINGLE VINEYARD SZAKA 2019
Balatonfüred-Csopak. 100% Olaszrizling. Sin crianza. Amarillo verdoso, poco expresivo en nariz. Sorprende su contenido alcohólico, bien ponderado por su elevada acidez. Recuerdos de hidrocarburos,  aromas ahumados, manzana madura y apio. Final medio. Ligero amargor. Peculiar.

KREINBACHER SELECT 2020
Somló. 100% Juhfark. 8 meses en roble. Su nombre significa "cola de oveja" por la forma alargada y curvada de sus racimos. 205 hectáreas plantadas en todo el país, más de la mitad en Somló. Amarillo dorado tenue. Ligera reducción en el ataque con escasa expresividad en aromas. Acidez media plus. Recuerdos terpénicos y amielados. Cremoso en boca. Variedad un tanto neutra que requiere de tiempo de crianza para dar todo su potencial.

CSENDES-DULO-SZOLOBIRTOK FAHORDOS 2017
IGP Balaton (Badacsony). 100% Keknyelü, Crianza en roble. Su nombre significa "raspón azul". Variedad autóctona de sexo femenino que requiere de polinización cruzada con otras cepas. Quizás por ese motivo se encuentra en peligro de desaparición. Tan sólo existen 50 hectáreas plantadas en toda Hungría. Amarillo dorado medio. Inexpresivo en nariz. Frutas de pepita maduras, carne de membrillo y aceitunas verdes. Buen equilibrio en boca entre acidez, alcohol y dulzor. Interesante.

PETER VIDA PÈTIT BONSAI 2021
Szekszárd. 100% Kadarka. Conocida también como "pinot húngaro", cultivo exclusivo en vaso de bajo porte, lo cual dificulta considerablemente el trabajo en la viña, sobre suelos mayoritarios de loess con parches de terra rossa. Color rojo cereza de capa baja con ribete rosado. Frutillos rojos, recuerdos metálicos y de flores azules. Acidez media plus. Escasa astringencia. Más anisado que especiado. Rústico, sencillo y corto. Puede recordar a Gamay.

GAL TIBOR PAJADOS EGRI BIKAVER GRAND SUPERIOR 2018
Eger. Kékfrankos, Kadarka, Cabernet Franc, Pinot Noir y Syrah. Crianza durante 14 meses en barrica de roble. Ensamblaje multitudinario de al menos cuatro variedades tintas con predominio de la Kékfrankos (30-65%) para elaborar este estilo de vinos conocidos como "sangre de toro". Picota con ribete rubí. Fruta roja y negra, piracinas, lácticos, recuerdos vegetales y de flores azules. Roble nuevo y granos de café. Intenso en boca. Final amargo. Este curioso nombre proviene de una leyenda según la cual las tropas otomanas, al observar las barbas de los soldados húngaros impregnadas de una sustancia roja, creyeron que habían bebido sangre de toro, cuando en realidad se trataba del recio vino tinto de la época.

WENINGER STEINER 2016
Sopron. 100% Kékfrankos. Crianza 24 meses en barricas de roble de 500 litros. Variedad conocida fuera de Hungría con el nombre austríaco de Blaufränkisch. Vino procedente de un viñedo único en cultivo biodinámico y elaboración casi como vino  natural. Rojo picota con ribete ocre. Frutas rojas maduras, frutas negras y recuerdos animales. Algo vegetal, ácido y mineral. Final medio-largo. Vinificación llevada al límite. Imperfecto y diferente. Muy alejado de nuestros gustos.

ATTILA GERE KOPAR 2018
Villány. Quizás la zona vitivinícola más prestigiosa después de Tokaj. Clima con una ligera influencia mediterránea, continental aunque algo más cálido. Viñedos de calidad con orientación sur.   Cabernet Franc, Merlot y Cabernet Sauvignon (50-40-10). Crianza durante 16 meses en barrica de roble. Rojo picota con ribete teja. Salvando las distancias, puede recordar a Burdeos pero con más evolución. Fruta negra, ciruelas-pasas, tapenade, café y tostados. Cuero y hoja de tabaco. Buena acidez. Final largo. Un estilo internacional más reconocible para nosotros.

