jueves, 18 de abril de 2024

> Moliniás, las viñas del olvido



Aquel invierno no fue el más duro, ni siquiera el más frío ni el más inclemente, pero definitivamente iba a ser el último que Antonio y Rosita pasarían en Moliniás. En los tres asentamientos habitados originales -Mariñosa, Moliniás y El Mediano- sólo quedaban ellos dos como únicos residentes en las 210 hectáreas de finca situada a los mismos pies de la Peña Montañesa, la sierra con forma de mujer dormida que protegía y protege ese rincón del Sobrarbe de los vientos y los temporales del norte. 


Durante mucho tiempo las familias que vivían en aquellos terrenos situados a casi 900 metros de altitud -en realidad un gran coluvión formado por los derrumbes rocosos de la Sierra Ferrera- se ganaron la vida no sin esfuerzo, con sus ganados y sus cultivos, actividades tan exigentes como poco rentables, máximo exponente de una economía autárquica y de subsistencia. Fue a principios de los años sesenta cuando comenzó la despoblación de una manera inexorable, no sólo de Moliniás sino de toda la comarca, con la emigración de sus moradores a las ciudades, dada la dificultad para ganarse el sustento en una zona tremendamente difícil para la agricultura. Se estima que en unas pocas décadas la comarca del Sobrarbe pasó de contar con 26000 habitantes a tan sólo 4000. Al final en Moliniás sólo quedaron Antonio y Rosita, hasta que no pudieron aguantar más. El viernes 15 de Mayo de 1964 metieron sus escasas pertenencias en una maleta, cerraron definitivamente la puerta de su casa y pusieron rumbo primero a Monzón y más adelante a Barcelona, con el anhelo de un futuro más prometedor y menos exigente.



Durante años la finca permaneció deshabitada y desatendida. Las zonas de cultivo fueron invadidas por la maleza, las tormentas y las escorrentías destruyeron numerosos muros y los tejados de las bordas comenzaron a deteriorarse hasta provocar algunos derrumbes. Sin embargo, la adquisición de la finca por parte de un acaudalado doctor barcelonés, supuso un hilo de esperanza para el resurgir de Moliniás. Contrató a un matrimonio de la zona -Manuel y Olvido- a quienes concedió derecho de residencia en una de las casas, para que realizaran labores de guarda y mantenimiento. Lamentablemente la salud no acompañó al doctor y tras su fallecimiento, la propiedad quedó como un apunte contable más en su testamento, fue adquirida por un grupo inmobiliario sin interés alguno en reflotarla, y así durmió durante décadas en los libros de registro. Mientras tanto, el tiempo seguía transcurriendo lentamente, sin que nada sucediera. Manuel y Olvido, continuaron viviendo en la misma casa de siempre sin rendir cuentas a nadie, cuidando de su huerto y de sus animales, realizando pequeñas reparaciones y convirtiéndose en algo así como unos okupas involuntarios. Años más tarde falleció Manuel y Olvido se trasladó a la cercana localidad de La Mula desde la que en los días despejados aún puede divisar las casas de Moliniás donde tantos recuerdos se le quedaron.

Rebeca y Nicolás

El cambio de siglo fue para Moliniás como un soplo de aire fresco. Por pura casualidad, en el año 2001 surgió la oportunidad de que la finca fuera adquirida por seis familias residentes en la zona de Aínsa y otras poblaciones cercanas, de manera que tras varias décadas, la propiedad regresó a manos sobrarbenses. Nicolás -enólogo de profesión e hijo de una de las familias- finalmente arrendó la propiedad en 2019 con la idea de iniciar un proyecto a mitad de camino entre la agricultura y el turismo rural. Se plantaron varios campos de frutales, truferas y viñedo, con la idea de construir una bodega -Casa Vinícola Moliniás- aprovechando las antiguas naves agrícolas y el plegamiento natural del terreno o tal vez en una de las bordas de mayor tamaño, curiosamente en el mismo lugar donde años atrás hubo lagares, toneles y prensas. 





Repartidas en las dos primeras bordas rehabilitadas -El Pajar y El Tozal- se construyeron seis casas rurales con todas las comodidades y capacidad máxima para 28 personas. Cuentan incluso con una coqueta y pequeña ermita. Al frente de la gestión de los alojamientos se puso Rebeca -la media naranja de Nicolás- especialista en marketing y comunicación, responsable a su vez de una honda labor de investigación, ampliamente documentada, a través de la cual ha demostrado que en el pasado hubo hasta 4 hectáreas de viñedo en la finca de las que se obtenían una media de 11000 litros de vino cada año, cifra muy próxima a las estimaciones productivas calculadas por Rebeca y Nicolás.


Así que de repente y sin haberlo buscado, todo cobró sentido. Donde antes hubo vida, volvería a haberla. Donde antes hubo viñas que se olvidaron, volvería a haber viñas con las que elaborar vinos para recordar. No parece casualidad que en el cercano Monasterio de San Victorián -Beturián en aragonés, fundado en época visigoda en el siglo VI, probablemente el monasterio románico más antiguo de España- exista un registro documental de transmisiones patrimoniales de viñas en la comarca del Sobrarbe nada menos que desde el siglo X. Siempre hubo viñas en esas tierras orientadas al sur, protegidas por las sierras de los temporales de nieve y con más horas de sol que favorecían la maduración. Existen numerosos documentos que lo confirman, detallando viñas en localidades meridionales del Sobrarbe como Arcusa o Santa María de Buil, también en Sarvisé, Oto o Broto -poblaciones mucho más al norte- pero todas ellas con la característica común de su orientación hacia el suroeste. La vid formaba parte de los cultivos para la subsistencia de sus habitantes y en muchas ocasiones las viñas se vinculaban -mediante donaciones y herencias- órdenes religiosas para las cuales disponer de vino siempre fue imprescindible para la celebración del culto.



