lunes, 2 de diciembre de 2019

> Destino Soria (y II): hotel rural La Casa de Adobe




Valdemaluque es una apacible localidad soriana prácticamente equidistante entre la ciudad episcopal de El Burgo de Osma y el Cañón del Río Lobos del que ya hablamos en una entrada anterior. Su urbanismo sigue la vega del río Ucero y sus edificaciones -incluso las más modernas- recuerdan a las antiguas casas pinariegas. Este tipo de construcciones representan la arquitectura rústica popular del oeste soriano, paredes con un entramado de madera sobre una base de piedra donde se asientan los muros de adobe y tapial. Tradicionalmente la casa pinariega se conformaba en una única planta destinada a vivienda y cuadra, con un granero en el piso superior. Todavía es posible ver en Valdemaluque algunas de esas antiguas casas -la mayoría destinadas a uso agrícola y de almacenaje- muchas de ellas en un lamentable estado de abandono. Sin embargo, a cualquier visitante le llamará la atención una casa pinariega de gran tamaño que parece haber sido construida recientemente, aunque respetando escrupulosamente la estética más tradicional. Esta casa, antiguamente conocida como "Casa de la Tía Timotea", es en la actualidad el moderno y agradable hotel rural La Casa de Adobe


Chimenea  encestada

Enca y Steve son los propietarios de La Casa de Adobe y a decir verdad, no sabemos con certeza cuál fue el motivo que consiguió convencer a Steve para que se trasladara definitivamente desde su Inglaterra natal hasta Soria, aunque conversando con Enca cuesta poco imaginar quién fue la artífice de ello. Cuando adquirieron la casa podría decirse que estaba a punto de derrumbarse, así que las primeras labores fueron de derribo y desescombro, aunque la preservación de vigas y otros elementos de madera fue un objetivo prioritario, ya que ambos tenían muy claro que la nueva casa debía conservar -lo más fielmente a la tradición- el estilo único de las casas pinariegas. La planta superior de la antigua casa de la Tía Timotea era el granero, un espacio diáfano de techo bajo con unos ventanucos, mientras que la planta inferior estaba ocupada por la cuadra, las habitaciones y la cocina, siendo indudablemente esta última la estancia más frecuentada. Sobre la vertical del hogar en el que crepitaba la leña -única fuente de calor de la época- y ocupando la totalidad de lo que debería ser el techo de la cocina, se elevaba otro elemento peculiar de la arquitectura tradicional. Hablamos de la "chimenea encestada", un gigantesco canasto troncocónico construido sobre un armazón de tablas de roble, tejido con ramas de enebro, barro y cal que se convertía en algo así como la columna vertebral de la casa. La chimenea atravesaba el piso superior y sobresalía por el tejado, recubriéndose exteriormente con tejas para protegerla de las inclemencias del tiempo, terminando en su extremo con tablas de madera para formar la contera y rematando el conjunto con una pieza metálica conocida como chipitel, imprescindible para impedir la entrada de agua y nieve durante el invierno.

Comedor. Al fondo la antigua cocina pinariega

Salón. Sobre el sillón orejero, un intruso

La reconstrucción de la casa -incluyendo la chimenea- no resultó una tarea sencilla porque fue necesario incorporar todas las técnicas actuales sin perder el encanto de las casas antiguas. En la planta baja recibe al viajero un amplio distribuidor desde el que parten las escaleras que suben al piso superior. El enorme comedor abraza por ambos lados a la antigua cocina pinariega que en realidad es hoy en día un cuarto de estar. Unas amplias ventanas iluminan el comedor que se distribuye en dos zonas, una con sillones en torno a una moderna chimenea acristalada y otra algo más elevada donde se ubican las mesas para disfrutar de cenas y desayunos. Un pequeño salón donde ver la única televisión de la casa y una habitación doble completan la planta baja. Subiendo las escaleras se llega a un nuevo distribuidor ocupado en gran medida por el cuerpo central de la chimenea encestada, en torno a la cual se encuentran las cuatro habitaciones dobles -todas ellas exteriores- con las que cuenta el hotel.


Patio exterior de La Casa de Adobe con sus peludos moradores

La amplitud de espacios es una constante en La Casa de Adobe, tanto en las zonas comunes como en las habitaciones. Esta últimas resultan francamente confortables, sin duda ayudadas por los elevados techos con las vigas de madera a la vista, un detalle que puede penalizar durante los meses invernales a los viajeros más frioleros, aunque se dispone de calefacción por hilo radiante con termostato individual en cada habitación. Los cuartos de baño son también generosos en dimensiones y cuentan con ducha de obra así como con un completo equipamiento. Obviamente el color terracota es el predominante en las paredes y ellas mismas son visualmente las protagonistas. La casa resulta muy acogedora a pesar de su austeridad desde el punto de vista decorativo -no debemos olvidar que se trata de una fiel reproducción de las antiguas casas de los labriegos sorianos- aunque sorprende por su calidez. Durante el día se echa en falta algo más de iluminación natural, a pesar de las ventanas adicionales que se abrieron en el comedor, pero si el tiempo acompaña es preferible salir al exterior donde es posible relajarse mientras se observa a la gran familia felina que Steve se encarga de alimentar -con puntualidad británica- dos veces al día. De hecho, cinco minutos antes de la hora, comienzan a tomar posiciones los gatos más madrugadores. Sin embargo todo es armonía, no hay maullidos ni conflictos, y una vez que han comido, cada uno regresa a su lugar de descanso, sólo los gatitos más jóvenes y traviesos permanecen a la vista durante sus momentos de diversión. 


