jueves, 31 de octubre de 2019

> Georgia: la cuna del vino




En el momento de recibir el email, nos pareció una idea excelente asistir al Seminario de Vinos de Georgia que nos propuso Grape Bebop. Sin embargo, conforme se acercaba el día, empezaron a asaltarnos las dudas. Toda una mañana de domingo encerrados, catando vinos a los que no estábamos acostumbrados, que a lo mejor no llegaban a satisfacer nuestras expectativas, por no hablar de las opiniones de amigos y familiares acerca del tema. No obstante, a pesar de nuestras luchas internas, acudimos puntualmente ese domingo a las nueve de la madrugada a Sympósion, preciosa e imprescindible sala de catas y de formación para quien esté interesado en profundizar en el mundo del vino en la capital aragonesa.


Fachada de Sympósion

Llevamos desde el año 2013 escribiendo acerca del vino y sin embargo no le habíamos dedicado ni una sola línea a sus orígenes y nos sentíamos en deuda con nuestros antepasados. A pesar de haber narrado leyendas medievales y de haber recordado el trabajo de generaciones anteriores, teníamos la necesidad de viajar mucho más atrás en el tiempo -miles de años hacia atrás- y una aproximación a las técnicas más tradicionales de elaboración de los vinos de Georgia se convirtió de repente en una obligación moral para nosotros, Y todavía con más motivo cuando supimos que la UNESCO había catalogado hace años como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad dichas técnicas tradicionales georgianas tal y como se puede comprobar en este interesante vídeo.


Bibliografía

En la actualidad no hay ninguna duda entre la comunidad científica acerca del lugar donde se elaboró vino por primera vez. Numerosos hallazgos arqueológicos y análisis químicos sitúan este hecho en las tierras que en la actualidad corresponden a Georgia, a lo que hay que añadir las ancestrales técnicas de vinificación que durante siglos llevan practicando los bodegueros georgianos y a las cuales no parecen estar dispuestos a renunciar. El uso de las famosas vasijas de arcilla enterradas -conocidas como kvevris- tanto para fermentar como para conservar el vino, supone la seña de identidad por antonomasia de la elaboración del vino en Georgia. Ni las múltiples invasiones sufridas, ni los años de hierro en que Georgia formó parte de la Unión Soviética, ni los repetidos arrancamientos de viñedo a los que los georgianos se han visto obligados en numerosas ocasiones a lo largo de su historia por motivos diversos -religiosos, políticos, económicos- han conseguido hacerles abandonar sus costumbres. 


Mapa de Georgia

Georgia es un rectángulo verde de un tamaño similar al Valle del Ebro, delimitado por dos cordilleras -el Cáucaso Mayor al norte y el Cáucaso Menor al sur- que le protegen de los fríos vientos continentales septentrionales así como de las masas de aire cálido de Oriente Medio. La indudable influencia de dos grandes masas de agua -el Mar Negro al oeste y el Mar Caspio al este- dividen climatológicamente el país en dos zonas, más húmeda y con temperaturas más suaves la occidental, más seca y con mayor amplitud térmica la oriental. En esta última, particularmente en las regiones de Kakheti y Kartli, es donde está más extendido el cultivo de la vid. 



Georgia cuenta nada menos que con 468 variedades autóctonas de uva documentadas mediante análisis genéticos. Muchas de ellas se encuentran al borde de la extinción, a pesar de los esfuerzos implementados por la administración georgiana aprovechando el creciente interés internacional que en los últimos años se está desarrollando por sus vinos. Rkatsiteli -variedad blanca de raspón rojizo con alto poder de lignificación ideal para vinificación en kvevri- y Kakhuri Mtsvane son las variedades blancas más utilizadas. Kisi y Chinuri son dos variedades blancas menos habituales pero igualmente interesantes para ser vinificadas por métodos tradicionales. La tinta más extendida es la Saperavi -una variedad poderosa de pulpa coloreada que permite vinificación tradicional y al estilo europeo- seguida muy de lejos por su antítesis -la Tavkveri- femenina, sutil y de hollejo fino.


Kvevri

En general todas ellas son variedades un tanto neutras y poco expresivas, de modo que comprendiendo esta premisa, adquiere pleno sentido la técnica tradicional georgiana de fermentación en kvevri, en búsqueda del predominio de esos aromas de crianza tan interesantes, aunque por el camino se pierdan los aromas varietales de cada cepaje. Porque si hay un protagonista indiscutible en la extensa historia del vino de Georgia, este es sin duda el kvevri. El proceso de la fabricación de los kvevris es lento, artesanal, meticuloso y único, comenzando por la elección de la arcilla más adecuada, pasando por la habilidad del artesano y terminando por los imprescindibles procesos de cocción, encalado exterior y recubrimiento interior con cera de abeja. Un kvevri bien hecho es simplemente eterno y a ese reto se enfrenta cada uno de los escasos fabricantes de kvevris que hay en Georgia. Se construyen por encargo y su capacidad varía desde los 300 hasta los 3000 litros en los kvevris destinados a vinificación. No hay consenso entre los científicos acerca de si el material del que está hecho el kvevri realiza algún tipo de intercambio con el vino que contiene, no obstante sí parece haber un criterio extendido y bien documentado en cuanto a los procesos hidrodinámicos que ocurren en su interior. La forma puntiaguda de la base del kvevri permite que en ella se depositen las pepitas,  las cuales se ven recubiertas por las lías gruesas que hacen de separación entre aquellas y las lías finas. La forma del kvevri favorece ciertas corrientes convectivas que en última instancia son los mecanismos que remueven el vino. La ubicación de los kvevris es la más importante decisión a la que debe hacer frente cualquier elaborador a la hora de construir su bodega o marani, en georgiano, ya que los kvevris deben ser enterrados a suficiente distancia entre uno y otro para evitar que las elevadas temperaturas que se alcanzan durante la fermentación interfieran en los recipientes más próximos. 


Interior de un marani tradicional georgiano

La elaboración tradicional georgiana comienza con la introducción en el kvevri de las uvas pisadas en lagares de madera acompañadas de la totalidad de su raspón. En la actualidad, los productores utilizan despalilladoras que les permiten elegir la cantidad de raspón a incorporar, en función de la variedad de uva y del tipo de vino que se decida elaborar. No es habitual el empleo de levaduras seleccionadas, las autóctonas suelen ser suficientes para desencadenar la fermentación, durante la cual el elaborador se enfrenta a la exigencia de controlar la temperatura, lo cual en un recipiente enterrado y sin camisas de frío solamente puede realizarse mediante bazuqueos durante día y noche. Una vez finalizadas la fermentación alcohólica y la transformación maloláctica, el kvevri se sella con una tapa de piedra o madera cubierta de tierra o arcilla, sustituidas por cristal o plástico en la actualidad. La maceración se prolonga durante un tiempo variable a criterio del elaborador, aunque en raras ocasiones excede los 6 meses. No siempre se realiza con la totalidad de los hollejos, cada vez está más extendida la práctica de transferir el vino limpio con una parte de las pieles a otro kvevri, a depósitos de inoxidable o incluso a barricas de roble para realizar la crianza. La mayoría de las bodegas carecen de una infraestructura de almacenaje para conservar adecuadamente las botellas terminadas y posibilitar un mínimo redondeo. Tan sólo la famosa bodega reconstruida del Monasterio de Alaverdi dispone de botellero para realizar crianza en botella, algo que indudablemente tiene repercusión en el precio.


Los vinos protagonistas, en orden de cata

En los últimos años, muchos productores occidentales han intentado emular la técnica de fermentación y crianza en recipientes de arcilla, no siempre con éxito. En la actualidad el mercado de los vinos naturales, mínimamente intervenidos, elaborados en materiales alternativos y siguiendo técnicas ancestrales de vinificación se encuentra claramente al alza. Sin embargo, los vinos georgianos elaborados mediante el proceso tradicional de fermentación en kvevri son únicos en el mundo. Y hablamos particularmente de los blancos con prolongado contacto con pieles, verdadero referente a nivel internacional, erróneamente denominados como "vinos naranjas", cuando en realidad son vinos dorados o ambarinos.

Detallaremos a continuación nuestras notas de cata de los 12 vinos de Georgia que tuvimos oportunidad de catar durante el seminario impartido por Grape Bebop.

Pasen y disfruten, queridos lectores...


PHESANT´S TEARS POLIFONIA 2018
Probablemente el vino más extraño y transgresor que hayamos catado nunca. Su autor es John Wurdeman, un pintor bohemio norteamericano que decidió crear su propia bodega tras contraer matrimonio con una georgiana. Elaborado con las uvas procedentes de un solo viñedo de 0,5 hectáreas en el que hay plantadas 417 variedades autóctonas tintas y blancas, realiza cofermentación de todas ellas en kvevri con 6 meses de maceración. Rojo cereza con ribete violáceo. Marcada acidez volátil, recuerdos fermentativos de sidra y cenizas. Vino natural, rústico, astringente y casi violento. Un primitivo vino georgiano. Absténganse paladares sensibles y catadores no iniciados.



GIUAANI MANAVI KAKHURI MTSVANE 2016
100% Kakhuri Mtsvane. Variedad blanca bastante productiva de vigor medio. Origen: Manavi (Kakheti)
Elaborado siguiendo el estilo europeo, bastante tecnificado (nieve carbónica, depósito de acero inoxidable, equipo de frío). Amarillo pálido de capa media. Predominio de frutas de pepita en nariz, sobre todo manzana roja. Poco sorprendente.



MARANI MILORAULI KAKHURI MTSVANE 2017
100% Kakhuri Mtsvane. Origen: Manavi (Kakheti). 6000 botellas anuales. Elaboración tradicional en kvevri con posterior trasiego a inoxidable. Dorado de capa alta, algo inexpresivo en nariz. Fruta muy madura, casi en compota, orejones. Ligera astringencia y amargor. Boca plena. Alma de tinto. Muy gastronómico.


Andro Barnovi en su marani

WINE ARTISANS CHATEAU CHINURI 2017
100% Chinuri. Bodega propiedad de Andro Barnovi, figura política que ocupó los cargos de viceministro de defensa y jefe de gabinete de presidencia de Georgia antes de dedicarse a elaborar vino. 
Origen: Kartli. Elaboración tradicional durante 8 meses en kvevri incorporando un 11% de pieles, con posterior permanencia en inoxidable durante 12 meses. Dorado de capa alta, ligeramente opalescente. Algo delgado en boca. Gana expresividad con la oxigenación. Interesante.




MARANULI KISI 2017
100% Kisi. Origen: Kakheti
Elaboración tradicional en kvevri durante 6 meses incorporando la totalidad de las pieles. Amarillo dorado, limpio y brillante. Parece un vino dulce en nariz. Cáscara de mandarina, pomelo, mieles y cera de abeja. Muy amable en boca, aunque ligeramente cálido.

CHUBINI WINE CELLAR RKATSITELI 2017
100% Rkatsiteli. Origen: Kakheti
Elaboración tradicional en kvevri. Amarillo dorado de capa alta. Frutas en mermelada, dulce de membrillo. Sensacionales aromas de evolución. Impresionante en boca. Muy completo y equilibrado. Nuestro preferido.

SATRAPEZO 10 KVEVRI RKATSITELI 2015
100% Rkatsiteli. Origen: Shilda (Kakheti)
Elaboración tradicional en kvevri durante 25 días con posterior crianza en barrica de roble durante 10 meses. Amarillo dorado pálido. Ataque reductivo. Recuerdos de caramelo de café con leche y ebanistería muy marcada. Bien elaborado, poco varietal y nada identitario de Georgia. Europeo e internacional. Correcto.




ALAVERDI SINCE 1011 RKATSITELI 2013
100% Rkatsiteli. Origen: Kakheti. 
Elaborado en la bodega anexa al Monasterio de Alaverdi. Sigue siendo empleado por los monjes durante sus ceremonias. No admiten visitas turísticas ni realizan distribución alguna, sólo puede ser adquirido en el propio monasterio. Elaboración tradicional en kvevri con posterior envejecimiento en botella, en realidad es una de las pocas bodegas que lo realizan en Georgia. Precioso color bronce. Espectacular en nariz y en boca. Recuerdos a fruta desecada, a trufa blanca (Tuber magnatum) y miles de cosas más. Astringencia media. Si fuera dulce, podría recordar a algún vino con podredumbre noble (Tokaji, por ejemplo).


GOTSA TAVKVERI 2016
100% Tavkveri. Origen: Kartli. Variedad de uva tinta de sexo femenino (sus flores no son hermafroditas), de modo que necesitan ser polinizadas por otras variedades. Sus bayas son de piel fina y suelen utilizarse para la elaboración de rosados. Incluso vinificada en kvevri para elaborar tintos -particularmente si se sigue el estilo de Imereti con breve contacto con los hollejos- produce unos vinos de capa media-baja, sanguíneos, con aromas fermentativos y terrosos, muy ligeros y de elevada acidez. Muy alejado de nuestros gustos.