CHATEAU DERESZLA DRY 2021
Tokaj. Furmint, Hárslevelü, Sarga Muskotály y Kabar. Sin crianza. Elaboración bastante habitual de este vino procedente de uvas sin botrytis que prácticamente es imposible adquirir fuera de Hungría. Una manera de aprovechar y comercializar las uvas blancas no botritizadas para elaborar un vino (casi) seco. Amarillo pálido. Serio, sobrio, poco expresivo en nariz. Flores blancas y cítricos. Afilado, ácido, lineal. Resto de azúcar residual que le aporta cierta gracia en boca. Original.

DEMETER-ZOLTAN SZERELMI 2018
Tokaj. 100% Hárslevelü. Viñedo único. Variedad más aromática que la Furmint mayoritaria en Tokaj. Puede considerarse una rareza este monovarietal, aunque cada vez son más habituales estos Tokajis elaborados con variedades diferentes a la Furmint. Amarillo dorado. Mieles y cereales. Frutos secos. Licoroso y agradable.

HETSZOLO SELECTION 2011
Tokaj. 100% Furmint. 5 meses en roble. Amarillo dorado medio. Curioso aroma a espárragos trigueros a copa parada. Cera, miel, dulce de membrillo. Ligero amargor final que recuerda a las almendras crudas, en nuestra opinión un descriptor aromático casi omnipresente en la Furmint. Muy varietal.

SAMUEL-TINON SZAMORODNI SZARAZ 2011
Tokaj. Furmint y Hárslevelü. Racimos parcialmente botritizados. Crianza bajo velo de flor en barrica durante 4 años. Dorado medio plus. Velo de flor muy presente. Naranja escarchada. Más voluminoso que un amontillado. Recuerda a los vinos de Jura. A pesar de su etiquetado, conserva un discreto contenido en azúcar. Muy divertido y curioso. La traducción de Szamorodni sería "tal cual viene", es decir, que se vinifican las uvas botritizadas junto con las no afectadas por podredumbre noble. El resultado suele ser un vino seco con una pizca de azúcar residual, como en este caso. 

HETSZOLO SZAMORODNI EDES 2017
Tokaj. Furmint, Hárslevelü, Sarga Muskotály y otras. Racimos parcialmente botritizados. Crianza en barrica durante 12 meses. Amarillo dorado. Hidrocarburos, miel y disolvente. Sutil y ligero en boca. Elegante acidez. Otro szamorodni con menos crianza que el anterior, en esta caso elaborado como dulce y sin velo de flor, un concepto más habitual y sobre todo más comercial que ha venido a sustituir los antiguos tokajis etiquetados como 3 y 4 puttonyos. 

HETSZOLO TOKAJI ASZU 5 PUTTONYOS 2010
Tokaj. Furmint, Hárslevelü, Sarga Muskotály y otras. Elaborado con granos de uva completamente botritizados. Barniz y cáscara de naranja escarchada. Elevada acidez que le da una complejidad y una elegancia perfectas, muy acorde a su elevado contenido en azucares. Delicioso en boca y aromáticamente eterno.

OREMUS ASZU 6 PUTTONYOS 2013
Tokaj. Furmint, Hárslevelü, Sarga Muskotály y Zéta. Elaborado con granos de uva completamente botritizados. Crianza durante 2-3 años en barriles nuevos de roble húngaro. Naranja y mandarina desecadas. Rama de canela y especias blancas. Acidez media que no consigue aligerarlo, tal vez resulta demasiado dulce y pesado. En cualquier caso, se trata de un vino majestuoso.

Concluimos aquí este viaje virtual por los viñedos húngaros, tantas veces arrasados por los ejércitos a lo largo de la historia. Una tierra que ha sido campo de batalla en casi todas las invasiones, guerras y conflictos territoriales en Europa central. Un país que ha sufrido numerosos cambios en sus fronteras y vaivenes políticos en ocasiones traumáticos, pero que sin embargo ha sabido mantenerse fiel a sus tradiciones, entre las que obviamente se encuentra, el cultivo de la vid y la elaboración de vino. 

