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martes, 18 de enero de 2022

> Caprichitos madrileños



A pesar de la brevedad del trayecto, es inevitable que al viajero que desciende del AVE en la Estación de Atocha, le acompañe cierto aturdimiento. Para los que somos de provincias -como se decía antes- poner los pies en la capital de España requiere de al menos unos minutos de adaptación. De repente todo es demasiado rápido a nuestro alrededor. Si se dispone de tiempo suficiente y el día acompaña, es recomendable salir caminando de Atocha y disfrutar de la grandeza de construcciones como la propia estación, el Ministerio de Agricultura o el Museo Reina Sofía. Y probablemente la mejor manera de adaptarse sea seguir aquella máxima "donde fueres, haz lo que vieres..."


El letrero del Hotel Mediodía es claramente visible para el visitante desde la misma puerta de Atocha y sirve de referencia como un faro en medio del temporal, porque nuestro primer destino del día está situado en los bajos de dicho hotel. No es un museo pero también alberga obras de arte ciertamente efímero. Tampoco es una iglesia aunque se le considera un templo. El Brillante disfruta de una localización privilegiada en plena Plaza del Emperador Carlos V y debe su merecida fama a su mítico bocadillo de calamares. La terraza es grande y a primera hora de la mañana es más habitual ver en las mesas los típicos vasos de café con leche y los churros que el bocadillo en cuestión. Es curioso lo de los vasos, porque en pocos lugares salvo en Madrid el café con leche se sirve en el mismo vaso de vidrio que se emplea para las cañas, en ocasiones incluso llevan la publicidad de la marca de cerveza, si no se ha borrado tras miles de entradas y salidas en el lavavajillas, con ese aspecto opalescente con tendencia al blanco que le da rango y tronío a ese recipiente tan humilde. Pero volvamos a El Brillante. El interior del local es grande, más bien frio, con el mostrador de acero inoxidable y paredes de mármol con espejos. Numerosas mesas funcionales, repisas adosadas con taburetes y una luz blanca nívea cruel como una cuñada. Al contrario que en la terraza, en el interior sí son más habituales los bocadillos a cualquier hora del día. Al parecer es cuestión de decoro. Y no solo de calamares, la carta es amplia y generosa. Decidimos dejar para otra ocasión el de tortilla de patata con callos -quizás una apuesta arriesgada- y optamos por el bocadillo de calamares clásico. Bien asesorados por nuestro camarero, compartimos uno grande en lugar de dos pequeños -más barato y menos pan, nos dijo con acierto- por supuesto en la terraza, porque un día es un día y la vergüenza no va con nosotros. Pan crujiente, enharinado perfecto y con el equilibrio exacto de tostado en los calamares, impecables de sabor y textura. Porque ahí radica la clave del éxito de El Brillante, en el tiempo y la temperatura de la fritura, imprescindibles para no convertir un manjar -sencillo y honrado- en una masa aceitosa incomestible. Evidentemente para poder valorarlo mejor, lo tomamos sin salsa alguna y acompañado tan solo por una caña de cerveza bien suave, en efecto, en vaso de vidrio. Inmejorable.


Un breve paseo mientras disfrutábamos de la soleada mañana de finales del mes de Noviembre nos llevó hasta el corazón del Barrio de Las Letras, un reducto de tradición a escasos metros de las prisas y el tráfico del Paseo del Prado. Sus calles son estrechas,  ligeramente en cuesta, llenas de comercios -algunos con décadas a sus espaldas- restaurantes, terrazas y vecinos que se saludan con una barra de pan bajo el brazo. Hasta el momento, el barrio más literario de Madrid sigue resistiéndose a la entrada de las franquicias y aún es posible encontrar librerías, floristerías, confiterías y negocios de toda la vida. Algo similar sucede con las tabernas tradicionales con sus altos mostradores de madera, sus camareros impecablemente vestidos y sus azulejos de cerámica en fachadas y paredes. Bien es verdad que a lo mejor quien ha cambiado es el público, más dado a lucirse y a dejarse ver, de manera que da la sensación que el envoltorio prima sobre el contenido. Aquella hostelería tradicional, de puertas hacia adentro, que ofrecía platos de casquería para que los parroquianos disfrutaran y compartieran, tristemente ha desaparecido. Se ha ganado en la oferta general de vinos -los tintos indignos de orígenes innombrables ya son historia- aunque por copas se sigue sometido a la dictadura de las tres erres -Rueda, Rioja y Ribera- con alguna honrosa excepción de algún vino de Madrid, aunque por desconocimiento pedirlo sea poco menos que una cuestión de fe.