    


Dice el refrán que hay gente para todo, pero nos resistimos a pensar que haya algún huésped de La Casa de Adobe a quien defraude el desayuno. La variedad  del mismo y el cariño con que Enca y Steve atienden a sus invitados son plena garantía de satisfacción. Mermeladas caseras, pan recién tostado, excelente café y -por supuesto- mantequilla de Soria. Para los más desvergonzados y atrevidos, como es nuestro caso, huevos fritos y embutido para terminar el vino de la cena de la noche anterior. Por cierto, las cenas diseñadas a menú cerrado constan de aperitivo, entrante, plato principal y postre, todo ello de elaboración casera y con predominio de los productos de proximidad. En el capítulo dulce el protagonismo es para las recetas inglesas, destacando por méritos propios el buen hacer de Enca en la preparación del Sticky Toffee Pudding y del Apple Crumble, sencillamente deliciosos. Una amplia carta de infusiones naturales es el complemento ideal para una relajada conversación junto a la chimenea.

Las joyas enológicas de Steve

No nos hemos olvidado de los vinos, hilo conductor de nuestros artículos, más bien hemos decidido dejarlos para el final. Fiel a su filosofía de apostar por los productos autóctonos, la selección de vinos realizada por Steve incluye numerosos representantes sorianos. Varias botellas saludan a los comensales desde una vitrina iluminada de camino al comedor y raro es el que no se detiene ante ella a elegir el vino para la cena. Es posible disfrutar de ellos por copas o por botellas, a gusto del consumidor. 


Valdebonita. Fuente: web de la bodega

Comenzamos degustando para acompañar el aperitivo una copa de Valdebonita, monovarietal de Albillo, variedad blanca recién aceptada por la DO. Ribera del Duero, con fermentación y crianza parcial en barrica de roble francés. Está elaborado por Bodegas Rudeles en Peñalba de San Esteban, un atractivo proyecto que ha surgido del esfuerzo común de varios viticultores, propietarios de pequeñas parcelas con cepas centenarias, alguna incluso prefiloxérica. El nombre de la bodega es el resultado de la fusión de la primera sílaba del apellido de cada uno de los socios -Rupérez, Del Hoyo y Espinel- familias todas ellas bien arraigadas a la localidad de Peñalba. Cuentan con algo más de 15 hectáreas de viñedo bastante desperdigado a 950 metros de altitud, múltiples parcelas que obligan a un trabajo metódico y manual de las variedades Tinta del País, Garnacha y Albillo, esta última protagonista del Valdebonita. Amarillo pajizo de capa media con ribete dorado. Nariz plena de manzanas asadas, vainilla, panadería y taller de ebanistería. Entrada muy agradable gracias a un pellizco de azúcar residual, paso alegre y cremoso sin excesiva complejidad, refrescante acidez y postgusto de media duración ligeramente amargo con recuerdos de cáscara de limón. Gran trabajo realizado con una variedad de uva seria y sobria, poco aficionada al folclore aromático. Muy interesante.

12 Linajes Crianza

Para la armonización de la cena de la primera noche nos decantamos por el 12 Linajes Crianza elaborado por Viñedos y Bodegas Gormaz, la antigua sociedad cooperativa de San Esteban de Gormaz, integrada actualmente en el grupo Hispanobodegas. Se trata de un vino "muy Ribera del Duero" monovarietal de Tinta del País con 14 meses de crianza en barrica mixta de roble americano y francés. Visualmente de un color rojo cereza de capa media-alta con ribete granate, le cuesta mostrar en nariz unas tímidas frutas rojas y negras, algo eclipsadas por los tostados y torrefactos de la crianza. Agradece mucho la aireación, desapareciendo ese exceso de madera, para dar paso a la mermelada de ciruelas, el regaliz y los balsámicos. Resulta muy elegante en boca, con esa sincera acidez que caracteriza a los riberas más orientales y en el final de media persistencia, reaparece el café y los recuerdos a caja de puros. Más que correcto, aunque precisa de tiempo en la copa para mostrar todo lo tiene.


Rudeles 23

El elegido para la segunda de las cenas, fue en realidad una recomendación personal de Steve.   La etiqueta del Rudeles 23 no resulta especialmente atractiva, más bien parece algo infantil, y representa el mapa a mano alzada de los 23 viñedos de los que proceden las uvas. Ensamblaje de Tinta del País y Garnacha (95-5) con posterior crianza durante 5 ó 6 meses en barrica de roble francés. Picota de capa muy alta con menisco violáceo, indicativo de su juventud. Guindas y otras frutas rojas, acompañadas de recuerdos lácticos, suaves mentolados y especiados. En boca es cremoso, redondo y amable, con unas sutiles notas de crianza que acompañan sin molestar. Fácil, accesible y diseñado para hacer disfrutar. Excelente.

Concluimos aquí este breve serie dedicada al sur de la provincia de Soria, un rincón de la España interior pendiente de ser descubierto. Naturaleza, historia, gastronomía y buenas gentes. Remanso de tranquilidad donde una conversación es el mejor placer y compartir una copa de vino representa la máxima felicidad.

We will return!


Los autores del blog con Enca y Steve en la puerta de su casa

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