"Un pueblo que no bebe su vino y no come su queso 
tiene un grave problema de identidad"
 (Manuel Vázquez Montalbán)


jueves, 18 de abril de 2024

> Moliniás, las viñas del olvido



Aquel invierno no fue el más duro, ni siquiera el más frío ni el más inclemente, pero definitivamente iba a ser el último que Antonio y Rosita pasarían en Moliniás. En los tres asentamientos habitados originales -Mariñosa, Moliniás y El Mediano- sólo quedaban ellos dos como únicos residentes en las 210 hectáreas de finca situada a los mismos pies de la Peña Montañesa, la sierra con forma de mujer dormida que protegía y protege ese rincón del Sobrarbe de los vientos y los temporales del norte. 


Durante mucho tiempo las familias que vivían en aquellos terrenos situados a casi 900 metros de altitud -en realidad un gran coluvión formado por los derrumbes rocosos de la Sierra Ferrera- se ganaron la vida no sin esfuerzo, con sus ganados y sus cultivos, actividades tan exigentes como poco rentables, máximo exponente de una economía autárquica y de subsistencia. Fue a principios de los años sesenta cuando comenzó la despoblación de una manera inexorable, no sólo de Moliniás sino de toda la comarca, con la emigración de sus moradores a las ciudades, dada la dificultad para ganarse el sustento en una zona tremendamente difícil para la agricultura. Se estima que en unas pocas décadas la comarca del Sobrarbe pasó de contar con 26000 habitantes a tan sólo 4000. Al final en Moliniás sólo quedaron Antonio y Rosita, hasta que no pudieron aguantar más. El viernes 15 de Mayo de 1964 metieron sus escasas pertenencias en una maleta, cerraron definitivamente la puerta de su casa y pusieron rumbo primero a Monzón y más adelante a Barcelona, con el anhelo de un futuro más prometedor y menos exigente.



Durante años la finca permaneció deshabitada y desatendida. Las zonas de cultivo fueron invadidas por la maleza, las tormentas y las escorrentías destruyeron numerosos muros y los tejados de las bordas comenzaron a deteriorarse hasta provocar algunos derrumbes. Sin embargo, la adquisición de la finca por parte de un acaudalado doctor barcelonés, supuso un hilo de esperanza para el resurgir de Moliniás. Contrató a un matrimonio de la zona -Manuel y Olvido- a quienes concedió derecho de residencia en una de las casas, para que realizaran labores de guarda y mantenimiento. Lamentablemente la salud no acompañó al doctor y tras su fallecimiento, la propiedad quedó como un apunte contable más en su testamento, fue adquirida por un grupo inmobiliario sin interés alguno en reflotarla, y así durmió durante décadas en los libros de registro. Mientras tanto, el tiempo seguía transcurriendo lentamente, sin que nada sucediera. Manuel y Olvido, continuaron viviendo en la misma casa de siempre sin rendir cuentas a nadie, cuidando de su huerto y de sus animales, realizando pequeñas reparaciones y convirtiéndose en algo así como unos okupas involuntarios. Años más tarde falleció Manuel y Olvido se trasladó a la cercana localidad de La Mula desde la que en los días despejados aún puede divisar las casas de Moliniás donde tantos recuerdos se le quedaron.

Rebeca y Nicolás

El cambio de siglo fue para Moliniás como un soplo de aire fresco. Por pura casualidad, en el año 2001 surgió la oportunidad de que la finca fuera adquirida por seis familias residentes en la zona de Aínsa y otras poblaciones cercanas, de manera que tras varias décadas, la propiedad regresó a manos sobrarbenses. Nicolás -enólogo de profesión e hijo de una de las familias- y Rebeca -su media naranja- finalmente arrendaron la propiedad en 2019 con la idea de iniciar un proyecto a mitad de camino entre la agricultura y el turismo rural. Se plantaron varios campos de frutales, truferas y viñedo, con la idea de construir una bodega -Casa Vinícola Moliniás- aprovechando las antiguas naves agrícolas y el plegamiento natural del terreno o tal vez en una de las bordas de mayor tamaño, curiosamente en el mismo lugar donde años atrás hubo lagares, toneles y prensas. 