No obstante, donde la tradición sigue más firme es en la defensa de uno de sus platos más venerables, porque si con algo se pone serio un madrileño es ante un buen cocido. Lo que en tiempos fue comida familiar y de vecindario, guiso de clase media sin muchas aspiraciones, se ha convertido en la actualidad en una de las últimas trincheras frente a la cocina-fusión. Los tres vuelcos históricos del cocido madrileño -sopa, verduras y carnes- suponen la sublimación de lo simple, el arte de lo sencillo, la maestría de dar de comer. Platos llenos, mesas abarrotadas y comensales bien satisfechos. Y para su completo disfrute, no es necesaria la presencia del chef en cada mesa dando prolija explicación de sus elaboraciones ni tampoco sesudas indicaciones acerca de cómo debe tomarse la gallina o los garbanzos. Algunos restaurantes continúan fieles a la costumbre de servir cocido un solo día por semana, ofreciendo otro tipo de menú el resto de los días. Otros en cambio, han optado por ofrecer cocido todos los días del año, y a la vista de la afluencia de público, parecen haber acertado en su decisión. Tal es el caso de La Taberna de la Daniela con cuatro locales distribuidos por la ciudad. Reservamos el día anterior -menos mal que lo hicimos- y tras una breve espera ocupamos una pequeña mesa en un abarrotado restaurante donde todos y cada uno de los presentes pertenecíamos a la real orden de adoradores del cocido. Un plato de guindillas en vinagre y una cesta de pan casero nos dieron la bienvenida casi al mismo tiempo que el jefe de sala -uniformado, con barba, gafas metálicas, cordial, educado, con experiencia y muy profesional- nos preguntaba qué vino nos apetecía probar. Ordenamos un Viña Cubillo de Bodegas López de Heredia (Haro, DOc. Rioja), uno de esos vinos que bien conservados son sencillamente eternos. Esa botella en concreto, aún siendo una añada 2009, estaba en prefecto estado de revista. Sabroso, complejo y maduro, todavía con frescura y sin haber perdido una brizna de elegancia, más bien al contrario. Una gran elección. En cuestión de minutos llegó la sopa, por supuesto en sopera de loza, abundante y bien desgrasada, con fideo fino y el sabor de las horas de cocción de todos los ingredientes. Y un poco más tarde y casi al unísono, la fuente de verduras -garbanzos, patata, zanahoria, repollo- y la de carnes -morcilla, tocino, chorizo, gallina y hueso de ternera. No diremos que sobrara, ni tampoco que hubo que discutir por los últimos garbanzos, más bien diríamos que la cantidad fue perfecta y la calidad superior. Algún valiente incluso tomó postre. Los más cobardes, sólo café.

Con la plena satisfacción de haber rendido sincero y merecido homenaje a dos instituciones gastronómicas de Madrid, nos dirigimos a lo que nos había traído hasta la capital, el IX Salón Peñín de las Estrellas.

Todos los detalles, en el próximo artículo.



jueves, 19 de agosto de 2021

> Casa Rural La Palmera: descanso del viajero...

 


La mitad occidental de la provincia de Toledo, en particular la zona próxima a Talavera de la Reina, a menudo pasa desapercibida para quien se dirige hacia Extremadura. Desde el punto de vista paisajístico, la inabarcable sucesión de campos de cereal parecen no encerrar ningún otro secreto, aunque en realidad no sea así. Invisible desde la autovía, el cauce del río Tajo -con sus sotos y barrancos- vertebra la provincia de este a oeste y sus aguas discurren desde su nacimiento en la provincia de Teruel buscando tierras portuguesas antes de mezclarse con el Atlántico en un espectacular estuario en Lisboa. Por el contrario, el norte de la provincia toledana tiene una orografía algo más elevada y se encarama hacia las faldas de la Sierra de San Vicente, antesala de la Sierra de Gredos antes de acceder a la vecina provincia de Ávila y a las estribaciones más altas de  la Sierra de Madrid.

Atardecer en un campo de maíz junto al río Tajo

Próxima a la margen izquierda del Tajo se asienta La Pueblanueva, una localidad cuya principal actividad económica ha sido desde siempre la agricultura y la ganadería. Surgió al igual que muchas otras localidades como núcleo de repoblación a mediados de los años 50 del siglo pasado. A día de hoy, el cereal, el olivo y las explotaciones de ganado porcino son los motores de la localidad, sin olvidar que su cercanía a Talavera de la Reina le ha regalado en los últimos años un importante papel residencial. Al calor de todo ello, el sector servicios se ha visto particularmente implementado de un tiempo a esta parte, con nuevas aperturas como la que nos ocupa en el presente artículo.