Como en cualquier comienzo, los trabajos iniciales fueron arduos y costosos. Se reconstruyeron numerosos muros de piedra seca, arrasados por el paso del tiempo y las lluvias, se limpiaron y nivelaron antiguas fajas, adaptándolas para la plantación de viña y se recuperaron varios senderos ancestrales. El suelo pedregoso y desigual, con guijarros y grandes rocas, procedentes de los derrumbes de la Sierra Ferrera se convirtió en la gran preocupación para Nicolás. Ante la imposibilidad de excavar las zanjas de plantación se optó por la realización de pozos individuales para cada cepa y se diseñó una conducción en eje vertical, colocando postes de castaño impregnados con brea para evitar putrefacciones, a medio camino entre una espaldera y un cultivo en vaso. Después de intentar sin éxito labrar ese suelo pedregoso tan complicado, recientemente se ha cambiado la forma de laboreo, sustituyendo el labrado superficial por un regreso al pasado, asumiendo los principios de la denominada "agricultura regenerativa", consistente en preservar la cubierta vegetal a la que se añade un aporte de materia orgánica procedente del pastoreo, con la inestimable colaboración de un rebaño de ovejas en acogida. De ese modo se intenta preservar la microbiología del suelo y llegar a entenderlo como un ecosistema en sí mismo. El recubrimiento o "mulching" persigue proteger las cepas de las heladas, aumentar su disponibilidad hídrica y a la vez contribuir a acoger microorganismos e insectos. El material utilizado es paja, después del intento de emplear restos de serrería donde proliferaban unos nematodos de sabor absolutamente irresistible para los jabalíes, con el nefasto resultado que fácilmente se puede deducir. 


Las variedades plantadas en la actualidad son Macabeo, Garnacha Blanca, Garnacha Tinta, Cariñena, Moristel y Parraleta, así como un pequeño número de cepas de Tempranillo y Mencía, estas dos últimas con la finalidad de ver su comportamiento en estos suelos y a esta altitud. Por otro lado, dentro del proyecto del Gobierno de Aragón de recuperación de variedades experimentales, dos de ellas fueron seleccionadas por Nicolás para su plantación en Moliniás.  Cepas de Greta y Beturiana fueron plantadas en 2020, aunque casi la mitad de ellas murieron por falta de adaptación, obligando a una nueva plantación en 2022 cambiando el tipo de portainjertos. Tampoco la gran presión cinegética de la zona -jabalíes, corzos y numeroso pájaros- ha puesto las cosas fáciles, aunque al igual que con las piedras y en palabras de Nicolás, se debe "aprender a convivir con ellos".



Sin embargo, a diferencia de otras zonas, el objetivo de Casa Vinícola Moliniás no es buscar la identidad de cada variedad de uva. En realidad se trata más bien de todo lo contrario. Su obsesión es llegar a embotellar el paisaje, porque consideran que el entorno, el suelo, el clima, incluso los jabalíes son tan importantes como las propias uvas. Tienen bien claro que cada añada será diferente y abogan por elaborar vinos sinceros, sin maquillaje, capaces de transmitir sensaciones e incluso recuerdos. Las décadas de historia que tiene Moliniás son de una potencia descomunal y a poco que se araña la superficie, afloran experiencias vitales en cada rendija. Muros datados en el año 1500, inscripciones en puertas y ventanas, paredes con aspilleras o saeteras, todo ello invita a pensar que en algún momento esas construcciones tuvieron una finalidad defensiva. Con total seguridad quedan muchos secretos por descubrir.


Desde el punto de vista geológico, el lugar es de una belleza inusual y tiene una energía telúrica que invita al visitante a conectar con el entorno. Tan atractivo es un brumoso amanecer en invierno -con las nubes bajas enroscadas entre los árboles y la ermita- como un resplandeciente atardecer en verano, cuando el sol incendia las laderas de la Peña Montañesa. Y por supuesto, pocas experiencias puede haber comparables a disfrutar del cielo nocturno de Moliniás. En ese sentido, aprovechando dos gigantescas rocas extraídas del suelo, se decidió construir una plataforma de observación astronómica -conocida como El Catacielos- certificada por la Fundación Starlight y que se ha convertido en la imagen icónica de Moliniás,  un excepcional punto de visualización de estrellas gracias a la limpieza de la atmósfera y a la nula contaminación lumínica. Astroturismo y enoturismo -todo en uno- con la realización de catas de vino en los atardeceres durante los meses de verano, mientras se observa la cúpula terrestre. Sencillamente delicioso.


Hasta el momento en que las viñas plantadas en Moliniás comiencen a ser productivas, Rebeca y Nicolás han explorado el territorio persiguiendo viñedos olvidados. Así contactaron con los hermanos Aniés -Ramón y Andrés- propietarios de unas viñas en la cercana localidad de Abizanda, situada aguas abajo del río Cinca. La avanzada edad de los Aniés y la falta de descendientes que se hicieran cargo de sus tierras, les habían abocado prácticamente al abandono de sus dos viñedos mestizos, con variedades de uva entremezcladas, algunas conocidas, otras no tanto. Una de las viñas se plantó en 1920, la otra en torno a 1950. Con aquellas uvas adquiridas a los hermanos Aniés, se elaboraron Diaples Blanco 2022 -Macabeo, Alcañón, Garnacha Blanca- y Diaples Tinto 2022 -Garnacha, Moristel, Parraleta, Parrel y quién sabe qué más. En la actualidad las viñas de los hermanos Aniés han sido arrendadas por Moliniás y ya está en marcha la añada 2023 de ambos vinos, con algunas diferencias en relación a sus antecesores, no sólo en viticultura sino también en vinificación y crianza. El nombre de los vinos no deja de ser peculiar, pero también tiene su razón de ser. Según la tradición altoaragonesa, los diaples son pequeños duendes burlones, diablillos traviesos que acostumbran a gastar bromas, como cambiar las cosas de sitio o provocar pequeños accidentes. En recuerdo a ellos y tal vez con la intención de tenerlos contentos, se ha bautizado con su nombre a las primeras botellas comercializadas por Casa Vinícola Moliniás. Sin embargo hay otro guiño al pasado en las etiquetas: la imagen impresa es la de un portainjertos de vid americana -gracias a la cual la viticultura en Europa fue capaz de superar la plaga de filoxera de finales del siglo XIX- aunque hay quien observa en dicho grabado una cara de macho cabrío, representación tradicional del diablo o diaple en aragonés. Cada botella de Diaples se entrega con una tarjeta que reproduce por un lado una publicación del año 1900 en el Diario de Huesca relativa a la plaga de filoxera y por el otro las firmas de los hermanos Aniés. Un bonito detalle.




El primer vino elaborado íntegramente con uva procedentes de Moliniás llevará por nombre El Huerto del Olvido, en memoria de la última mujer que habitó la finca. Garnacha, Cariñena, Syrah y Beturiana en porcentajes sin precisar, con crianza en barrica y huevo de hormigón. Vino de parcela muy prometedor, que todavía tardará unos cuantos meses en estar disponible, ya que la bodega apuesta por largos periodos de crianza aunque estrictamente en materiales respetuosos con la fruta. Un curioso capricho del destino ha querido que esa parcela de viña ocupe la misma ubicación donde Olvido cultivaba sus hortalizas, convirtiendo el pasado y el presente en un bucle espacio-temporal de un precioso paralelismo.



Acaba de ver la luz y ya se ha hablado largo y tendido del logo de Casa Vinícola Moliniás. Llama la atención que con la belleza paisajística que tiene el lugar, se haya elegido una imagen aparentemente triste y tétrica como es una cruz caída. Sin embargo, todo en Moliniás tiene su razón de ser y hunde sus raíces en el pasado. Además de viviendas y ermita, Moliniás tuvo su cementerio y allí todavía reposan los restos de algunos de sus habitantes, gentes que entregaron los últimos años de su vida en una lucha desigual contra un medio hostil y desfavorable. Hemos sido testigos de situaciones similares en Jánovas y en San Martín de la Solana, cementerios discretos y escondidos que albergan el recuerdo de algunos de sus vecinos que sus descendientes no pudieron -o no desearon- recuperar y decidieron olvidar para siempre. Moliniás no fue una excepción y en su cementerio se localizó una cruz de piedra desprendida de una lápida fechada en el año 1953. Con todo el cariño y el máximo respeto se adoptó como logo de la bodega, en un claro gesto de recuerdo y admiración hacia todas aquellas personas que décadas atrás trabajaron esas mismas tierras. 


Hace unas semanas, a modo de presentación en sociedad, Moliniás acogió el panel anual de cata de Vignerons de Huesca, tres exigentes jornadas a lo largo de las cuales se evaluaron los vinos presentados por las bodegas pertenecientes a esta exitosa iniciativa que llega este año a su séptima edición. En la última de las catas, fueron analizados los vinos de Casa Vinícola Moliniás, tanto la añada disponible 2022 como la siguiente 2023 de Diaples Blanco y Diaples Tinto, así como el tinto El Huerto del Olvido que saldrá dentro de un tiempo y que promete convertirse en el vino emblemático de Moliniás. Las atenciones que nos dispensaron durante aquellos tres días no pudieron ser mejores, de modo que queremos dejar constancia de nuestro más sincero agradecimiento.


Concluimos aquí nuestra crónica acerca de este interesante proyecto enológico y de vida en este rincón del Sobrarbe hasta hace poco absolutamente desconocido para nosotros. Estos lugares con tan elevada carga histórica y emocional, sin olvidar la belleza paisajística del entorno y la segura proyección futura de sus vinos, son los que dan todo el sentido a la necesidad de escribir sobre ello.

Nicolás y Rebeca, gracias por permitirnos formar parte de un capítulo de vuestra historia.


lunes, 11 de marzo de 2024

> Visita a Bodegas Roda




El Barrio de la Estación en Haro (La Rioja) ostenta el record de España en cuanto al número de bodegas por kilómetro cuadrado, si acaso empatado con el casco antiguo de Jerez de la Frontera. En realidad son modelos enológicos poco comparables -vinos tranquilos frente a vinos fortificados- particularmente si se tienen en cuenta los diferentes métodos de elaboración y duraciones del tiempo de crianza en barrica empleados en cada caso. Fue en la segunda mitad del siglo XIX cuando algunos bodegueros franceses -huyendo de la plaga de filoxera que arrasaba sus viñedos en tierras galas- instalaron sus almacenes alrededor de la estación de Haro, buscando una rápida vía comercial por ferrocarril para dar salida al vino riojano que adquirían ávidamente con el fin de responder a sus clientes internacionales. Con ellos vinieron las técnicas bordelesas de crianza en roble para afinar los vinos y esa fue la clave del inicio del éxito de los vinos de Rioja, éxito que aún perdura a día de hoy. 


López de Heredia, CVNE, Gómez Cruzado, La Rioja Alta y Bilbaínas son nombres que hicieron historia hace más de un siglo al instalarse en aquellos terrenos al noroeste de Haro. Ya en la década de los 70 -aunque con cuarenta años a sus espaldas- Muga decidió trasladar allí su bodega desde el caso urbano, haciendo crecer el número de honorables inquilinos del Barrio de la Estación. Sin embargo, no fue hasta finales de los 80 cuando se sumó la última de las bodegas a esta ilustre lista de nombres. En el año 1987 nacían Bodegas Roda -protagonistas del presente artículo- fundadas por Carmen Daurella y Mario Rotllant en el extremo norte del meandro del Ebro que abraza la zona, convirtiéndose así en el vecino más joven del Barrio de la Estación.


En realidad no fue hasta 1996 cuando Bodegas Roda comenzaron la comercialización de sus vinos, después de dedicar una década a adquirir parcelas, plantar viñas y estudiar la expresión de cada variedad de uva en los diferentes suelos. A lo largo de todo ese tiempo, la bodega ha creado un banco de germoplasma que agrupa 250 clones diferentes de Tempranillo, numerosos morfotipos con una gran biodiversidad y un comportamiento vegetativo único. Ese trabajo lento, tedioso y poco agradecido les permite en la actualidad elegir el clon más adecuado para cada parcela nueva que se planta, siempre teniendo en cuenta el suelo, la orientación y la disponibilidad hídrica. 120 hectáreas de viñedo se encuentran bajo la gestión de la bodega, 70 de las cuales son propias. El cultivo se realiza siempre en vaso, aplicando técnicas de agricultura sostenible y por supuesto vendimia manual en cajas de 18kg. Tuvimos la oportunidad de poder pasear por una de las parcelas más próximas a las instalaciones de la bodega. El viñedo conocido como "Perdigón" se ubica en el centro del meandro que el río Ebro forma entre Haro y Briñas, y se trata de una plantación mayoritaria de Tempranillo acompañado por Garnacha y Graciano. Las uvas procedentes de este viñedo son destinadas a la elaboración del Sela, tinto de inicio de gama de la bodega, frutal y fresco como cabría esperar, al tratarse de una viña relativamente joven de 35 años.


El equipo técnico responsable de campo de Bodegas Roda -bajo la sabia dirección de Agustín Santolaya- demuestra permanentemente tener una enorme inquietud por experimentar. En ese sentido, se realizó hace pocos años una nueva plantación de un viñedo curvo de 17 hectáreas en Cellorigo -en la cara sur de los Montes Obarenes, casi en el límite con la provincia de Burgos- una conducción novedosa denominada "Key Line", que persigue reducir la erosión y aumentar la capacidad de la tierra para la retención de agua. Todavía es demasiado pronto para poder sacar conclusiones, pero la iniciativa se enmarca en la definida postura de la bodega, nítidamente alineada con la sostenibilidad, como bien lo demuestra la recientemente obtenida Certificación WfCP (Wineries for Climate Protection).



Todas y cada una de las parcelas de viñedo que gestiona la bodega, realizan la vinificación de manera separada e independiente, siempre en tinas de roble francés. La nueva nave de elaboración es un prodigio semienterrado de moderna ingeniería y ha relegado a la encantadora antigua sala de fermentación a la categoría de salón para enseñar a las visitas, aunque un breve paseo por ella contemplando sus tinas alineadas y el laberinto de vigas de su techo, nos parece una experiencia absolutamente imprescindible.


Detallaremos a continuación nuestras notas de cata de los siete vinos que tuvimos oportunidad de probar, el catálogo al completo con que cuenta la bodega, incluyendo los dos tintos que elabora en Ribera del Duero y el codiciado blanco riojano tan escaso como interesante. Pasen, lean y disfruten tanto como nosotros en aquella mañana de un miércoles cualquiera del mes de Noviembre.
 

SELA 2021
DOc. Rioja. Viñedo de 35 años. Tempranillo, Graciano y Garnacha (89-4-7). Crianza durante 12 meses en barricas seminuevas de roble francés. Fruta roja, monte bajo y mentolados. Como curiosidad, aclararemos que Sela es el nombre de un río en Islandia y que no tiene ningún significado misterioso, a diferencia del nombre de la bodega, que en realidad es la fusión de las primeras sílabas de los apellidos de los propietarios.

RODA 2019
DOc. Rioja. Tempranillo, Graciano y Garnacha (89-4-7). Crianza durante 14 meses en barricas de roble francés. Frutas rojas, recuerdos lácticos, especias blancas y una madera todavía demasiado presente. Algo escaso de permanencia en botella, le falta redondeo y le sobra vida por delante.

RODA I 2018
DOc. Rioja. Tempranillo, Graciano y Garnacha (89-4-7). Crianza durante 16 meses en barricas de roble francés. Violetas, caramelos de café con leche, suaves tostados y ciruelas. Muy elegante y completo.

CIRSION 2019
DOc. Rioja. Racimos seleccionados de los mejores viñedos de Tempranillo y Graciano (88-12). Crianza durante 8 meses en barricas nuevas de roble francés. Extracomplejo en nariz, necesita tiempo en copa para entregar todo lo que tiene escondido. Frutas negras, violetas, tierra húmeda y el inconfundible aporte especiado del roble nuevo. Algo cálido en boca, poderoso, sabroso, opulento. Un lujo escaso al alcance de unos pocos.

RODA I BLANCO
DOc. Rioja. Viura, Malvasía y Garnacha Blanca. Fermentación en tinas y crianza durante 18 meses en barricas de roble francés de 500 litros. Amarillo pajizo con reflejos dorados. Tarta de manzana, flores amarillas, membrillo y cáscara de pomelo. Sostenida acidez e incluso cierto tanino en boca. Excelente e inalcanzable. 


CORIMBO 2019
DO. Ribera del Duero. Bodega construida en el año 2009. Viñedos de 40 años de edad en la localidad burgalesa de La Horra. 100% Tinta del País. Crianza mixta durante 14 meses, 20% en barricas de roble americano y 80% en roble francés. Fruta roja, lácticos y hierbas aromáticas. Leve astringencia en boca, aunque fresco y muy versátil.

CORIMBO I 2016
DO. Ribera del Duero. Viñedo de 65 años. 16 meses de crianza idéntica a la de su hermano menor, 20% roble americano y 80% roble francés. Fruta negra, maderas nobles y sutiles notas de crianza. Domado, fino y elegantísimo de principio a fin.




Poco más que añadir en esta crónica. Tan sólo insistiremos en dejar patente que esta visita ha sido posiblemente una de las más agradables y completas de los últimos meses. El cordial trato que nos dispensaron, el reducido tamaño del grupo de visita, el paseo por el viñedo y -desde luego- la extensa cata que se nos brindó, no pueden sino ser merecedores del mayor de nuestros agradecimientos. Y para terminar, un breve recuerdo al icono de Bodegas Roda, omnipresente en todas sus etiquetas, en las márgenes de sus viñas e incluso en una de sus salas de barricas, lógicamente conocida como "nave del cardo". No ha sido sencillo desentrañar el misterio y encontrar una explicación que justifique el protagonismo de una planta a priori tan poco querida como el cardo azul -cardo yesquero o Echinos ritro- aunque sin duda confiere a la imagen de la bodega una identidad inconfundible. La página web de Bodegas Roda es un universo de información enológica y un recorrido por ella es una delicia tan sólo comparable con catar sus vinos. Textos explicativos, historia, preciosas imágenes y una inagotable colección de videos que hablan de viticultura, elaboraciones, climas, suelos y de un millón de cosas más. Navegad por ella, disfrutad de toda esa inabarcable información y dejad que sea la propia bodega quien os revele el secreto vínculo entre las vides riojanas  y el Echinos ritro. 

Quizás os lleve algo de tiempo, pero si tenéis la previsión de serviros una copa de cualquiera de sus vinos, con seguridad la búsqueda será mucho más placentera.



jueves, 15 de febrero de 2024

> El confesionario: Ana Grañena




Si lo deseas, empieza por presentarte. ¿Cuál es tu nombre? ¿De dónde eres? ¿A qué te dedicas?
Soy Ana Grañena, propietaria de Lakuba Vinos. Soy mañica, de Zaragoza y me dedico a la distribución y a la formación relacionada con el vino. Mi objetivo es poner en valor el trabajo que hay detrás de cada botella, desde el viñedo hasta la mesa.

¿Qué querías ser de mayor?
Cuando era muy pequeña quería ser azafata de vuelo. Supongo que en aquel entonces, aquellas mujeres elegantes, viajeras e independientes llamaban mi atención. Luego la vida te lleva por otros caminos y personalmente no tuve nunca una vocación definida hasta ahora.

¿Cuál es tu primer recuerdo relacionado con el vino?
En Jerez de la Frontera, durante la visita a Bodegas Tío Pepe, un ratoncito salía a beber de un mini catavinos… Aquella imagen y aquellos aromas permanecen aún en mi recuerdo.

¿Y el primer contacto “profesional”?
Mi primer contacto profesional, fue con Esteban Celemín, uno de mis viticultores favoritos. Empecé en la distribución gracias a él, ayudándole en la difusión de su proyecto de recuperación de Albillo Mayor y sus elaboraciones singulares.

¿Hay en tu familia antecedentes relacionados con el vino?
Sólo de manera hedonista, por la mera satisfacción de disfrutar de un buen vino, nada desde el punto de vista comercial.

¿Has recibido formación enológica o eres autodidacta?
Comencé de forma autodidacta, pero luego decidí realizar los cursos de Nivel 2 y 3 de la WSET, así como el Curso de Sumilleres de la ESHOB-Escuela Hostelería de Barcelona, así como distintos cursos de cata y análisis sensorial en Outlook Wine. 

¿A quién invitarías a un vino? (personaje histórico, público o de tu entorno)
Es una pregunta difícil de responder. Tendría varios candidatos, pero como ídolo de juventud, invitaría a una botella de espumoso a Alaska.

¿Con quién crees que tienes un vino pendiente?
El vino pendiente, lo tengo siempre con mi padre, que se marchó durante la Covid. Le apasionaban los vinos rancios y los generosos, los Riojas y los Somontanos. Quedaron varios vinos pendientes…

¿Cuál crees que es la cualidad esencial que se debe tener para catar un vino?
Para mí es importante haber catado mucho. Además de tener buen olfato, es necesario tener una buena cantidad de registros aromáticos, oler todo lo que tengamos a mano: la piel de una naranja, una hierba en un camino, el caramelo de un flan, casi cualquier cosa... Es difícil reconocer aromas o tipos de elaboración, fermentaciones y procesos de crianza que no hemos registrado previamente en nuestra memoria.

Catar, evaluar o beber vino ¿es lo mismo?
Catar y evaluar, podrían ser lo mismo. Cuando catas, estás evaluando la calidad y las condiciones suelen ser más profesionales. Beber es disfrutar, saber si te gusta o no en ese instante y las sensaciones son otras, entran en juego otros factores, como el momento, el ambiente y quién te rodea.

¿Recuerdas el mejor vino que hayas probado?
Sí lo recuerdo, además de ser un magnífico vino, el momento y la compañía fueron inmejorables…que más se puede pedir. Fue en el Bierzo y tomamos un Chateau Magdelaine 1er. Grand Crú Classé de Saint Emilión. Un burdeos muy elegante, aéreo y preciso.

¿Y el peor?
El peor no sabría decir, pero cualquier espumoso con azúcar añadido, de esos que te dejan un dolor de cabeza de aúpa.

¿Cuál es tu sueño (futuro) relacionado con el vino?
Uff…un sueño para mí sería que el consumidor pida el vino que le gusta, que lleve la voz cantante, que no se conforme con eso de Ribera o Rioja, Verdejo o Chardonnay. Que la hostelería no se limite a una carta simple con referencias locales, sin apenas riesgo… También un conocimiento más amplio de variedades autóctonas y de elaboraciones tradicionales y por supuesto, un mayor nivel de exigencia, todo ello dentro de un orden. En el plano personal otro sueño sería poder obtener el Diploma WSET 4, pero para eso tengo que mejorar mucho mi inglés.


miércoles, 24 de enero de 2024

> El confesionario: Guillermo Cárcamo



Si lo deseas, empieza por presentarte. ¿Cuál es tu nombre? ¿De dónde eres? ¿A qué te dedicas?
Mi nombre es Guillermo Cárcamo, nacido en 1992 en la ciudad del viento (en Zaragoza para los foranos). Actualmente trabajo como sumiller y responsable de sala del Restaurante Callizo en Aínsa, que cuenta con una estrella Michelin. 

¿Qué querías ser de mayor?
De mayor quería ser profesor, sueño que ya cumplí en su momento. Aparte de eso lo típico: astronauta, futbolista… el tiempo nos pone los pies en el suelo.

¿Cuál es tu primer recuerdo relacionado con el vino?
Mis primeros recuerdos con el vino son durante las cenas de Navidad en casa cuando era pequeño. Como es lógico, aquello era algo terminantemente prohibido para mí, y precisamente por eso no tardó en generarme cierta curiosidad.

¿Y el primer contacto “profesional”?
En un plano profesional, recuerdo la primera clase de sumillería que tuve en Zaragoza (en el IES Miralbueno, donde estudié) con Gabriel Angos, al que le debo gran parte de lo que soy hoy en día, con vinos aragoneses y explicando lo que teníamos en Aragón.

 

¿Hay en tu familia antecedentes relacionados con el vino?
En mi familia aparte del consumo ocasional de celebraciones como cumpleaños o Navidad, absolutamente nada, de hecho no somos un hogar consumidor de alcohol. Yo debo de ser la oveja negra... 

¿Has recibido formación enológica o eres autodidacta?
Siempre he intentado seguir formándome. Después de hacer el grado superior de dirección de servicios de restauración en Zaragoza, emprendí la aventura de ir a San Sebastián al Basque Culinary Center a cursar un máster en sumillería y enología. Eso ya despertó al enólogo en mi interior. A partir de ahí, WSET 3, concursos… y en agosto del 2024 empezaré el programa para ser Master Sommelier, un programa de cursos para sumilleres a nivel internacional. 

¿A quién invitarías a un vino? (personaje histórico, público o de tu entorno)
Me encanta la historia y la política, así que supongo que elegiría a alguna figura influyente durante la II Guerra Mundial -episodio histórico que me parece interesante- como Churchill, Roosevelt… también personajes que me atraen mucho como Picasso, Mandela, Julio Cesar, Albert Einstein… Soñar es gratis ¿no?

¿Con quién crees que tienes un vino pendiente?
Tengo un vino pendiente con mi padre, que por desgracia falleció en 2008 cuando ni siquiera yo había comenzado este camino e imagino que le habría encantado que le contase cosas frikis de los vinos. Igual hasta nos habíamos tomado más de uno juntos… 

¿Cuál crees que es la cualidad esencial que se debe tener para catar un vino?
Esta pregunta es difícil… pero en mi opinión lo más importante es la imparcialidad, la neutralidad y la sinceridad. No guiarse por una etiqueta o por quizás sentimientos personales hacia el elaborador, bodega, distribuidor… y también ser consciente de la preparación que tiene cada persona que cata. Esto último también me parece muy importante, no se puede catar un vino oxidativo o vino de Jerez si no se ha estudiado y no se está preparado para ese tipo de vinos. Y por encima de todo el RESPETO al elaborador, a alguien que ha depositado muchas horas y esfuerzo en elaborar un producto.

Catar, evaluar o beber vino ¿es lo mismo?
Para nada es lo mismo… catar es simplemente describir un vino (aromas, color, etc), evaluar ya es buscar las carencias o virtudes de un vino (posibles mejoras, posibles defectos) y beber un vino…es sinónimo de disfrutar. Para beber un vino hay que quitarse el mono de trabajo. 

¿Recuerdas el mejor vino que hayas probado?
Tengo la gran suerte de probar grandes vinos al trabajar en el restaurante y quizás uno de los vinos que me ha marcado recientemente fue un Dom Pérignon P2 del 2000, me pareció increíble cómo un champagne de 23 años mantenía acidez, frescura y sutileza… aún se me hace la boca agua al pensar en él. Y uno de los vinos que también me ha marcado ha sido Sentif Vintage 2006, la primera añada de un vino elaborado en Bespén -cerca de Huesca- que conseguimos para el restaurante gracias al proyecto Vignerons de Huesca. Burdeos es una región fetiche para mí y he probado muchos de los mejores y nunca pensé que encontraría algo similar en Aragón. Cada vez que abro una botella de Sentif Vintage 2006 es hacer un viaje a Burdeos… 

¿Y el peor?
No hay vinos peores, quizás vinos que no concuerdan con mi gusto personal o que no estoy formado en esos estilos de vinos. A día de hoy los que más me cuestan son los vinos naturales (pero sigo probando y probando e intentando aprender de ellos). No hay vinos malos, sencillamente algunos no encajan en nuestra plantilla de gustos. 

¿Cuál es tu sueño (futuro) relacionado con el vino?
¿Se puede ser ambicioso? La verdad que el proyecto de Callizo es algo que me apasiona, con una apuesta brutal por el territorio y me encantaría conseguir la segunda estrella Michelin defendiendo los vinos aragoneses y los productos de la tierra.



lunes, 15 de enero de 2024

> El confesionario: Mariano Navascués


Si lo deseas, empieza por presentarte. ¿Cuál es tu nombre? ¿De dónde eres? ¿A qué te dedicas?
Soy Mariano Navascués, made in Cariñena -con extensión arterial hacia el resto de Aragón- y me gano la vida contando cosas en la televisión autonómica desde 2007, y en el sector vitivinícola desde hace 25 años. Celebro estos días las bodas embotelladas de plata.

¿Qué querías ser de mayor?
Todavía no lo sé, pero se parece mucho a lo que estoy haciendo.

¿Cuál es tu primer recuerdo relacionado con el vino?
El vino estaba en mi casa mucho antes de que yo naciese. Mi familia se ha dedicado al vino desde hace varias generaciones y -como dice mi hermano- somos “productos enológicos”. Si te digo la verdad, no recuerdo el primer contacto que tuve con este mundillo.

¿Y el primer contacto “profesional”?
Profesionalmente sí lo recuerdo. Comencé a trabajar en 1997 en un gabinete de comunicación especializado en vino y gastronomía. La primera cata que hice fue en aquel mismo año y desde entonces he mantenido contacto con el sector gestionando cuentas, organizando eventos y escribiendo en medios de comunicación.

¿Hay en tu familia antecedentes relacionados con el vino?
Mi padre, del Campo de Borja, es enólogo y lleva decenas de vendimias a sus espaldas asesorando proyectos en distintas zonas del país. Mi madre, de Utiel-Requena, ha estado siempre entre viñedos, entre sus Bobales del interior de la Comunidad Valenciana. Mi abuelo Mariano fue bodeguero toda su vida y sus predecesores ya cultivaban viñas en Fuendejalón. El relevo también lo tomó su nieto Jorge -mi hermano- así que fíjate si tenemos antecedentes… y continuidad, por supuesto.

¿Has recibido formación enológica o eres autodidacta?
Independientemente de la licenciatura en marketing, publicidad y relaciones públicas, quise formarme específicamente en este campo y sigo haciéndolo. En 2004 cursé un máster en viticultura, enología y marketing del vino por la UNESCO y hace poco más de un año obtuve el certificado WSET-3. Hay que estar al día, aprender, crecer y, por eso, no creo en el sedentarismo instructivo.

¿A quién invitarías a un vino? (personaje histórico, público o de tu entorno)
Por este orden, a mis abuelos para conversar de la mano y decirles que lo conseguí; a Rob Halford para escuchar heavy metal entre brindis y manos cornutas; a Lorca para escucharle; a Uma Thurman para echarle los tejos… a mucha gente. El vino para todos ellos sería Mas de Mancuso, el nuestro.

¿Con quién crees que tienes un vino pendiente?
Me considero muy afortunado y, por suerte, no tengo ninguno pendiente. Me encanta descorchar, compartir y charlar de lo humano y lo divino con todas aquellas personas que quiero y que enriquecen mi vida. Si acaso con gente que ya no está, pero con los presentes nada de esperas que puedan solventarse con un brindis.

¿Cuál crees que es la cualidad esencial que se debe tener para catar un vino?
Sobre todo tener interés y voluntad. No es necesario contar con unas aptitudes especiales ni prodigiosas. Con práctica, constancia y atención cualquiera puede catar. Además, para disfrutar del vino no es necesario ser un experto, como tampoco hay que saber solfeo para escuchar música. El vino es un placer accesible para todos.

Catar, evaluar o beber vino ¿es lo mismo?
Catar y evaluar sí, son conceptos similares. En ambos casos sometemos a juicio un determinado vino. Beber es otra historia, es solamente ingerir sin que ello implique una valoración. Unas veces se cata, porque hay interés, apreciación o parecer, y en otras ocasiones simplemente se bebe sin pretensión alguna.

¿Recuerdas el mejor vino que hayas probado?
Recuerdo más de uno pero siempre influye esa convivialité, que dicen los franceses, que atiende a cuestiones ajenas al propio vino. Un blanco joven fresco y sencillo, por ejemplo, en el momento oportuno y con la compañía perfecta, puede convertirse en todo un espectáculo. De todas formas quiero pensar que el mejor vino todavía no lo he probado aunque una Garnacha que elaboró mi abuelo en 1968 puede que sea el más emocionante hasta la fecha. Será difícil superar esa sensación de nostalgia y memoria.

¿Y el peor?
Uno perrillero y batallero en Puente la Reina de Jaca que ni con gaseosa se levantaba. Jodo...

¿Cuál es tu sueño (futuro) relacionado con el vino?
Con seguir disfrutando y aprendiendo de él me conformo. Me gustaría ver cómo mi familia continúa aportando su personal visión al respecto y, puestos a pedir, pensar en la incorporación de una nueva generación de Navascueses… ¿mis hijos o mis sobrinos tal vez?



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miércoles, 27 de diciembre de 2023

> El confesionario: Francisco Orós




Si lo deseas, empieza por presentarte. ¿Cuál es tu nombre? ¿De dónde eres? ¿A qué te dedicas?
Me llamo Francisco Orós, nacido en Zaragoza en 1971. Soy veterinario clínico de animales de compañía y no tengo nada que ver con el mundo del vino, de manera que no sé muy bien qué hago aquí…

¿Qué querías ser de mayor?
En realidad, nunca tuve ninguna predilección. Soy una excepción en mi profesión, donde existe un alto porcentaje de veterinarios vocacionales. De hecho, dudé entre estudiar medicina o veterinaria. Por fortuna elegí la segunda, gracias a lo cual tuve la oportunidad de conocer a Natalia, con quien ya llevo compartidos treinta años. Ella sí es veterinaria por vocación.

¿Cuál es tu primer recuerdo relacionado con el vino?
Tengo varios, según la edad. De niño pasaba mucho tiempo en casa de mi abuela que vivía en el Coso Bajo y recuerdo que me enviaba a comprar vino a granel al colmado de la esquina. También recuerdo acompañar a mi padre con las garrafas -ahora se llaman damajuanas- a la cooperativa de Paniza y probar alguna mistela casi en ayunas. Por último, ya de adolescente me acuerdo de la botella de Paternina Banda Azul que salía a la mesa cuando la comida iba a ser importante.

¿Y el primer contacto “profesional”?
Un fin de semana visitando bodegas en La Rioja con unos amigos de Santander en el año 2013, comprendí que el vino trasciende más allá de la copa, que hay muchas cosas que giran en torno a él. Esos fueron los inicios del blog y tomé conciencia de que debía empezar a estudiar y a practicar. A la vuelta me matriculé en el primer curso de introducción a la cata de vinos que encontré.