Repartidas en las dos primeras bordas rehabilitadas -El Pajar y El Tozal- se construyeron seis casas rurales con todas las comodidades y capacidad máxima para 28 personas. Cuentan incluso con una coqueta y pequeña ermita. Al frente de la gestión de los alojamientos se puso Rebeca, especialista en marketing y comunicación, responsable a su vez de una honda labor de investigación, ampliamente documentada, a través de la cual ha demostrado que en el pasado hubo hasta 4 hectáreas de viñedo en la finca de las que se obtenían una media de 11000 litros de vino cada año, cifra muy próxima a las estimaciones productivas calculadas por Rebeca y Nicolás.


Así que de repente y sin haberlo buscado, todo cobró sentido. Donde antes hubo vida, volvería a haberla. Donde antes hubo viñas que se olvidaron, volvería a haber viñas con las que elaborar vinos para recordar. No parece casualidad que en el cercano Monasterio de San Victorián -Beturián en aragonés, fundado en época visigoda en el siglo VI, probablemente el monasterio románico más antiguo de España- exista un registro documental de transmisiones patrimoniales de viñas en la comarca del Sobrarbe nada menos que desde el siglo X. Siempre hubo viñas en esas tierras orientadas al sur, protegidas por las sierras de los temporales de nieve y con más horas de sol que favorecían la maduración. Existen numerosos documentos que lo confirman, detallando viñas en localidades meridionales del Sobrarbe como Arcusa o Santa María de Buil, también en Sarvisé, Oto o Broto -poblaciones mucho más al norte- pero todas ellas con la característica común de su orientación hacia el suroeste. La vid formaba parte de los cultivos para la subsistencia de sus habitantes y en muchas ocasiones las viñas se vinculaban -mediante donaciones y herencias- órdenes religiosas para las cuales disponer de vino siempre fue imprescindible para la celebración del culto.



Como en cualquier comienzo, los trabajos iniciales fueron arduos y costosos. Se reconstruyeron numerosos muros de piedra seca, arrasados por el paso del tiempo y las lluvias, se limpiaron y nivelaron antiguas fajas, adaptándolas para la plantación de viña y se recuperaron varios senderos ancestrales. El suelo pedregoso y desigual, con guijarros y grandes rocas, procedentes de los derrumbes de la Sierra Ferrera se convirtió en la gran preocupación para Nicolás y Rebeca. Ante la imposibilidad de excavar las zanjas de plantación se optó por la realización de pozos individuales para cada cepa y se diseñó una conducción en eje vertical, colocando postes de castaño impregnados con brea para evitar putrefacciones, a medio camino entre una espaldera y un cultivo en vaso. Después de intentar sin éxito labrar ese suelo pedregoso tan complicado, recientemente se ha cambiado la forma de laboreo, sustituyendo el labrado superficial por un regreso al pasado, asumiendo los principios de la denominada "agricultura regenerativa", consistente en preservar la cubierta vegetal a la que se añade un aporte de materia orgánica procedente del pastoreo, con la inestimable colaboración de un rebaño de ovejas en acogida. De ese modo se intenta preservar la microbiología del suelo y llegar a entenderlo como un ecosistema en sí mismo. El recubrimiento o "mulching" persigue proteger las cepas de las heladas, aumentar su disponibilidad hídrica y a la vez contribuir a acoger microorganismos e insectos. El material utilizado es paja, después del intento de emplear restos de serrería donde proliferaban unos nematodos de sabor absolutamente irresistible para los jabalíes, con el nefasto resultado que fácilmente se puede deducir. 