Dormitorio

Salón con chimenea


Porche junto a la barbacoa

Dormitorio con cuna


Desde siempre la familia Lobato fue la propietaria de la vivienda que ellos cariñosamente llamaban "la casa vieja". Dividida en dos plantas y con un enorme espacio al aire libre, a mediados de 2020, aprovechando el parón de la actividad económica provocado por la pandemia, Begoña y su hermano Dámaso decidieron volver a llenar de vida aquella casa construida por su bisabuelo y prestada inicialmente para que sirviera de alojamiento al maestro del pueblo. Una vez que el docente cesó en su actividad profesional, la casa fue el hogar de la familia Lobato durante décadas hasta que se dejó de utilizar cuando en 2007 se construyó una vivienda nueva en una calle próxima. Con una sorprendente velocidad, Begoña y Dámaso -con la inestimable, silenciosa y experimentada ayuda de su madre, sin la cual todo esto no hubiera sido posible- fueron capaces de sincronizar los trabajos de remodelación para convertir aquella casa familiar en desuso donde tanto disfrutaron de niños en una casa rural con todas las comodidades. La generosa y amplia planta baja acoge las áreas comunes -distribuidor, cocina completamente equipada, salón, zona de estudio- así como un dormitorio adaptado para huéspedes con movilidad reducida, mientras que en la planta superior se han ubicado los cinco dormitorios, la mayoría de ellos con cuarto de baño propio. La decoración resulta exquisita sin llegar a recargar, en un perfecto equilibrio entre mobiliario funcional y muebles antiguos restaurados, con detalles textiles y piezas de artesanía -cortinas, cuadros, espejos- de manufactura propia. Sin embargo son las zonas exteriores donde verdaderamente se ha pensado en el disfrute de los huéspedes. Piscina, área ajardinada, porche-comedor, barbacoa, zona de estar, sala de juegos infantiles, pista deportiva y garaje. Un auténtico oasis privado de tranquilidad con capacidad para más de una docena de personas a menos de una hora de Madrid y a escasos veinte minutos de Talavera de la Reina, ideal para la estancia de grupos de amigos y familias completas. Puede funcionar francamente bien para organizar celebraciones, bautizos, comuniones e incluso reuniones profesionales o de trabajo.

Viñedo. Bodegas Torrealbilla 


Sala de barricas. Bodegas Torrealbilla


Algo más que una cata en Bodegas Torrealbilla

Las posibilidades enoturísticas en la zona son variadas, aunque ello implique algún que otro desplazamiento. Dos denominaciones de origen abulenses -Sierra de Gredos y Cebreros- se extienden hacia el noroeste y la localidad de San Martín de Valdeiglesias -capital de los vinos de Madrid- tampoco queda lejos en dirección noreste. En la localidad de Otero, se puede visitar Finca Constancia, una enorme y moderna bodega perteneciente al grupo González-Byass que elabora vinos adscritos a la IGP. Tierra de Castilla y cuya visita hace unos años inspiró la redacción de este otro artículo. En dirección sureste, cerca de Puente del Arzobispo -aunque geográfica y administrativamente dependiente de la localidad cacereña de Villar del Pedroso- las jóvenes Bodegas Torrealbilla nos recibieron con los brazos abiertos y nos regalaron una visita privada a sus instalaciones con cata de alguno de sus vinos. Por el momento y a la espera del artículo que estamos redactando, sirvan como adelanto algunas imágenes tomadas en aquella jornada tan agradable.

Vermut La Torralvilla

Inicio Blanco

Por último, hemos dejado para el final la mención de los municipios toledanos que integran la DO. Méntrida, así como las notas de cata de dos vinos de dicha procedencia con los que la familia Lobato tuvo a bien agasajarnos. No hay distancias insalvables para aquellos detalles que se hacen con cariño.


CONDES DE FUENSALIDA ROSÉ 2020
100% Garnacha. DO. Méntrida. Rojo fresón con ribete rosado. Piruletas, rosas y claveles. Laca de uñas, frambuesas, sidral y regaliz rojo. Recuerdos de la niñez. Alegre paso por boca, fresco, divertido, corto. Resto de azúcar residual y de carbónico, este segundo más probablemente añadido que natural. Vino muy tecnológico, casi un refresco. Para todos los públicos.


CONDES DE FUENSALIDA 100 AÑOS 2019
100% Garnacha. DO. Méntrida. La uva procede de las mejores parcelas de viña centenaria que gestiona la bodega. Rojo cereza con ribete rubí. Cerezas en sazón, caramelo, laurel. Chocolate con leche, guindas en licor. Especias dulces, canela en rama y pimienta blanca. Suaves tostados con recuerdos  mentolados y un punto mineral. Acidez media. Astringencia nula, aunque algo cálido en boca. Final medio plus. Sabroso y agradable. Domado y redondo.

Zona de estar exterior

Comedor

Decoración vintage

Una nueva y exitosa etapa para aquella vieja casa. Savia nueva y rejuvenecedora para la venerable palmera que preside desde hace décadas el patio, feliz de volver a escuchar las risas de los niños en la piscina a media tarde, cuando las sombras se alargan y la charla de los adultos en torno a la mesa parece no tener fin mientras se apura una última copa de vino.

Casa Rural La Palmera, algo más que un lugar de descanso para el viajero.





jueves, 26 de diciembre de 2019

> Laus: sabores y luces del Somontano





Dos años han pasado desde nuestra anterior visita a Bodega Laus en su nuevo camino tras superar ciertas angosturas económicas que se tradujeron en un cambio al frente de la propiedad. En aquella primavera de 2017 realizamos una visita casi privada de las instalaciones, con especial atención al diseño arquitectónico, no sólo desde el punto de vista estético, sino también desde su funcionalidad encaminada a optimizar las labores de vinificación y en general todos los trabajos en bodega.


Sala de catas

En esta ocasión la visita fue ligeramente diferente por varios motivos. En primer lugar acudimos un grupo bastante numeroso, lo cual siempre implica cierta dispersión a la hora de atender las explicaciones del personal de la bodega, así como algo más de demora para organizar cada actividad. En ese mismo sentido, la cata resultó también algo tumultuosa, aunque enormemente didáctica al tener la fortuna de contar como director de cata con Jesús Mur, enólogo de Bodega Laus, quien tuvo la amabilidad de incluir alguna novedad entre los vinos protagonistas. Prácticamente en primicia tuvimos la ocasión de catar un monovarietal de Garnacha, un vino todavía en rama, a medio hacer, sin filtrar y sin domar por el roble francés que aún le espera en la sala de barricas. Un vino de un precioso color rojo cereza con menisco azulado, una eclosión de violetas, moras y alguna especia dulce, recuerdos lácticos y yogur. Moderadamente astringente todavía -recordemos que aún es un proyecto de vino- no resulta violento en boca, más bien denso y trabado. La crianza en barrica de roble francés en un periodo no prefijado, el paso del tiempo y los sucesivos controles en cata que se realicen determinarán el momento óptimo para su embotellado. Sin duda se convertirá en un excelente vino. Muy prometedor y diferenciador, ya que no existe ningún otro vino similar en el catálogo de la bodega.


Comenzamos la cata propiamente dicha probando el Laus Blanco 2019, monovarietal de Chardonnay sin crianza. Color amarillo verdoso, limpio y brillante, si acaso con un sutil resto de carbónico más palpable que visible. Frutas de pepita (manzana verde, pera), plátano y un recuerdo a hierba recién cortada. Lineal y afilado. Poco voluminoso en boca, con acidez marcada pero agradable. Postgusto medio muy correcto. Para todos los públicos. Jesús Mur propuso la realización de una cata comparada con el Laus Blanco 2018, igualmente Chardonnay sin crianza pero con permanencia de más de un año en botella, y ahí comenzaron a aparecer las diferencias. Amarillo dorado de capa media con aromas a manzana Golden, piña madura y mieles. Más equilibrado, graso y voluminoso. Postgusto algo más prolongado, un vino en su plenitud que ha crecido a lo largo y a lo ancho. Buscaremos añadas atrasadas porque prometen esconder interesantes secretos.


El Laus Tinto Joven 2018 representa mejor que ningún otro vino de la bodega la voluntad de seducir al público más joven, tradicionalmente alejado y en ocasiones abrumado por la complejidad que supone el mundo del vino. Elaborado con Merlot y Syrah a partes iguales sin crianza es un vino pensado para disfrutar por copas, un vino de trago largo sin demasiada dificultad. Rojo cereza de capa media con ribete azulado. Recuerdos de frutas rojas, azúcar quemado, guindas, crema de leche y yogur de frambuesa. Acidez media que invita a tomar otro sorbo. Agradable y muy amable en boca, prácticamente sin astringencia. Algo corto en postgusto, pero dicho detalle carece totalmente de importancia en un vino con este perfil.


Para terminar la cata probamos el Laus Crianza 2015, ensamblaje de Cabernet Sauvignon y Merlot con 8 meses de permanencia en barrica de roble mixto. Rojo picota con ribete más color teja que granate, algo evolucionado. Nariz de frutas negras, tostados, tabaco, clavo y chocolate. Mucho más delgado en boca de lo que cabría esperar. Postgusto medio-largo. Un vino mucho más reconocible, un crianza de Somontano con ese coupage de variedades foráneas que tanto éxito ha proporcionado a la denominación de origen oscense. Tal vez un poco al límite de su vida comercial óptima. No vamos a decir que sea un vino cansado -conserva fruta y acidez sobradamente- pero consideramos que un cambio de añada le vendrá francamente bien. En breve cataremos este mismo vino en botella magnum -cortesía de Miguel Sanz, comercial del grupo empresarial al que pertenece la bodega y nuestro amable anfitrión durante toda la visita- teniendo así la ocasión de verificar la teoría de que los vinos evolucionan mejor en formatos grandes.


