lunes, 24 de octubre de 2016

> Hacia las estrellas...






Desde tiempos inmemoriales, la localidad de Almonacid de la Sierra, ubicada a los pies de la Sierra de Algairén, ha tenido fama de elaborar vinos de calidad. Cierto es que las cosas han cambiado, y mucho... Hace treinta o cuarenta años, los vinos de Almonacid eran apreciados incluso fuera de Aragón por su gran carga cromática y su elevado contenido alcohólico. Los mayores del lugar aún recuerdan las cisternas que partían con destino a otras zonas vinícolas españolas, necesitadas de los potentes vinos de Almonacid con la finalidad de mejorar sus vinos pálidos, flojos y sin capacidad de guarda. Todas y cada una de las familias del pueblo elaboraban vino, algunas lo vendían a las cooperativas, pero la mayoría lo destinaban para su autoconsumo. 


Viñedos a los pies de la Sierra de Algairén

En la parte alta de la localidad, donde las calles se tornan cuestas y las estribaciones más bajas de la sierra casi contactan con las casas, pueden observarse multitud de "chimeneas" que no son sino los respiraderos de las bodegas familiares donde antaño cada uno elaboraba su vino. En la actualidad, esos recuerdos del pasado se conservan para uso privado, al menos aquellas cuevas que no han sido vendidas a propietarios incapaces de realizar un adecuado mantenimiento de las mismas. No es infrecuente que una bodega mal cuidada, sin la ventilación imprescindible, se haya hundido irremediablemente, dañando y arrastrando a otras bodegas-cuevas colindantes, ya que esas laderas son un gigantesco queso Gruyere de galerías y escaleras, imposible de cartografiar con un mínimo rigor.


Interior de las Bodegas Centenarias Manuel Moneva

Muchas de esas bodegas familiares no son visitables, en realidad ninguna de ellas lo es, a menos que se cuente con la confianza de algún propietario dispuesto a mostrarlas. En su interior duermen unas cubas gigantescas que apenas dejan espacio para pasar, algunas de ellas de hasta 11000 litros de capacidad, cubas que evidentemente fueron montadas duela a duela directamente en el interior de la bodega, y allí reposan unos vinos arcaicos, casi pleistocénicos, con varios decenios a sus espaldas, pero que en la oscuridad y el silencio de esas cuevas a temperatura constante en invierno y en verano, evolucionan con lentitud y sin defecto alguno. Son unos vinos que se heredan de padres a hijos, que nadie se atreve a poner en venta, sería una verdadera ofensa a la memoria de sus antepasados. Se reservan para agasajar a los invitados o para disfrutarlos con amigos y gente de confianza, al calor de la conversación y de un trozo de queso.


Imagen publicitaria del Almonac


Tuvimos la fortuna de contactar con Jesús Moneva, copropietario junto con su hermano de Bodegas Manuel Moneva, empresa familiar de honda tradición vitivinícola que data del siglo XIX, época en la que su bisabuelo ya vendía sus vinos por carros a la capital de la provincia. Hoy en día, los hermanos Moneva cuentan con una bodega moderna en la parte baja de Almonacid con todos los adelantos técnicos donde elaboran los vinos que comercializan, como ese Almonac, blanco semidulce de Macabeo con un ligero resto de carbónico que nos tomamos con gran satisfacción para aliviar nuestra sed en aquella calurosa tarde del mes de mayo. No obstante, conservan con todo el cariño aquella bodega-cueva centenaria que excavó su bisabuelo, amplió su abuelo y conservó su padre, y descender por aquellos estrechos escalones de piedra fue como viajar en el tiempo. 



Cubas y más cubas, cada una con su nombre


A nuestros pies la escalera terminaba en una suerte de cruce de caminos en el que confluían tres galerías subterráneas a distintas alturas. Cubas de roble enormes se situaban alineadas una tras otra a un lado, dejando un exiguo espacio para apenas caminar casi rozando la piedra de la pared del lado opuesto. Todas las cubas contaban con un letrero de madera en el que figuraba su nombre, porque a cada cuba de los Moneva se le bautiza igual que a un crío. "La Rinconera", "El Novillo", "La Olvido", "La Preñada", "Los Doce Apóstoles" y "La Enterrada" nos saludaron al pasar junto a ellas. En un recodo de la galería adyacente, captaron nuestra atención unos atractivos recuerdos a fruta desecada, clavo y frutos secos. La cuba de la que emanaban esos deliciosos aromas ostentaba en su letrero un curioso nombre, "La del Conde", y nuestros rostros debieron de hablar por nosotros, porque inmediatamente Jesús se subió a una desvencijada escalera de madera y nos llenó las copas con un vino de más de 100 años de edad. Esa garnacha envejecida, de color caoba y deliciosa fase olfativa bien podría pasar por un Oporto o por un oloroso de Jerez. Más que aromas terciarios, si se nos permite la licencia, tenía aromas cuaternarios... Un vino verdaderamente alucinante, casi medicinal, una joya, una rareza exclusiva, algo único...