Las variedades plantadas en la actualidad son Macabeo, Garnacha Blanca, Garnacha Tinta, Cariñena, Moristel y Parraleta, así como un pequeño número de cepas de Tempranillo y Mencía, estas dos últimas con la finalidad de ver su comportamiento en estos suelos y a esta altitud. Por otro lado, dentro del proyecto del Gobierno de Aragón de recuperación de variedades experimentales, dos de ellas fueron seleccionadas por Nicolás para su plantación en Moliniás.  Cepas de Greta y Beturiana fueron plantadas en 2020, aunque casi la mitad de ellas murieron por falta de adaptación, obligando a una nueva plantación en 2022 cambiando el tipo de portainjertos. Tampoco la gran presión cinegética de la zona -jabalíes, corzos y numeroso pájaros- ha puesto las cosas fáciles, aunque al igual que con las piedras y en palabras de Nicolás, se debe "aprender a convivir con ellos".



Sin embargo, a diferencia de otras zonas, el objetivo de Casa Vinícola Moliniás no es buscar la identidad de cada variedad de uva. En realidad se trata más bien de todo lo contrario. Su obsesión es llegar a embotellar el paisaje, porque consideran que el entorno, el suelo, el clima, incluso los jabalíes son tan importantes como las propias uvas. Tienen bien claro que cada añada será diferente y abogan por elaborar vinos sinceros, sin maquillaje, capaces de transmitir sensaciones e incluso recuerdos. Las décadas de historia que tiene Moliniás son de una potencia descomunal y a poco que se araña la superficie, afloran experiencias vitales en cada rendija. Muros datados en el año 1500, inscripciones en puertas y ventanas, paredes con aspilleras o saeteras, todo ello invita a pensar que en algún momento esas construcciones tuvieron una finalidad defensiva. Con total seguridad quedan muchos secretos por descubrir.


Desde el punto de vista geológico, el lugar es de una belleza inusual y tiene una energía telúrica que invita al visitante a conectar con el entorno. Tan atractivo es un brumoso amanecer en invierno -con las nubes bajas enroscadas entre los árboles y la ermita- como un resplandeciente atardecer en verano, cuando el sol incendia las laderas de la Peña Montañesa. Y por supuesto, pocas experiencias puede haber comparables a disfrutar del cielo nocturno de Moliniás. En ese sentido, aprovechando dos gigantescas rocas extraídas del suelo, se decidió construir una plataforma de observación astronómica -conocida como El Catacielos- certificada por la Fundación Starlight y que se ha convertido en la imagen icónica de Moliniás,  un excepcional punto de visualización de estrellas gracias a la limpieza de la atmósfera y a la nula contaminación lumínica. Astroturismo y enoturismo -todo en uno- con la realización de catas de vino en los atardeceres durante los meses de verano, mientras se observa la cúpula terrestre. Sencillamente delicioso.


Hasta el momento en que las viñas plantadas en Moliniás comiencen a ser productivas, Rebeca y Nicolás han explorado el territorio persiguiendo viñedos olvidados. Así contactaron con los hermanos Aniés -Ramón y Andrés- propietarios de unas viñas en la cercana localidad de Abizanda, situada aguas abajo del río Cinca. La avanzada edad de los Aniés y la falta de descendientes que se hicieran cargo de sus tierras, les habían abocado prácticamente al abandono de sus dos viñedos mestizos, con variedades de uva entremezcladas, algunas conocidas, otras no tanto. Una de las viñas se plantó en 1920, la otra en torno a 1950. Con aquellas uvas adquiridas a los hermanos Aniés, se elaboraron Diaples Blanco 2022 -Macabeo, Alcañón, Garnacha Blanca- y Diaples Tinto 2022 -Garnacha, Moristel, Parraleta, Parrel y quién sabe qué más. En la actualidad las viñas de los hermanos Aniés han sido arrendadas por Moliniás y ya está en marcha la añada 2023 de ambos vinos, con algunas diferencias en relación a sus antecesores, no sólo en viticultura sino también en vinificación y crianza. El nombre de los vinos no deja de ser peculiar, pero también tiene su razón de ser. Según la tradición altoaragonesa, los diaples son pequeños duendes burlones, diablillos traviesos que acostumbran a gastar bromas, como cambiar las cosas de sitio o provocar pequeños accidentes. En recuerdo a ellos y tal vez con la intención de tenerlos contentos, se ha bautizado con su nombre a las primeras botellas comercializadas por Casa Vinícola Moliniás. Sin embargo hay otro guiño al pasado en las etiquetas: la imagen impresa es la de un portainjertos de vid americana -gracias a la cual la viticultura en Europa fue capaz de superar la plaga de filoxera de finales del siglo XIX- aunque hay quien observa en dicho grabado una cara de macho cabrío, representación tradicional del diablo o diaple en aragonés. Cada botella de Diaples se entrega con una tarjeta que reproduce por un lado una publicación del año 1900 en el Diario de Huesca relativa a la plaga de filoxera y por el otro las firmas de los hermanos Aniés. Un bonito detalle.