Restaurante Laus: un mar de viñedos tras los cristales 
Imagen invernal del viñedo. Al fondo, Cotiella nevado

A medio plazo, el proyecto enoturístico de Bodega Laus tiene como objetivo disponer de una completa oferta para todos sus visitantes, aspirando a convertirse en la única bodega de la DO. Somontano con bodega visitable, restaurante y hotel. Este último tiene proyectadas 52 habitaciones todavía en fase de equipamiento y se prevé que abra sus puertas -con algo más de retraso de lo inicialmente previsto- en la temporada primavera/verano del próximo año 2020. El restaurante con capacidad para 50 comensales se encuentra operativo y a pleno rendimiento desde el verano de 2018. Imprescindible realizar reserva con antelación. Dispone de tres tipos de menú -Ejecutivo, Maridaje y Degustación- lógicamente armonizados con vinos Laus. Existe además la posibilidad de celebrar eventos y convenciones, tanto en los amplios salones interiores como en el exterior de la bodega, siempre con el imponente paisaje de sus viñedos con las cumbres pirenaicas de Ordesa y el macizo de Cotiella como telón de fondo. A través de los amplios ventanales las preciosas vistas del viñedo acompañan al comensal durante la comida.





Al tratarse de fin de semana -el menú Ejecutivo sólo está disponible de lunes a viernes- nos decantamos por el menú Maridaje, integrado por aperitivo, entrante, plato principal, sorbete y postre. Debe cerrarse con antelación a mesa completa, para optimizar las labores en cocina y cada plato se armoniza con un vino Laus diferente. El aperitivo -gyoza de cordero al chilindrón, tartar de atún rojo y croqueta de boletus- se acompaña de Laus Rosado, el entrante -canelón de setas y cocido en salsa de foie y PX- con el Laus Blanco y el plato principal -meloso de ternera con patata trufada- con uno de los tintos de la bodega. En este último caso existe además la opción de elegir un tinto de gama superior abonando un pequeño suplemento. La vertiente dulce tuvo el protagonismo del coulant de chocolate con praliné y el sorbete elegido fue el de Gewürztraminer y limón.


Jardines

No cabe duda que el entorno de la bodega es incomparable y en los días claros y luminosos, como el que realizamos nuestra visita, la luz natural entra con generosidad por las cristaleras del restaurante. La calidad de la gastronomía y la presentación de los platos es de un nivel más que suficiente. Tal vez algún pequeño detalle en el servicio podría mejorarse, meros matices sin importancia que con certeza se corregirán con algo más de rodaje o de personal de sala, imprescindible si la bodega aspira a posicionarse como referencia en la zona para la celebración de bodas y convenciones. Los jardines entre los viñedos que rodean al edificio, la gran sala de conferencias en la planta baja y los amplios salones junto al restaurante pueden convertirse en el marco ideal para tales eventos. Muy probablemente la apertura del hotel en las plantas superiores suponga el respaldo definitivo para que este ambicioso proyecto enoturístico alcance el éxito que merece.

Bodega Laus, sabores y luces del Somontano.



lunes, 2 de diciembre de 2019

> Destino Soria (y II): hotel rural La Casa de Adobe




Valdemaluque es una apacible localidad soriana prácticamente equidistante entre la ciudad episcopal de El Burgo de Osma y el Cañón del Río Lobos del que ya hablamos en una entrada anterior. Su urbanismo sigue la vega del río Ucero y sus edificaciones -incluso las más modernas- recuerdan a las antiguas casas pinariegas. Este tipo de construcciones representan la arquitectura rústica popular del oeste soriano, paredes con un entramado de madera sobre una base de piedra donde se asientan los muros de adobe y tapial. Tradicionalmente la casa pinariega se conformaba en una única planta destinada a vivienda y cuadra, con un granero en el piso superior. Todavía es posible ver en Valdemaluque algunas de esas antiguas casas -la mayoría destinadas a uso agrícola y de almacenaje- muchas de ellas en un lamentable estado de abandono. Sin embargo, a cualquier visitante le llamará la atención una casa pinariega de gran tamaño que parece haber sido construida recientemente, aunque respetando escrupulosamente la estética más tradicional. Esta casa, antiguamente conocida como "Casa de la Tía Timotea", es en la actualidad el moderno y agradable hotel rural La Casa de Adobe


