La visita sin cita previa no cogió por sorpresa a Jules, apenas nada le podía sorprender después de tantos años trabajando como investigador privado.
Por su despacho habían pasado clientes de todo tipo, desde esposas que sospechaban de la infidelidad de su marido hasta empresarios que no terminaban de creerse las bajas médicas de algún empleado. De manera que cuando aquel elegante desconocido de ojos azules y pelo blanco tomó asiento frente a su mesa, Jules se acomodó en su silla y se preparó para escucharle. El desconocido comenzó pidiéndole mantener en secreto su identidad y continuó explicando que era un coleccionista de vinos, pero no de vinos comerciales, sino de vinos raros, de esos que sólo se encuentran en bodegas antiguas y que nunca salieron a la venta. En realidad no podía decirse que fuera un especulador porque los vinos de su colección nunca salían de su casa, se cataban y disfrutaban en la intimidad, sin ostentación alguna, casi de un modo pecaminoso y egoísta.
- Soy un adorador de vinos y tengo un trabajo para usted, señor Wine -le dijo el desconocido mientras se cruzaba de piernas. Jules entornó los ojos intentando evaluar al extraño personaje a la vez que calculaba cuánto tiempo le iba a robar semejante encargo. Necesito que consiga un vino para mi colección y tenga la seguridad de que sabré recompensarle -añadió el desconocido con cierto engreimiento a la vez que retiraba una invisible mota de polvo de la solapa de su traje. La mandíbula de Jules se relajó imperceptiblemente, al parecer el trabajo iba a ser pan comido. Un par de llamadas, dos o tres páginas web especializadas en vinos, en unos días la botella entregada y la minuta abonada. Coser y cantar, vamos...
- No hay problema. ¿De qué vino se trata? -preguntó Jules, seguro de sí mismo como pocas veces.
- Ahí radica la dificultad de su trabajo y por eso seré inmensamente generoso. El vino que deseo que consiga, probablemente no existe -respondió con sarcasmo el misterioso visitante.
- No intente engañarme -había advertido días antes el desconocido desde la puerta del despacho de Jules con un dedo acusador apuntando al cielo. Si mi deseo fuera conseguir un vino caro, lo pagaría gustoso y no estaría aquí perdiendo el tiempo hablando con usted -añadió con soberbia. Soy un enfermo, tengo una adicción sin cura ni tratamiento y no estoy dispuesto a conformarme con cualquier cosa -zanjó el desconocido y abandonó la sala sin darle tiempo al detective para poder replicarle.
Llamó al camarero para ordenar una última copa de manzanilla -porque pedir otra bebida en Sanlúcar es poco menos que un insulto- pero en esa fase autodestructiva por la que todos hemos pasado alguna vez en momentos de zozobra, Jules cambió en el último instante de decisión y le dijo al camarero que le sirviera un amontillado. Sorprendido el muchacho por una petición tan inusual, le hizo un gesto con la cabeza a la vez que se llevaba el índice a los labios en un claro signo de discreción.
- El señor sabe de sobra lo que es bueno -dijo el camarero en un susurro y le sirvió una copa de una botella sin etiqueta que sacó del último rincón de la cámara frigorífica. Jules observó aquel vino color oro viejo con tonos caoba y lo acercó a su nariz. De inmediato le envolvieron los aromas a nueces y orejones, los recuerdos a mueble antiguo y a cáscara de naranja escarchada. Tomó un pequeño sorbo y lo mantuvo unos segundos antes de tragarlo para descubrir un equilibrio perfecto entre el velo de flor y la bota de roble. Poesía hecha vino tras décadas de crianza oxidativa en alguna oscura bodega.
- ¿Dónde puedo conseguir esta maravilla? -preguntó Jules titubeante al camarero, apenas con un hilo de voz, consciente de haber encontrado el Grial que perseguía.
- Nos lo regala un señor mayor con el que mi jefe tiene amistad. Su local está aquí a la vuelta de la esquina, pero no suele venderlo a nadie -afirmó el camarero mientras se alejaba para atender a otro parroquiano.
Un ligero mareo asaltó a Jules al levantarse de la mesa, en parte por las generosas dosis de manzanilla previamente ingeridas, pero sin duda agudizado por la posibilidad real y palpable de llevar a buen puerto el encargo recibido. No tardó en encontrar el despacho de vinos Las Palomas en la cercana Plaza de Abastos. Bastante más le costó convencer al propietario para que le vendiera un par de botellas de aquel elixir. El aspecto agotado y jadeante de Jules al traspasar el umbral ayudó un poco a ablandar al propietario.
- Mire usted, amable señor -comenzó el detective tragando a duras penas saliva. Mi prestigio y profesionalidad dependen de su vino y de su buena voluntad. No me haga preguntas pero... ¡necesito que me venda al menos una botella de su amontillado!
Sin darse cuenta Jules había levantado innecesariamente la voz y apoyado con ambas manos en el mostrador, hablaba casi con violencia escupiendo las palabras. Tras unos segundos de silencio, en los que sólo se escuchaba la voz rasgada de Camarón proveniente de un viejo transistor a pilas, el asustado encargado del despacho de vinos giró sobre sus talones, cogió una botella vacía de un estante y se dirigió a la trastienda. Un emocionado Jules le siguió hasta la penumbra y observó extasiado la nube de polvo que se levantó al retirar un saco de arpillera que ocultaba una bota oscura como la noche, medio escondida en un rincón entre trastos y mangueras. El hombre abrió el grifo y de nuevo Jules percibió esos aromas de ensueño mientras se llenaba la botella. Sin mediar palabra aquel hombre tapó la botella, se la entregó al detective y extendió la mano para recibir su dinero.
La sonrisa de Jules no se borraba de su cara durante el viaje de regreso. En el interior de su maleta, convenientemente envuelta y protegida por varias prendas de ropa, llevaba la garantía del éxito cosechado. Contaba las horas que faltaban para su cita con el adorador de vinos, aquel tipo estirado que se había atrevido a poner en duda el buen hacer de un bregado investigador privado como Jules. Al día siguiente, se encontraron ambos de nuevo cara a cara en el despacho del detective. Entre los dos, sobre la mesa, esperaban la ansiada botella de vino y dos copas vacías. El extraño personaje del pelo blanco se sirvió una copa y dejó de nuevo la botella sobre la mesa, ignorando deliberadamente la copa de Jules, en un claro gesto de desprecio. Envalentonado por su éxito, el detective se sirvió una generosa cantidad de vino en su copa, la acercó a su nariz y cerró los ojos. Tras varios minutos de silencio, el adorador de vinos se levantó de su silla, se ajustó el nudo de la corbata, cogió la botella y dio dos pasos hacia la puerta. Como la vez anterior, repitió el gesto teatral de girarse hacia Jules antes de marcharse y desde la distancia habló con su elegante voz.
- Enhorabuena por su trabajo, señor Wine -murmuró a duras penas. Como le dije, sabré recompensarle. Soy un escritor de prestigio y le garantizo que usted será el protagonista de mi próxima novela. Espero que con ello quede sellada definitivamente nuestra relación profesional.
- No esperaba menos de alguien como usted. Ambos somos unos caballeros -zanjó Jules incorporándose de su asiento mientras apuraba la copa de vino.
- Un pacto entre caballeros, me recuerda a una canción -meditó el misterioso visitante.
- Yo he cumplido mi parte, ahora le toca a usted corresponder -dijo el detective, acercándose a su cliente.
- No lo dude, señor Wine. Quedará plenamente satisfecho -respondió el extraño adorador de vinos despidiéndose de Jules con un firme apretón de manos.
Varios meses más tarde, Jules se encontraba de nuevo en su despacho, rodeado por el habitual desorden de papeles sobre su mesa cuando sonó el estridente timbre de la puerta y el sobresalto le hizo derramar la copa de vino que tenía a su lado sobre unos informes. Se levantó mascullando improperios, abrió la puerta con desagrado y se encontró con la cara aburrida de un mensajero.
- ¿Es usted el señor Jules Wine? -preguntó el mensajero con hastío.
- Depende de para qué -fue la agria contestación del detective.
- Traigo un paquete para usted. Firme abajo y es suyo -y se marchó a toda velocidad sin dar tiempo a que Jules le respondiera.
El envoltorio del paquete no proporcionaba información alguna. Un papel recio envolvía un objeto rectangular, sin remitente ni nada por el estilo. Jules sacó un cortaplumas del primer cajón de su mesa y con cautela, por si detrás del envío se hallaba un marido despechado deseoso de jugarle una mala pasada, rasgó delicadamente uno tras otro los laterales del paquete. Extrajo suavemente el objeto y de inmediato supo que aquel elegante extraño adorador de vinos había cumplido su palabra. No pudo reprimir una sonrisa al comenzar a leer el primer capítulo:
"La visita sin cita previa no cogió por sorpresa a Jules, apenas nada le podía sorprender después de tantos años trabajando como investigador privado..."
- Mire usted, amable señor -comenzó el detective tragando a duras penas saliva. Mi prestigio y profesionalidad dependen de su vino y de su buena voluntad. No me haga preguntas pero... ¡necesito que me venda al menos una botella de su amontillado!
Sin darse cuenta Jules había levantado innecesariamente la voz y apoyado con ambas manos en el mostrador, hablaba casi con violencia escupiendo las palabras. Tras unos segundos de silencio, en los que sólo se escuchaba la voz rasgada de Camarón proveniente de un viejo transistor a pilas, el asustado encargado del despacho de vinos giró sobre sus talones, cogió una botella vacía de un estante y se dirigió a la trastienda. Un emocionado Jules le siguió hasta la penumbra y observó extasiado la nube de polvo que se levantó al retirar un saco de arpillera que ocultaba una bota oscura como la noche, medio escondida en un rincón entre trastos y mangueras. El hombre abrió el grifo y de nuevo Jules percibió esos aromas de ensueño mientras se llenaba la botella. Sin mediar palabra aquel hombre tapó la botella, se la entregó al detective y extendió la mano para recibir su dinero.
- Enhorabuena por su trabajo, señor Wine -murmuró a duras penas. Como le dije, sabré recompensarle. Soy un escritor de prestigio y le garantizo que usted será el protagonista de mi próxima novela. Espero que con ello quede sellada definitivamente nuestra relación profesional.
- No esperaba menos de alguien como usted. Ambos somos unos caballeros -zanjó Jules incorporándose de su asiento mientras apuraba la copa de vino.
- Un pacto entre caballeros, me recuerda a una canción -meditó el misterioso visitante.
- Yo he cumplido mi parte, ahora le toca a usted corresponder -dijo el detective, acercándose a su cliente.
- No lo dude, señor Wine. Quedará plenamente satisfecho -respondió el extraño adorador de vinos despidiéndose de Jules con un firme apretón de manos.
Varios meses más tarde, Jules se encontraba de nuevo en su despacho, rodeado por el habitual desorden de papeles sobre su mesa cuando sonó el estridente timbre de la puerta y el sobresalto le hizo derramar la copa de vino que tenía a su lado sobre unos informes. Se levantó mascullando improperios, abrió la puerta con desagrado y se encontró con la cara aburrida de un mensajero.
- ¿Es usted el señor Jules Wine? -preguntó el mensajero con hastío.
- Depende de para qué -fue la agria contestación del detective.
- Traigo un paquete para usted. Firme abajo y es suyo -y se marchó a toda velocidad sin dar tiempo a que Jules le respondiera.
El envoltorio del paquete no proporcionaba información alguna. Un papel recio envolvía un objeto rectangular, sin remitente ni nada por el estilo. Jules sacó un cortaplumas del primer cajón de su mesa y con cautela, por si detrás del envío se hallaba un marido despechado deseoso de jugarle una mala pasada, rasgó delicadamente uno tras otro los laterales del paquete. Extrajo suavemente el objeto y de inmediato supo que aquel elegante extraño adorador de vinos había cumplido su palabra. No pudo reprimir una sonrisa al comenzar a leer el primer capítulo:
"La visita sin cita previa no cogió por sorpresa a Jules, apenas nada le podía sorprender después de tantos años trabajando como investigador privado..."
Un relato corto¡¡
ResponderEliminarGracias Paco¡¡¡ Aunque nunca habrás sudado tanto escribiéndolo como yo buscándolo por el alto de el Castillo de Sanlúcar La Mayor , aunque siempre había una manzanilla fria al final para compensar el esfuerzo.
Los caballeros cumplimos nuestras promesas. Recíprocamente...
ResponderEliminarMe recuerdas mucho a Jose LUis Alvite cuando escribes. Maravillo cronista de los años duros de Chicago. Léia artículos en Herrera en la Onda en Onda Cero, Como me gustaba¡¡¡¡¡
ResponderEliminar¡Cómo se notan las clases del hermano Cecilio...!
ResponderEliminarAlguna vez has sospechado de la infidelidad de tu pareja o necesitado investigar a alguien antes de hacer negocios con él?
ResponderEliminarEn estos casos y muchos otros, los detectives privados pueden ser la respuesta. Estos profesionales se dedican a recolectar información y realizar investigaciones para individuos, empresas o abogados. Por ejemplo, si necesitas un detective privado Canarias, te aconsejamos contactar con profesionales especializados, experimentados en todo tipo de servicios de investigación.