Selfie catando "La del Conde"


Este tipo de vinos no se trasiegan ni reciben tratamiento alguno, permanecen en sus cubas "dando de beber a la madera", cubas que desde luego no son capaces de recordar la última vez que aportaron algo de microoxigenación, sellados como están sus poros por décadas de contacto con el vino. Las mermas ocasionadas por la absorción del roble y por todos aquellos que, como nosotros, bajamos a "tomar muestras", se reponen periódicamente con vino procedente de otras cubas, siguiendo el criterio catador y el buen albedrío de cada bodeguero, sin normas fijas ni previsión alguna. Se trata de un método subjetivo y personal, porque como hemos indicado, estos vinos no están destinados a ser comercializados y, otro detalle imprescindible, deben tomarse en su propio hábitat,  en aquellas cuevas donde han sido criados para el deleite de quien sea invitado a visitarlas.



Bebiendo en la teja con la ayuda de Jesús


Todo aquel que tiene la suerte de ser invitado a visitar la bodega-cueva centenaria de los hermanos Moneva, tiene la obligación de cumplir con un ritual antes de abandonarla: debe "beber en la teja". En la parte más baja en cuanto a profundidad de la bodega, se ubica una cuba que contiene un vino muy particular. Se trata de un blanco elaborado con Macabeo y que recibe el nombre de Pajarilla, pero nada tiene que ver con lo que habitualmente se comercializa. Es un macabeo seco, muy seco, punzantemente ácido y con un final moderadamente amargo. Guarda más similitudes con un fino de Jerez o una manzanilla de Sanlúcar que con cualquier otra cosa conocida. Lo verdaderamente peculiar es la manera en que debe beberse y, ante nuestra indecisión, Jesús no dudó en hacernos una demostración. Trepó de nuevo por la escalera de madera, y desde lo alto nos hizo agarrar el borde inferior de una teja que él mismo sujetaba con la mano. A una indicación suya. nos ordenó acercar los labios a la teja, mientras él delicadamente derramaba desde su atalaya una copa de pajarilla que previamente había extraído de la cuba. El vino se deslizó en nuestra boca con finura, porque para disfrutar de un  trago de pajarilla en la teja, la clave reside en la sutileza de quien derrama el vino desde la escalera, y en esa materia Jesús tiene toda una vida de experiencia. Esta pajarilla de la teja no se cata, sencillamente se bebe y se disfruta, pero sobre todo se comparte, porque es indispensable la colaboración de al menos dos personas para usar la teja.


Inscripción en una de las paredes de la bodega: 


Más de dos horas permanecimos a varios metros bajo tierra, probando vinos de distintas cubas, charlando con Jesús de las tradiciones y los trabajos de épocas pasadas. Nos habló de las cuadrillas de "vendimiadores", que cobraban parte de su salario en vino y que durante las largas jornadas de vendimia dejaban a la sombra de una vid en cada extremo del viñedo una botella de vino para ir dando cuenta de ella, y que eran capaces de dejar la vendimia a medias si les faltaba bebida. Nos habló también de los "mejedores", profesionales de alto riesgo que tenían como labor realizar los remontados en los lagares de manera artesanal "meciendo el sombrero", caminando sobre él con la ayuda de unos tablones, de ahí su nombre (mejedores o mecedores) y cuántos de ellos perdieron la vida al caer al interior del lagar en el que estaban trabajando.



Fotografías dedicadas de las tripulaciones de la NASA


Subimos el último tramo de escalones, pero antes de regresar al exterior, nos llamó la atención una serie de fotografías enmarcadas y colgadas en un lugar bien visible. En ellas aparecían varios astronautas norteamericanos vestidos con sus uniformes y trajes espaciales. Hubiéramos esperado cualquier cosa antes que eso. ¿Retratos de astronautas de la NASA en la pared de una bodega en Almonacid de la Sierra? ¿Nos encontrábamos ante uno de esos OOParts, objetos fuera de su tiempo, tan increíbles como inesperados? De nuevo Jesús estuvo presto a darnos una explicación. Simultáneamente a cada lanzamiento desde Cabo Cañaveral, una tripulación de reserva se desplazaba hasta Zaragoza, por si fuera necesario realizar un aterrizaje de emergencia en la Base Aérea de la capital aragonesa, elegida para tal fin no sólo por su situación geográfica sino también por disponer de una de las pocas pistas en Europa lo suficientemente larga como para permitir el aterrizaje del transbordador espacial. Durante una de aquellas estancias, un comandante de la USAF entabló amistad con los hermanos Moneva (y con sus vinos, claro...) y tras su regreso a los Estados Unidos, tuvo la ocurrencia de compartir con sus compañeros de misión una botella de dicho vino. Todo salió a pedir de boca en aquel lanzamiento, así que desde entonces pasó a ser conocido entre las tripulaciones de la NASA como "El Vino de la Suerte". Desde la penumbra de una bodega de Almonacid de la Sierra hacia las estrellas y el universo...




Las sombras del atardecer eran más que evidentes cuando salimos de la bodega centenaria de la familia Moneva. Nos despedimos de Jesús agradeciéndole su hospitalidad y prometiéndole una nueva visita, porque durante aquella tarde que compartimos con él, nos percatamos de que hablábamos el mismo lenguaje, incluso nos dio la sensación de que quizás no era la primera vez que charlábamos y que tomábamos un vino juntos. 

¿Se volverán a cruzar nuestros caminos? 

Por nuestra parte haremos todo lo posible para que así sea.






2 comentarios: