jueves, 15 de febrero de 2024

> El confesionario: Ana Grañena




Si lo deseas, empieza por presentarte. ¿Cuál es tu nombre? ¿De dónde eres? ¿A qué te dedicas?
Soy Ana Grañena, propietaria de Lakuba Vinos. Soy mañica, de Zaragoza y me dedico a la distribución y a la formación relacionada con el vino. Mi objetivo es poner en valor el trabajo que hay detrás de cada botella, desde el viñedo hasta la mesa.

¿Qué querías ser de mayor?
Cuando era muy pequeña quería ser azafata de vuelo. Supongo que en aquel entonces, aquellas mujeres elegantes, viajeras e independientes llamaban mi atención. Luego la vida te lleva por otros caminos y personalmente no tuve nunca una vocación definida hasta ahora.

¿Cuál es tu primer recuerdo relacionado con el vino?
En Jerez de la Frontera, durante la visita a Bodegas Tío Pepe, un ratoncito salía a beber de un mini catavinos… Aquella imagen y aquellos aromas permanecen aún en mi recuerdo.

¿Y el primer contacto “profesional”?
Mi primer contacto profesional, fue con Esteban Celemín, uno de mis viticultores favoritos. Empecé en la distribución gracias a él, ayudándole en la difusión de su proyecto de recuperación de Albillo Mayor y sus elaboraciones singulares.

¿Hay en tu familia antecedentes relacionados con el vino?
Sólo de manera hedonista, por la mera satisfacción de disfrutar de un buen vino, nada desde el punto de vista comercial.

¿Has recibido formación enológica o eres autodidacta?
Comencé de forma autodidacta, pero luego decidí realizar los cursos de Nivel 2 y 3 de la WSET, así como el Curso de Sumilleres de la ESHOB-Escuela Hostelería de Barcelona, así como distintos cursos de cata y análisis sensorial en Outlook Wine. 

¿A quién invitarías a un vino? (personaje histórico, público o de tu entorno)
Es una pregunta difícil de responder. Tendría varios candidatos, pero como ídolo de juventud, invitaría a una botella de espumoso a Alaska.

¿Con quién crees que tienes un vino pendiente?
El vino pendiente, lo tengo siempre con mi padre, que se marchó durante la Covid. Le apasionaban los vinos rancios y los generosos, los Riojas y los Somontanos. Quedaron varios vinos pendientes…

¿Cuál crees que es la cualidad esencial que se debe tener para catar un vino?
Para mí es importante haber catado mucho. Además de tener buen olfato, es necesario tener una buena cantidad de registros aromáticos, oler todo lo que tengamos a mano: la piel de una naranja, una hierba en un camino, el caramelo de un flan, casi cualquier cosa... Es difícil reconocer aromas o tipos de elaboración, fermentaciones y procesos de crianza que no hemos registrado previamente en nuestra memoria.

Catar, evaluar o beber vino ¿es lo mismo?
Catar y evaluar, podrían ser lo mismo. Cuando catas, estás evaluando la calidad y las condiciones suelen ser más profesionales. Beber es disfrutar, saber si te gusta o no en ese instante y las sensaciones son otras, entran en juego otros factores, como el momento, el ambiente y quién te rodea.

¿Recuerdas el mejor vino que hayas probado?
Sí lo recuerdo, además de ser un magnífico vino, el momento y la compañía fueron inmejorables…que más se puede pedir. Fue en el Bierzo y tomamos un Chateau Magdelaine 1er. Grand Crú Classé de Saint Emilión. Un burdeos muy elegante, aéreo y preciso.

¿Y el peor?
El peor no sabría decir, pero cualquier espumoso con azúcar añadido, de esos que te dejan un dolor de cabeza de aúpa.

¿Cuál es tu sueño (futuro) relacionado con el vino?
Uff…un sueño para mí sería que el consumidor pida el vino que le gusta, que lleve la voz cantante, que no se conforme con eso de Ribera o Rioja, Verdejo o Chardonnay. Que la hostelería no se limite a una carta simple con referencias locales, sin apenas riesgo… También un conocimiento más amplio de variedades autóctonas y de elaboraciones tradicionales y por supuesto, un mayor nivel de exigencia, todo ello dentro de un orden. En el plano personal otro sueño sería poder obtener el Diploma WSET 4, pero para eso tengo que mejorar mucho mi inglés.