jueves, 27 de septiembre de 2018

> Cosas veredes, amigo lector...




En la España de las dehesas y los latifundios, en esas grandes extensiones donde el cereal es el cultivo mayoritario, las variedades de uva que se cultivan poco o nada tienen que ver con los viñedos más septentrionales. 

La Pardina, también denominada Albillo en Castilla y León, cepaje similar a la Airén extensamente cultivada en Castilla-La Mancha, es una variedad blanca muy aromática, productiva y de maduración temprana. Debido a su elevado contenido en glicerol con ella se elaboran vinos ligeramente alcohólicos, si se llevan las fermentaciones al extremo, o semidulces si el consumo de los azúcares por parte de las levaduras es detenido, tal y como sucede en este caso. La Cayetana, también conocida como Jaén, es asimismo otra casta blanca de elevada productividad muy extendida en Badajoz y Huelva. Aporta aromas neutros y su contenido en azúcares puede considerarse como elevado.

En Valencia del Ventoso (Badajoz) la Sociedad Cooperativa San Isidro elabora el vino que protagoniza la presente entrada y que curiosamente sale al mercado sin añada. Comercializado como IGP Extremadura (hasta hace poco VT. Extremadura) llegó a nuestras manos a modo de obsequio por parte de una buena amiga con raíces en tierras extremeñas. Aproximadamente mitad Pardina y mitad Cayetana, el Rivera Ardila Semidulce es en origen un blanco joven sin crianza, sin embargo la botella que descorchamos presentaba un color amarillo dorado muy intenso que nos hizo sospechar una moderada evolución. Se mostró visualmente limpio y brillante. En nariz reveló un punto reductivo con recuerdo a fósforos, persistente a pesar de una prolongada oxigenación en la copa. Al tiempo desplegó aromas a dulce de membrillo, miel de acacia, cera de abejas, mantequilla, yema tostada e incluso orejones. Entrada dulce en boca, conservando por fortuna una acidez media a la que se le debe atribuir todo el mérito de su supervivencia. Final levemente amargo de duración media. Algo desequilibrado, con un contenido alcohólico analíticamente bajo pero demasiado presente desde el punto de vista organoléptico.



Lejos de ser el resultado perseguido por el elaborador -se sobreentiende que es un vino destinado al consumo inmediato- no deja de sorprendernos gratamente cuál ha sido su evolución en botella. Observando su fase visual nos temimos estar ante un vino plano y carente de matices. Por fortuna no fue así. Ciertamente había perdido todos sus recuerdos frutales originales, ganando protagonismo esos aromas de evolución en botella que tanto nos gustan y que nos han hecho disfrutar en otras ocasiones. Merced a la conservación de esa interesante acidez, el paso por boca no resultó en absoluto pesado y aún se le podría catalogar como sugerente.

La cata de este vino nos ha resultado francamente útil para demostrarnos a nosotros mismos que todo vino, por muchas sospechas e incluso indicios de evolución que tengamos, merece siempre ser catado y analizado objetivamente. Es posible que nos llevemos agradables sorpresas, como ha sido en esta ocasión.

Cosas veredes, amigo lector, que farán fablar las piedras...



NOTA: La frase de cierre que también da título al presente artículo, se ha atribuido tradicionalmente al personaje de Don Quijote, aunque al parecer Cervantes nunca la llegó a escribir en su obra. Sí aparece una frase similar en el Romancero del Cid, la cual adaptada y modificada con el paso de los años ha llegado así hasta nuestros días. Tanto nos da, porque lo verdaderamente interesante es el significado de la misma, lo demás son disquisiciones literarias que tal vez deban ser tratadas en otro lugar.

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