Chimenea  encestada

Enca y Steve son los propietarios de La Casa de Adobe y a decir verdad, no sabemos con certeza cuál fue el motivo que consiguió convencer a Steve para que se trasladara definitivamente desde su Inglaterra natal hasta Soria, aunque conversando con Enca cuesta poco imaginar quién fue la artífice de ello. Cuando adquirieron la casa podría decirse que estaba a punto de derrumbarse, así que las primeras labores fueron de derribo y desescombro, aunque la preservación de vigas y otros elementos de madera fue un objetivo prioritario, ya que ambos tenían muy claro que la nueva casa debía conservar -lo más fielmente a la tradición- el estilo único de las casas pinariegas. La planta superior de la antigua casa de la Tía Timotea era el granero, un espacio diáfano de techo bajo con unos ventanucos, mientras que la planta inferior estaba ocupada por la cuadra, las habitaciones y la cocina, siendo indudablemente esta última la estancia más frecuentada. Sobre la vertical del hogar en el que crepitaba la leña -única fuente de calor de la época- y ocupando la totalidad de lo que debería ser el techo de la cocina, se elevaba otro elemento peculiar de la arquitectura tradicional. Hablamos de la "chimenea encestada", un gigantesco canasto troncocónico construido sobre un armazón de tablas de roble, tejido con ramas de enebro, barro y cal que se convertía en algo así como la columna vertebral de la casa. La chimenea atravesaba el piso superior y sobresalía por el tejado, recubriéndose exteriormente con tejas para protegerla de las inclemencias del tiempo, terminando en su extremo con tablas de madera para formar la contera y rematando el conjunto con una pieza metálica conocida como chipitel, imprescindible para impedir la entrada de agua y nieve durante el invierno.

Comedor. Al fondo la antigua cocina pinariega

Salón. Sobre el sillón orejero, un intruso

La reconstrucción de la casa -incluyendo la chimenea- no resultó una tarea sencilla porque fue necesario incorporar todas las técnicas actuales sin perder el encanto de las casas antiguas. En la planta baja recibe al viajero un amplio distribuidor desde el que parten las escaleras que suben al piso superior. El enorme comedor abraza por ambos lados a la antigua cocina pinariega que en realidad es hoy en día un cuarto de estar. Unas amplias ventanas iluminan el comedor que se distribuye en dos zonas, una con sillones en torno a una moderna chimenea acristalada y otra algo más elevada donde se ubican las mesas para disfrutar de cenas y desayunos. Un pequeño salón donde ver la única televisión de la casa y una habitación doble completan la planta baja. Subiendo las escaleras se llega a un nuevo distribuidor ocupado en gran medida por el cuerpo central de la chimenea encestada, en torno a la cual se encuentran las cuatro habitaciones dobles -todas ellas exteriores- con las que cuenta el hotel.


Patio exterior de La Casa de Adobe con sus peludos moradores

La amplitud de espacios es una constante en La Casa de Adobe, tanto en las zonas comunes como en las habitaciones. Esta últimas resultan francamente confortables, sin duda ayudadas por los elevados techos con las vigas de madera a la vista, un detalle que puede penalizar durante los meses invernales a los viajeros más frioleros, aunque se dispone de calefacción por hilo radiante con termostato individual en cada habitación. Los cuartos de baño son también generosos en dimensiones y cuentan con ducha de obra así como con un completo equipamiento. Obviamente el color terracota es el predominante en las paredes y ellas mismas son visualmente las protagonistas. La casa resulta muy acogedora a pesar de su austeridad desde el punto de vista decorativo -no debemos olvidar que se trata de una fiel reproducción de las antiguas casas de los labriegos sorianos- aunque sorprende por su calidez. Durante el día se echa en falta algo más de iluminación natural, a pesar de las ventanas adicionales que se abrieron en el comedor, pero si el tiempo acompaña es preferible salir al exterior donde es posible relajarse mientras se observa a la gran familia felina que Steve se encarga de alimentar -con puntualidad británica- dos veces al día. De hecho, cinco minutos antes de la hora, comienzan a tomar posiciones los gatos más madrugadores. Sin embargo todo es armonía, no hay maullidos ni conflictos, y una vez que han comido, cada uno regresa a su lugar de descanso, sólo los gatitos más jóvenes y traviesos permanecen a la vista durante sus momentos de diversión. 


    


Dice el refrán que hay gente para todo, pero nos resistimos a pensar que haya algún huésped de La Casa de Adobe a quien defraude el desayuno. La variedad  del mismo y el cariño con que Enca y Steve atienden a sus invitados son plena garantía de satisfacción. Mermeladas caseras, pan recién tostado, excelente café y -por supuesto- mantequilla de Soria. Para los más desvergonzados y atrevidos, como es nuestro caso, huevos fritos y embutido para terminar el vino de la cena de la noche anterior. Por cierto, las cenas diseñadas a menú cerrado constan de aperitivo, entrante, plato principal y postre, todo ello de elaboración casera y con predominio de los productos de proximidad. En el capítulo dulce el protagonismo es para las recetas inglesas, destacando por méritos propios el buen hacer de Enca en la preparación del Sticky Toffee Pudding y del Apple Crumble, sencillamente deliciosos. Una amplia carta de infusiones naturales es el complemento ideal para una relajada conversación junto a la chimenea.