Tres monovarietales de Saperavi

BADAGONI MUKUZANI SAPERAVI 2016
100% Saperavi. Origen: Mukuzani (Kakheti). Variedad de uva tintorera con pulpa coloreada. Elaborado al estilo europeo en inoxidable con posterior crianza en barrica durante 8-12 meses. Picota de capa media con ribete granate. Fruta roja y negra con recuerdos de caramelo y toffee. Muy interesante y bien elaborado. Carece del carácter georgiano de los otros tintos elaborados en kvevri. 

MARANI MILORAULI SAPERAVI 2017
100% Saperavi. Origen: Napareuli (Kakheti)
Elaboración tradicional en kvevri con posterior permanencia en inoxidable. Cereza de capa media con ribete rubí. Frutas rojas y especias. Marcada acidez y algún recuerdo vegetativo de verdor. Astringencia contenida. Indudable carácter georgiano. Complicado.

ORGO SAPERAVI OLD VINEYARDS 2017
100% Saperavi. Origen: Kurdgelauri y Tsinandali (Kakheti)
Elaboración tradicional en kvevri con posterior permanencia en inoxidable. Cereza de capa media-alta con ribete rubí. Frutas rojas y especias. Astringencia notable. Curioso.


Ponemos punto y final a esta nuestra primera, compleja y atormentada aproximación a los vinos de Georgia. Tal vez no tengamos nunca más la ocasión de volver catar ninguno de ellos, pero concluimos esta entrada con la satisfacción de haber saldado una deuda con el pasado, con la historia y con los orígenes del vino.

NOTA: Para la redacción del presente artículo nos hemos ayudado de la información proporcionada por Grape Bebop durante nuestra asistencia al seminario, así como de algunas imágenes compartidas en redes sociales por alguno de los asistentes, en particular imágenes de ciertas etiquetas, imprescindibles en nuestra opinión para documentar adecuadamente los vinos catados. Nuestro más sincero agradecimiento para todos ellos.


jueves, 24 de octubre de 2019

> Notas de cata: Conde D´Ervideira Vinho da Água 2016




Todos hemos leído o escuchado en alguna ocasión noticias acerca de unas ánforas de vino halladas entre los restos sumergidos de barcos hundidos, ánforas intactas que han resistido el paso del tiempo y que llevan siglos esperando que algún submarinista las encuentre. El destino del contenido de dichos recipientes nunca trasciende y mucho menos los resultados de sus análisis, si es que se realizan, pero la historia se repite cada ciertos meses -independientemente de si el barco naufragado fue una galera romana o un galeón español del siglo XVI- y por supuesto nunca falta la información acerca del excelente estado de conservación de ese ancestral vino.


Vinos Crusoe Treasure. Fuente: underwaterwine.com

Con la intención de emular esta conservación en las oscuras profundidades del océano, algunos románticos -por no decir enajenados- han emprendido el camino de la crianza submarina, unos con mayor éxito que otros, pero todos ellos con idéntica pasión y desbordante voluntad. No hay un criterio homogéneo en cuanto a cuáles son los factores con más incidencia en dicha crianza -la temperatura, la salinidad, las corrientes, la presión- lo que parece estar claro es que influye considerablemente y acelera la evolución del vino. En España la empresa más aventajada en esta materia es Crusoe Treasure radicada en la vizcaína Bahía de Plentzia con diez años de experiencia a sus espaldas, tal y como adelantamos hace un tiempo en un artículo anterior. En la actualidad comercializa tres vinos y ofrece curiosas experiencias de enoturismo así como catas comparadas de sus vinos submarinos con vinos hermanos criados en bodega en tierra firme. Existen iniciativas similares en Croacia, Italia, Chile y California, todas ellas realizando crianza submarina de botellas de vino.



La primera información de la existencia de un vino con crianza subacuática -no submarina- en agua dulce nos la proporcionó Luis Dias en el transcurso de uno de esos encuentros distendidos en Wine Not?, de manera que cuando nos invitó a catar posiblemente la única botella disponible en Zaragoza del tinto Conde D´Ervideira Vinho da Água 2016 no dudamos ni un instante en aceptar. Elaborado con el tradicional estilo alentejano de ensamblar numerosas variedades de uva -en este caso Touriga Nacional, Aragonez, Alicante Bouschet y Cabernet Sauvignon- realiza posterior crianza durante 8 meses en barricas de roble francés y maduración subacuática a treinta metros de profundidad sumergido en las aguas del Lago de Alqueva. Dicho lago artificial -el más grande de Europa- fue construido en el año 2002 tras el represamiento del río Guadiana, en principio con la finalidad de mejorar los regadíos de la zona, aunque con el paso de los años se ha convertido en un punto de interés turístico y para los aficionados a la práctica de los deportes acuáticos en la región del Alentejo.



El Conde D´Ervideira Vinho da Água 2016 se comercializa con una elegante presentación en estuche cilíndrico que contiene una botella bordelesa de buena calidad. Etiqueta y contraetiqueta de papel seda de generosas dimensiones y con abundante información. Cierre de lacre y excelente corcho natural. Visualmente se mostró de un rojo picota de capa media-alta con ribete granate, limpio y brillante. Ligeramente cerrado de inicio, le costó desperezarse en fase olfativa. Tras un prolongado periodo de oxigenación en copa al fin desplegó todo su poderío en nariz, con notable presencia de las hierbas aromáticas (tomillo, romero) y mentolados, sobre unas frutas rojas en compota que por momentos se tornaron en negras (arándano, cassis) con un elegante acompañamiento de la barrica de tostado medio que nos transmitió recuerdos de chocolate con leche y cacao en polvo. En boca  resultó de una redondez impecable. Un saludo ligeramente dulce en la punta de la lengua dio lugar a un paso intermedio franco y con buen equilibrio entre acidez y alcohol, para terminar con un postgusto también de media duración sin amargores ni defectos, con regreso a las mermeladas de frutos rojos acompañadas de especias dulces.

Una excelente oportunidad para catar un vino exclusivo que sorprende especialmente por su equilibrio en boca y aún más si tenemos en cuenta que al menos dos de las variedades de uva que incorpora -Alicante Bouschet y Cabernet Sauvignon- son castas poderosas y de hollejo grueso, con astringencia no precisamente fácil de domar a menos que se les someta a largas crianzas en barrica. Podría decirse que en esta ocasión la crianza subacuática ha conseguido transformar a los fieros leones en mimosos y ronroneantes gatitos.

Para que luego digan que a los felinos no les gusta el agua...



miércoles, 2 de octubre de 2019

> Jules Wine, detective privado




La visita sin cita previa no cogió por sorpresa a Jules, apenas nada le podía sorprender después de tantos años trabajando como investigador privado.

Por su despacho habían pasado clientes de todo tipo, desde esposas que sospechaban de la infidelidad de su marido hasta empresarios que no terminaban de creerse las bajas médicas de algún empleado. De manera que cuando aquel elegante desconocido de ojos azules y pelo blanco tomó asiento frente a su mesa, Jules se acomodó en su silla y se preparó para escucharle. El desconocido comenzó pidiéndole mantener en secreto su identidad y continuó explicando que era un coleccionista de vinos, pero no de vinos comerciales, sino de vinos raros, de esos que sólo se encuentran en bodegas antiguas y que nunca salieron a la venta. En realidad no podía decirse que fuera un especulador porque los vinos de su colección nunca salían de su casa, se cataban y disfrutaban en la intimidad, sin ostentación alguna, casi de un modo pecaminoso y egoísta.

- Soy un adorador de vinos y tengo un trabajo para usted, señor Wine -le dijo el desconocido mientras se cruzaba de piernas. Jules entornó los ojos intentando evaluar al extraño personaje a la vez que calculaba cuánto tiempo le iba a robar semejante encargo. Necesito que consiga un vino para mi colección y tenga la seguridad de que sabré recompensarle -añadió el desconocido con cierto engreimiento a la vez que retiraba una invisible mota de polvo de la solapa de su traje. La mandíbula de Jules se relajó imperceptiblemente, al parecer el trabajo iba a ser pan comido. Un par de llamadas, dos o tres páginas web especializadas en vinos, en unos días la botella entregada y la minuta abonada. Coser y cantar, vamos...

- No hay problema. ¿De qué vino se trata? -preguntó Jules, seguro de sí mismo como pocas veces.  
- Ahí radica la dificultad de su trabajo y por eso seré inmensamente generoso. El vino que deseo que consiga, probablemente no existe -respondió con sarcasmo el misterioso visitante. 



El nítido recuerdo de la conversación con aquel extraño daba vueltas por la mente de Jules mientras caminaba resoplando por las estrechas calles del centro de Sanlúcar de Barrameda bajo un sol abrasador. Llevaba días recorriendo tierras gaditanas, visitando las principales bodegas elaboradoras del Marco de Jerez, catando vinos deliciosos, pero ninguno terminaba de ajustarse a las características de lo buscado por su cliente. Las exigencias impuestas por el adorador de vinos habían quedado muy claras y Jules no podía dejar de pensar en la mirada seria, casi dictatorial, de aquellos ojos azules. Debía ser un vino único, nunca comercializado, probablemente todavía en el interior de una bota olvidada en un rincón de una bodega pequeña, desconocida y familiar. Tenía que ser una rareza, una joya al alcance de nadie, fruto de un trabajo impecable y capaz de resistir el paso del tiempo. Naturalmente que las bodegas de renombre lanzaban al mercado cada año ediciones limitadas y exclusivas, pero aquel hombre tan inquietante no iba a conformarse con algo que se podía adquirir fácilmente y lo había dejado bien claro.

- No intente engañarme -había advertido días antes el desconocido desde la puerta del despacho de Jules con un dedo acusador apuntando al cielo. Si mi deseo fuera conseguir un vino caro, lo pagaría gustoso y no estaría aquí perdiendo el tiempo hablando con usted -añadió con soberbia. Soy un enfermo, tengo una adicción sin cura ni tratamiento y no estoy dispuesto a conformarme con cualquier cosa -zanjó el desconocido y abandonó la sala sin darle tiempo al detective para poder replicarle.



De manera que allí estaba un desesperado Jules, buscando el fresco interior de las tabernas que rodean el Castillo de Santiago un sofocante mediodía de principios del mes de Septiembre, ansioso por conseguir algún avance mientras deglutía manzanilla, raciones de mojama y alguna "papa aliñá". En realidad estaba a punto de arrojar la toalla, efectuar una simple llamada de teléfono a su cliente y olvidar el asunto. Dejaría de ganar algún dinero, pero tampoco lo necesitaba. Lo verdaderamente doloroso era asumir el fracaso, porque lo malo de perder es la cara que se le queda a uno. Ya le parecía estar escuchando las carcajadas de su cliente al confesarle que no había sido capaz de hacer el trabajo y esa estocada traicionera en el orgullo herido le hizo daño de verdad. 



Llamó al camarero para ordenar una última copa de manzanilla -porque pedir otra bebida en Sanlúcar es poco menos que un insulto- pero en esa fase autodestructiva por la que todos hemos pasado alguna vez en momentos de zozobra, Jules cambió en el último instante de decisión y le dijo al camarero que le sirviera un amontillado. Sorprendido el muchacho por una petición tan inusual, le hizo un gesto con la cabeza a la vez que se llevaba el índice a los labios en un claro signo de discreción.

- El señor sabe de sobra lo que es bueno -dijo el camarero en un susurro y le sirvió una copa de una botella sin etiqueta que sacó del último rincón de la cámara frigorífica. Jules observó aquel vino color oro viejo con tonos caoba y lo acercó a su nariz. De inmediato le envolvieron los aromas a nueces y orejones, los recuerdos a mueble antiguo y a cáscara de naranja escarchada. Tomó un pequeño sorbo y lo mantuvo unos segundos antes de tragarlo para descubrir un equilibrio perfecto entre el velo de flor y la bota de roble. Poesía hecha vino tras décadas de crianza oxidativa en alguna oscura bodega. 

- ¿Dónde puedo conseguir esta maravilla? -preguntó Jules titubeante al camarero, apenas con un hilo de voz, consciente de haber encontrado el Grial que perseguía.
- Nos lo regala un señor mayor con el que mi jefe tiene amistad. Su local está aquí a la vuelta de la esquina, pero no suele venderlo a nadie -afirmó el camarero mientras se alejaba para atender a otro parroquiano.



Un ligero mareo asaltó a Jules al levantarse de la mesa, en parte por las generosas dosis de manzanilla previamente ingeridas, pero sin duda agudizado por la posibilidad real y palpable de llevar a buen puerto el encargo recibido. No tardó en encontrar el despacho de vinos Las Palomas en la cercana Plaza de Abastos. Bastante más le costó convencer al propietario para que le vendiera un par de botellas de aquel elixir. El aspecto agotado y jadeante de Jules al traspasar el umbral ayudó un poco a ablandar al propietario.

- Mire usted, amable señor -comenzó el detective tragando a duras penas saliva. Mi prestigio y profesionalidad dependen de su vino y de su buena voluntad. No me haga preguntas pero... ¡necesito que me venda al menos una botella de su amontillado!

Sin darse cuenta Jules había levantado innecesariamente la voz y apoyado con ambas manos en el mostrador, hablaba casi con violencia escupiendo las palabras. Tras unos segundos de silencio, en los que sólo se escuchaba la voz rasgada de Camarón proveniente de un viejo transistor a pilas, el asustado encargado del despacho de vinos giró sobre sus talones, cogió una botella vacía de un estante y se dirigió a la trastienda. Un emocionado Jules le siguió hasta la penumbra y observó extasiado la nube de polvo que se levantó al retirar un saco de arpillera que ocultaba una bota oscura como la noche, medio escondida en un rincón entre trastos y mangueras. El hombre abrió el grifo y de nuevo Jules percibió esos aromas de ensueño mientras se llenaba la botella. Sin mediar palabra aquel hombre tapó la botella, se la entregó al detective y extendió la mano para recibir su dinero.




La sonrisa de Jules no se borraba de su cara durante el viaje de regreso. En el interior de su maleta, convenientemente envuelta y protegida por varias prendas de ropa, llevaba la garantía del éxito cosechado. Contaba las horas que faltaban para su cita con el adorador de vinos, aquel tipo estirado que se había atrevido a poner en duda el buen hacer de un bregado investigador privado como Jules. Al día siguiente, se encontraron ambos de nuevo cara a cara en el despacho del detective. Entre los dos, sobre la mesa, esperaban la ansiada botella de vino y dos copas vacías. El extraño personaje del pelo blanco se sirvió una copa y dejó de nuevo la botella sobre la mesa, ignorando deliberadamente la copa de Jules, en un claro gesto de desprecio. Envalentonado por su éxito, el detective se sirvió una generosa cantidad de vino en su copa, la acercó a su nariz y cerró los ojos. Tras varios minutos de silencio, el adorador de vinos se levantó de su silla, se ajustó el nudo de la corbata, cogió la botella y dio dos pasos hacia la puerta. Como la vez anterior, repitió el gesto teatral de girarse hacia Jules antes de marcharse y desde la distancia habló con su elegante voz.

- Enhorabuena por su trabajo, señor Wine -murmuró a duras penas. Como le dije, sabré recompensarle. Soy un escritor de prestigio y le garantizo que usted será el protagonista de mi próxima novela. Espero que con ello quede sellada definitivamente nuestra relación profesional.
- No esperaba menos de alguien como usted. Ambos somos unos caballeros -zanjó Jules incorporándose de su asiento mientras apuraba la copa de vino.
- Un pacto entre caballeros, me recuerda a una canción -meditó el misterioso visitante.
- Yo he cumplido mi parte, ahora le toca a usted corresponder -dijo el detective, acercándose a su cliente.
- No lo dude, señor Wine. Quedará plenamente satisfecho -respondió el extraño adorador de vinos despidiéndose de Jules con un  firme apretón de manos.



Varios meses más tarde, Jules se encontraba de nuevo en su despacho, rodeado por el habitual desorden de papeles sobre su mesa cuando sonó el estridente timbre de la puerta y el sobresalto le hizo derramar la copa de vino que tenía a su lado sobre unos informes. Se levantó mascullando improperios, abrió la puerta con desagrado y se encontró con la cara aburrida de un mensajero.

- ¿Es usted el señor Jules Wine? -preguntó el mensajero con hastío.
- Depende de para qué -fue la agria contestación del detective.
- Traigo un paquete para usted. Firme abajo y es suyo -y se marchó a toda velocidad sin dar tiempo a que Jules le respondiera.

El envoltorio del paquete no proporcionaba información alguna. Un papel recio envolvía un objeto rectangular, sin remitente ni nada por el estilo. Jules sacó un cortaplumas del primer cajón de su mesa y con cautela, por si detrás del envío se hallaba un marido despechado deseoso de jugarle una mala pasada, rasgó delicadamente uno tras otro los laterales del paquete. Extrajo suavemente el objeto y de inmediato supo que aquel elegante extraño adorador de vinos había cumplido su palabra. No pudo reprimir una sonrisa al comenzar a leer el primer capítulo:

"La visita sin cita previa no cogió por sorpresa a Jules, apenas nada le podía sorprender después de tantos años trabajando como investigador privado..."