¿Hay en tu familia antecedentes relacionados con el vino?
Se podría decir que los hubo, aunque no los viví en primera persona. Mi abuelo paterno -a quien no tuve ocasión de conocer- era viticultor en Paniza. Durante la posguerra la familia se trasladó a Zaragoza y las viñas fueron trabajadas por otros familiares que con el paso del tiempo terminaron por adquirirlas. Yo nunca tuve relación con el pueblo, así que mis antecedentes enológicos se perdieron en la noche de los tiempos.

¿Has recibido formación enológica o eres autodidacta?
Ambas cosas. Miente quien diga que se aprende a catar sólo asistiendo a cursos. Evidentemente se requiere una formación, pero lo más importante es adquirir un hábito y una técnica de cata adecuados. Es fundamental educar los sentidos, practicar la memoria olfativa y resulta de gran ayuda tener compañeros de cata generosos y desinteresados que se encuentren en tu mismo nivel, eso te permite crecer mientras se comparten sensaciones. Al margen de todo ello sí he recibido formación. Más por curiosidad que por necesidad estudié a finales de 2017 Level 2 de WSET -Wine & Spirit Education Trust- y se lo recomiendo a todo aquel que desee tener una visión más global y menos localista del mundo del vino.

¿A quién invitarías a un vino? (personaje histórico, público o de tu entorno)
Lo he pensado muchas veces y creo que el elegido sería Jesucristo. En el Nuevo Testamento el vino tiene un papel protagonista en muchos pasajes, por ejemplo en las Bodas de Caná y desde luego en la Última Cena. Jesucristo me parece un personaje que trasciende más allá de la fe y las creencias, representando el eje cardinal de nuestra actual civilización occidental y de nuestros valores. Seguro que su conversación daría para más de un vino.

¿Con quién crees que tienes un vino pendiente?
No tengo ninguna duda. Siempre tengo un vino pendiente con Natalia, mi apoyo y mi refugio. Ella es quien más padece mi afición por el mundo del vino, gracias a ella he podido destinar tiempo a catas y visitas. Aún a pesar de que no lo reconoce, sabe catar francamente bien. También sé que elegiría un Chardonnay fermentado en barrica y puestos a elegir lo tomaríamos en una terraza en el Pirineo.

¿Cuál crees que es la cualidad esencial que se debe tener para catar un vino?
Las mismas que para la vida diaria. Se debe ser objetivo, sincero, honesto y por encima de todo, respetuoso con el trabajo de los demás. Hay mucho esfuerzo detrás de cada botella y no soporto escuchar un comentario despectivo acerca de un vino. Nadie quiere poner en el mercado un vino de escasa calidad, seguro que todo el mundo intenta hacer las cosas bien, aunque en ocasiones no se consiga alcanzar el objetivo perseguido. A veces se producen errores, accidentes y en último extremo están los gustos particulares de cada uno, pero ante todo debe haber respeto.

Catar, evaluar o beber vino ¿es lo mismo?
Por supuesto que no, las diferencias son notables. Para catar y evaluar se requiere una formación previa, sin embargo, disfrutar tomando una copa de vino está al alcance de cualquiera. A mí me gusta más la cata que yo califico de “romántica”, con sus aromas descriptores, los recuerdos olfativos, las sensaciones táctiles y las evocaciones individuales de cada uno. En los paneles de cata donde los vinos deben ser evaluados y puntuados no hay opción de hacer eso, su análisis es más sistemático y en ocasiones algo apresurado. Como cualquier ser vivo, el vino merece algo de tiempo para ser comprendido.

¿Recuerdas el mejor vino que hayas probado?
Cada vino tiene su momento, su entorno, sus sensaciones y sus factores intangibles. Cuántas veces un vino catado en el viñedo o en la bodega nos colma de satisfacción y más tarde en casa no alcanza ese nivel. Al margen de todo ello, nunca podré olvidar la primera vez que caté un vino de Jerez, porque son algo completamente diferente a todo lo demás.
 
¿Y el peor?
Dejando a un lado alguno claramente decepcionante, en realidad todos los vinos tienen más virtudes que defectos. Otro asunto diferente es si un determinado vino cumple las expectativas y si proporciona una satisfacción acorde a su precio. Y como he dicho, en último extremo están los gustos particulares de cada uno.

¿Cuál es tu sueño (futuro) relacionado con el vino?
Digamos que ese sueño tiene dos partes y la primera de ellas en cierto modo ya se ha cumplido. Me gustaría viajar, conocer zonas vitivinícolas y escribir sobre ello vinculándolo con la historia, la geografía, la gastronomía, el paisaje y las personas. Incluso presentar un programa de televisión con todas esas experiencias de enoturismo, de manera que me permitiera obtener los suficientes ingresos como para vivir de ello. Esto último sería la segunda parte del sueño que todavía está por cumplirse…

¿Qué significa para ti pertenecer a Winefrikis?
A decir verdad, no conozco un grupo más heterogéneo de aficionados al estudio del vino. Cada uno tenemos nuestro trabajo -la mayoría ajenos al mundo enológico- pero en menos de dos años hemos conseguido llegar a ser un referente en nuestra ciudad para aquellos elaboradores o distribuidores que quieren salirse de la dictadura de los cauces comerciales instaurados. Tenemos la ventaja de poder expresar nuestras opiniones con absoluta sinceridad porque carecemos de interés comercial alguno. Honestidad en nuestros comentarios, máximo respeto por el elaborador y un nivel de cata cada vez más autoexigente. Esas son nuestras prioridades. Por supuesto, luego está el lado humano, porque siempre es reconfortante descubrir que hay más personas tan locas como uno mismo. Definitivamente, no es bueno que el winefriki esté sólo…