Las joyas enológicas de Steve

No nos hemos olvidado de los vinos, hilo conductor de nuestros artículos, más bien hemos decidido dejarlos para el final. Fiel a su filosofía de apostar por los productos autóctonos, la selección de vinos realizada por Steve incluye numerosos representantes sorianos. Varias botellas saludan a los comensales desde una vitrina iluminada de camino al comedor y raro es el que no se detiene ante ella a elegir el vino para la cena. Es posible disfrutar de ellos por copas o por botellas, a gusto del consumidor. 


Valdebonita. Fuente: web de la bodega

Comenzamos degustando para acompañar el aperitivo una copa de Valdebonita, monovarietal de Albillo, variedad blanca recién aceptada por la DO. Ribera del Duero, con fermentación y crianza parcial en barrica de roble francés. Está elaborado por Bodegas Rudeles en Peñalba de San Esteban, un atractivo proyecto que ha surgido del esfuerzo común de varios viticultores, propietarios de pequeñas parcelas con cepas centenarias, alguna incluso prefiloxérica. El nombre de la bodega es el resultado de la fusión de la primera sílaba del apellido de cada uno de los socios -Rupérez, Del Hoyo y Espinel- familias todas ellas bien arraigadas a la localidad de Peñalba. Cuentan con algo más de 15 hectáreas de viñedo bastante desperdigado a 950 metros de altitud, múltiples parcelas que obligan a un trabajo metódico y manual de las variedades Tinta del País, Garnacha y Albillo, esta última protagonista del Valdebonita. Amarillo pajizo de capa media con ribete dorado. Nariz plena de manzanas asadas, vainilla, panadería y taller de ebanistería. Entrada muy agradable gracias a un pellizco de azúcar residual, paso alegre y cremoso sin excesiva complejidad, refrescante acidez y postgusto de media duración ligeramente amargo con recuerdos de cáscara de limón. Gran trabajo realizado con una variedad de uva seria y sobria, poco aficionada al folclore aromático. Muy interesante.

12 Linajes Crianza

Para la armonización de la cena de la primera noche nos decantamos por el 12 Linajes Crianza elaborado por Viñedos y Bodegas Gormaz, la antigua sociedad cooperativa de San Esteban de Gormaz, integrada actualmente en el grupo Hispanobodegas. Se trata de un vino "muy Ribera del Duero" monovarietal de Tinta del País con 14 meses de crianza en barrica mixta de roble americano y francés. Visualmente de un color rojo cereza de capa media-alta con ribete granate, le cuesta mostrar en nariz unas tímidas frutas rojas y negras, algo eclipsadas por los tostados y torrefactos de la crianza. Agradece mucho la aireación, desapareciendo ese exceso de madera, para dar paso a la mermelada de ciruelas, el regaliz y los balsámicos. Resulta muy elegante en boca, con esa sincera acidez que caracteriza a los riberas más orientales y en el final de media persistencia, reaparece el café y los recuerdos a caja de puros. Más que correcto, aunque precisa de tiempo en la copa para mostrar todo lo tiene.


Rudeles 23

El elegido para la segunda de las cenas, fue en realidad una recomendación personal de Steve.   La etiqueta del Rudeles 23 no resulta especialmente atractiva, más bien parece algo infantil, y representa el mapa a mano alzada de los 23 viñedos de los que proceden las uvas. Ensamblaje de Tinta del País y Garnacha (95-5) con posterior crianza durante 5 ó 6 meses en barrica de roble francés. Picota de capa muy alta con menisco violáceo, indicativo de su juventud. Guindas y otras frutas rojas, acompañadas de recuerdos lácticos, suaves mentolados y especiados. En boca es cremoso, redondo y amable, con unas sutiles notas de crianza que acompañan sin molestar. Fácil, accesible y diseñado para hacer disfrutar. Excelente.

Concluimos aquí este breve serie dedicada al sur de la provincia de Soria, un rincón de la España interior pendiente de ser descubierto. Naturaleza, historia, gastronomía y buenas gentes. Remanso de tranquilidad donde una conversación es el mejor placer y compartir una copa de vino representa la máxima felicidad.

We will return!


Los autores del blog con Enca y Steve en la puerta de su casa

viernes, 22 de noviembre de 2019

> Destino Soria (I): historia y paisajes




Tan cercana como lejana, la provincia de Soria tiene todo el encanto de las tierras del interior. A diferencia de las comarcas montañosas y boscosas del norte soriano donde la industria de la madera supone el motor económico, la mitad sur tiene una orografía más llana y una vocación significativamente más agroganadera. Podría decirse que la frontera entre ambos territorios es el propio río Duero, que vertebra la provincia de este a oeste desde su mismo nacimiento en los Picos de Urbión hasta que se adentra en tierras burgalesas.