El primer vino elaborado íntegramente con uva procedentes de Moliniás llevará por nombre El Huerto del Olvido, en memoria de la última mujer que habitó la finca. Garnacha, Cariñena, Syrah y Beturiana en porcentajes sin precisar, con crianza en barrica y huevo de hormigón. Vino de parcela muy prometedor, que todavía tardará unos cuantos meses en estar disponible, ya que la bodega apuesta por largos periodos de crianza aunque estrictamente en materiales respetuosos con la fruta. Un curioso capricho del destino ha querido que esa parcela de viña ocupe la misma ubicación donde Olvido cultivaba sus hortalizas, convirtiendo el pasado y el presente en un bucle espacio-temporal de un precioso paralelismo.



Acaba de ver la luz y ya se ha hablado largo y tendido del logo de Casa Vinícola Moliniás. Llama la atención que con la belleza paisajística que tiene el lugar, se haya elegido una imagen aparentemente triste y tétrica como es una cruz caída. Sin embargo, todo en Moliniás tiene su razón de ser y hunde sus raíces en el pasado. Además de viviendas y ermita, Moliniás tuvo su cementerio y allí todavía reposan los restos de algunos de sus habitantes, gentes que entregaron los últimos años de su vida en una lucha desigual contra un medio hostil y desfavorable. Hemos sido testigos de situaciones similares en Jánovas y en San Martín de la Solana, cementerios discretos y escondidos que albergan el recuerdo de algunos de sus vecinos que sus descendientes no pudieron -o no desearon- recuperar y decidieron olvidar para siempre. Moliniás no fue una excepción y en su cementerio se localizó una cruz de piedra desprendida de una lápida fechada en el año 1953. Con todo el cariño y el máximo respeto se adoptó como logo de la bodega, en un claro gesto de recuerdo y admiración hacia todas aquellas personas que décadas atrás trabajaron esas mismas tierras. 


Hace unas semanas, a modo de presentación en sociedad, Moliniás acogió el panel anual de cata de Vignerons de Huesca, tres exigentes jornadas a lo largo de las cuales se evaluaron los vinos presentados por las bodegas pertenecientes a esta exitosa iniciativa que llega este año a su séptima edición. En la última de las catas, fueron analizados los vinos de Casa Vinícola Moliniás, tanto la añada disponible 2022 como la siguiente 2023 de Diaples Blanco y Diaples Tinto, así como el tinto El Huerto del Olvido que saldrá dentro de un tiempo y que promete convertirse en el vino emblemático de Moliniás. Las atenciones que nos dispensaron durante aquellos tres días no pudieron ser mejores, de modo que queremos dejar constancia de nuestro más sincero agradecimiento.


Concluimos aquí nuestra crónica acerca de este interesante proyecto enológico y de vida en este rincón del Sobrarbe hasta hace poco absolutamente desconocido para nosotros. Estos lugares con tan elevada carga histórica y emocional, sin olvidar la belleza paisajística del entorno y la segura proyección futura de sus vinos, son los que dan todo el sentido a la necesidad de escribir sobre ello.

Nicolás y Rebeca, gracias por permitirnos formar parte de un capítulo de vuestra historia.