miércoles, 14 de enero de 2015

> Visita a Bodegas Amézola de la Mora




Bodegas Amézola de la Mora



El sueño, la pasión y la firme voluntad de los hermanos Amézola fueron determinantes a la hora de volver a empezar en el intrincado mundo del vino. Hacia la mitad de los años 80, Íñigo y Javier Amézola decidieron apostar por el futuro y retomaron la actividad enológica iniciada por su bisabuelo a principios del siglo XIX en su bodega de Torremontalbo (Rioja Alta), al abrigo de la Sierra de Cantabria, justo en la confluencia de los ríos Ebro y Najerilla. No fue una empresa fácil, sobre todo teniendo en cuenta que los últimos cien años la actividad había sido abandonada, como consecuencia de la plaga de filoxera, con lo que eso conlleva a nivel de cuidado del viñedo y mantenimiento de las instalaciones. Hubo que replantar las vides arrancadas en 1900 y reconstruir los edificios deteriorados por el abandono de más de un siglo, en especial los calados, para lo cual fue necesario el trabajo de 30 canteros gallegos durante más de dos años. En la actualidad al frente de este proyecto a todas luces ya consolidado, están María y Cristina Amézola, las bodegueras más jóvenes de la D. O. Rioja, quienes con el asesoramiento del enólogo francés George Pauli han logrado situar sus vinos entre los mejor valorados por el mercado.


Entrada a la bodega, flanqueada por el viñedo



El trabajo bien hecho y sobre todo la ilusión y el esfuerzo invertidos han dado sus frutos, de manera que a día de hoy las Bodegas Amézola de la Mora son unas de las más coquetas de la región. Sus 70 hectáreas de viñedo propio, de suelos arcilloso-calcáreos, pedregosos y calizos, rodean la bodega tipo chateau bordelés, y bajo la tierra se extienden calados y cuevas donde los vinos se someten a envejecimiento en botella. 


Botellero en los calados

La vendimia suele ser tardía, y se realiza de forma manual por parcelas, esperando al techo de maduración, lo cual supone cada año un riesgo que forma parte del encanto de esta bodega que se autoabastece de uva íntegramente procedente de sus viñedos. En 2001 salió al mercado la primera añada y en 2012 se celebró el 25 aniversario de esta nueva etapa de la familia Amézola. Se producen aproximadamente 300.000 botellas al año, el 70% de las cuales se destinan al mercado nacional, mientras que el 30% restante se exporta.



En invierno, el viñedo descansa


Elaboran una completísima gama de vinos, siempre bajo los criterios de tradición y elaboración artesanal. Como se suele decir son vinos de corte clásico que siempre gustan, son vinos con "sabor a familia", según reza en su página web. Un crianza (15 meses en barrica), un reserva (22 meses en barrica) y un gran reserva (30 meses en barrica) son la gama, por decir así,  más "tradicional", a los cuales se añaden, siguiendo la moda de los últimos años, dos "vinos de pago": un blanco 100% viura con 5 meses de barrica y un tinto 100% tempranillo con 8 meses de barrica. El coupage utilizado para la elaboración del crianza, reserva y gran reserva es el más habitual en La Rioja: 85% tempranillo, 10% mazuelo y 5% graciano. Se realizan trasiegas semestrales, dirigidas personalmente por el equipo de enólogos, un auténtico rompecabezas en su parque de 2000 barricas de roble.





Edificio de administración, tienda y visitas

El acceso se hace desde la misma N-232, unos kilómetros antes de llegar a Cenicero dirección Logroño. Un blasón heráldico de la familia nos da la bienvenida y un camino asfaltado de unos cientos de metros flanqueado por viñedos nos conduce hasta las instalaciones de la bodega. Típica construcción riojana en piedra y ladrillo, rodeada de cuidados jardines y zona de aparcamiento, no señalizada y algo angosta, para visitantes. A la hora acordada nos encontramos con un miembro del personal de la bodega, quien sería nuestro guía durante la visita. Al poco rato se incorporó al grupo una pareja de Burgos, que según nos dijeron, realizaban su primera visita a una bodega, detalle cuando menos curioso, proviniendo de tierras tan ricas en lo enológico como las burgalesas. Tal vez fueran espías de la DO. Ribera del Duero.

Jardines y viñedos. Al fondo, la Sierra de Cantabria


Comenzamos la visita dando un breve paseo por el viñedo, en absoluta hibernación en esa fecha. Pudimos constatar la proximidad de las vides a la bodega, apenas unos metros, lo cual pone en valor la brevedad del tiempo de traslado del fruto, consiguiendo minimizar los daños por aplastamiento en el mismo. Pasamos a continuación a la sala de elaboración, donde nuestro guía nos proporcionó todo tipo de información técnica acerca de fermentaciones, delestages, descubados, prensado de hollejos, etc. Fue una charla distendida y cercana, una conversación sincera, directa, sin poesía ni romanticismo, a ratos incluso vehemente, "sin paños calientes". En esta bodega se hace vino, muy buen vino, no se vende humo, así que la explicación durante la visita fue eminentemente técnica, en defensa del terroir, concepto francés que engloba viñedo, laboreo y proceso de vinificación. Y se habló de vino y de su elaboración, no de arquitectura, diseños innovadores, sostenibilidad bioclimática y demás ensoñaciones. 



Puerta de entrada al cementerio, lugar de descanso de grandes añadas


Un agradable paseo por los calados subterráneos, a nuestro entender algo infrautilizados, nos condujo finalmente a una pequeña sala de catas. Concluimos nuestra visita degustando un Viña Amézola Crianza 2010, generosamente servido por nuestro guía, quien haciendo hincapié en que "el vino está para disfrutarlo", abandonó rápidamente los académicos protocolos de cata y nos animó a terminar la botella. De manera que en esta ocasión, no estamos en disposición de proporcionar notas de cata. Adquirimos, por supuesto, unas botellas de ese mismo vino, el cual esperamos catar más tranquilamente, para confirmar que en Amézola de la Mora se siguen haciendo muy bien las cosas, y sobre todo, muy buen vino.

Enhorabuena.



En el número de Nov-14 Amézola en sobremesa
Artículo publicado en la revista Sobremesa. Noviembre 2014




2 comentarios:

  1. O sea, que poco meneo de copa y meter la nariz, y directamente el vino p'al garganchón.

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  2. Hombre, yo lo hubiera dicho con otras palabras. Pero sí, algo parecido...

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