Vistas desde el Castillo de Gormaz

Girasoles en la falda del Castillo de Gormaz

El paisaje del sur soriano es Castilla en estado puro. Eternas extensiones de cereal y girasol -las mismas que inspiraron en su obra a Antonio Machado, sevillano de nacimiento y soriano de adopción- decoradas por las pinceladas verdosas de los cauces fluviales y los pinares que hacen equilibrio en algunas laderas, vigilados desde lo alto de algún promontorio por las ruinas de castillos cristianos y alcazabas musulmanas, como la impresionante Fortaleza Califal de Gormaz, visible desde varios kilómetros de distancia. Construida aprovechando toda la superficie horizontal de un altozano cerca del Duero, sorprende por sus grandes dimensiones y por las magníficas vistas que desde allí se tienen de toda la comarca. No debemos olvidar que durante mucho tiempo el río Duero marcó el límite que separaba el territorio musulmán del cristiano y fue por tanto objeto de disputa entre ambos bandos.


Calle Real de Calatañazor

Torreznos y Ribera del Duero

En ese mismo contexto histórico de la Reconquista, resulta imprescindible la visita a la localidad de Calatañazor, pequeña villa medieval de casas de adobe y soportales de madera, en cuyas proximidades tuvo lugar la batalla que puso fin a la hegemonía militar del caudillo musulmán Almanzor, como bien lo rememora un busto en una replaceta de su empedrada calle Real. No queda claro si dicha batalla se produjo realmente o si más bien fue invención de algún cronista cristiano -propaganda política de la época- y que con el paso de los siglos tomó forma de leyenda para después convertirse en realidad. En cualquier caso, las piedras de las murallas de Calatañazor no parecen tener prisa, de manera que el conjunto monumental erigido sobre los cortados del cauce del río Milanos, bien merece un paseo sosegado. Si la climatología no acompaña -incluso aunque acompañe- el visitante puede buscar refugio y reponer fuerzas en varios restaurantes de cocina tradicional soriana donde se puede considerar ofensivo no tomar unos torreznos y una copa de vino, por supuesto Ribera del Duero, porque no sólo de uva vallisoletana y burgalesa se nutre dicha denominación de origen. 


La Fuentona, un lugar mágico

Esquema del sistema de galerías de La Fuentona

Dejando a un lado la historia, los atractivos del medio natural son por sí mismos, motivo suficiente para justificar una escapada a este rincón de la provincia de Soria. Muy cerca de Calatañazor, en la localidad de Muriel de la Fuente, se puede visitar el paraje conocido como La Fuentona, una laguna natural con forma de embudo kárstico que es en realidad el nacimiento del río Abión. El entorno tiene algo de místico y en sus orillas se puede percibir cómo fluye la naturaleza en forma de agua cristalina. Las profundidades de La Fuentona han sido en parte exploradas por los especialistas de espeleobuceo del programa televisivo Al filo de lo imposible, aunque a día de hoy sigue sin saberse con certeza la longitud de las galerías subterráneas inundadas que conforman este fascinante fenómeno geológico. Este mágico paraje también sirvió de inspiración al poeta romántico Gustavo Adolfo Bécquer -otro sevillano- para escribir la leyenda Los Ojos Verdes en la que un espíritu malévolo con forma de bella mujer y ojos color esmeralda enamoraba perdidamente a un caballero y lo arrastraba hacia las oscuras aguas de una laguna.


Cañón del Río Lobos

Ermita de San Bartolomé


Por méritos propios, el principal reclamo turístico es el Parque Natural del Cañón del Río Lobos, un bello y encajonado valle calizo que a lo largo de 25 kilómetros se extiende entre las provincias de Soria y Burgos. Visualmente precioso como consecuencia del doble efecto erosivo del agua y del viento, sus paredes, riachuelos, cuevas y simas son ricos en flora y fauna autóctona. Sin mucho esfuerzo por nuestra parte, tuvimos la oportunidad de avistar buitres leonados, corzos, petirrojos, ardillas y ranas. Dispone de varios accesos con aparcamientos bien señalizados. Es posible realizar numerosas rutas a pie, siendo la más habitualmente transitada la que por el fondo del cañón lleva hasta la ermita de San Bartolomé y desde allí hasta el Puente de los Siete Ojos. Dar un paseo por este parque natural es un completo deleite para los sentidos. Erróneamente hay quien afronta una jornada así como si fuera una carrera, cuando en realidad debe disfrutarse cada rincón. Escuchando y observando a la naturaleza sin prisa alguna es la mejor manera de conseguir conectar con ella, y si se tiene sensibilidad y paciencia, es sólo cuestión de tiempo que el medio natural termine por comunicarse con el visitante.



Al sur del Cañón del Río Lobos está la villa de Ucero -donde por cierto adquirimos varias botellas de vino en una coqueta tienda situada en la misma carretera- y muy cerca de allí, nuestro destino final en la localidad de Valdemaluque: el hotel rural La Casa de Adobe.

En la próxima entrada todos los detalles de nuestra estancia.