Un idilio prolongado
Como
dos amantes destinados a encontrarse una y otra vez a lo largo de la vida, del
mismo modo, rosas y viñedos entrelazan sus destinos. El rosal y la vid
constituyen una sociedad ideal. Comparten características, necesidades y
expresiones.
Ya
en la antigua Persia existía la costumbre de beber los duros y agrestes vinos
de la época mezclados con esencia de rosas para mejorar su sabor. En la mayoría
de los viñedos de todo el mundo, se plantan rosales en las cabeceras de cada
filar de vides. Evidentemente tiene un componente estético, pero también
obedece a una atávica tradición, mitad religiosa y mitad científica.
Hacia
la mitad del siglo XIX se produjo en Borgoña (Francia) el primer brote de una
temible enfermedad de origen fúngico llamada oidio. Este hongo procedente de
Bélgica, amenazó muy seriamente el cultivo y la elaboración de vino a lo largo
y ancho de toda Europa. En aquella época la mayor parte de los viñedos se
encontraban en torno a los monasterios, para asegurar así la producción del
vino de misa. Algunos monjes cistercienses, estudiosos de los suelos y los
cultivos, decidieron por alguna razón desconocida plantar rosales cerca de los
viñedos y descubrieron algo muy curioso. Observaron que algunas enfermedades
que afectaban a los rosales, como el oidio, el mildiu o la araña roja, más
adelante terminaban afectando a las vides. Las rosas se comportaban como
biosensores de las uvas. Permitían anticipar las infecciones y lograr una
detección precoz de las mismas, para poder realizar la aplicación de
tratamientos preventivos. Puede decirse que las rosas eran y son los guardianes
de los viñedos.
En
la actualidad existen múltiples métodos de control en los viñedos, pero aún así
se sigue, tal vez obedeciendo aquel rito ancestral, plantando rosales en los
viñedos. Son numerosísimas las variedades de rosas empleadas y sus nombres no
dejan de teñir de romanticismo el eterno noviazgo entre el rosal y la vid: Pharaon, Mister Lincoln, Víctor Hugo,
Heidelberg, Don Juan, Perle Noir…Pura belleza.
Una elección poco habitual
Todo
comenzó mirando la etiqueta. La imagen de Duquesa
de la Victoria Crianza
2010 de Bodegas Valdelana (Elciego) unifica todos los elementos que
habitualmente no nos gusta ver en la etiqueta de una botella de vino.
Detestamos encontrar objetos, personas y colores llamativos. Suelen atraernos
etiquetas más clásicas, con escudos, rejas, litografías de viñedos o bodegas,
colores dorados, plateados, negros… Justamente lo contrario a la etiqueta de
este vino.
Si
la finalidad de una etiqueta es llamar la atención, definitivamente ésta lo
logró por completo. Lo nuestro fue un flechazo. Y al tacto siguieron las sorpresas:
las letras que conforman el nombre del vino están en relieve y, todavía más en
relieve, la rosa roja que es la seña de identidad de la etiqueta, dando la
sensación de haber sido pintada a mano con un pincel. Un efecto precioso, lleno
de plasticidad.
La
contraetiqueta no aporta notas de cata, lo preferimos así, aunque sí nos
proporciona otros datos de interés como variedades de uva utilizadas en la
elaboración, tiempos de crianza, temperatura recomendada de servicio y
sugerencias de maridaje. La cápsula imita cromáticamente el rojo de la rosa y,
al igual que el corcho, es de una calidad media acorde al precio de la botella.
Finalmente,
un motivo más para la elección del color rojo, es el hecho de que parte de la
producción de Duquesa de la Victoria Crianza
2010 está destinada a la exportación, según nos informó Juan Jesús
Valdelana, enólogo y propietario de Bodegas Valdelana, siendo China uno de sus
principales destinos, y se da la circunstancia de que en aquella cultura milenaria
el color rojo representa la felicidad y la alegría.
El
nombre del vino hace referencia a un personaje histórico, Doña María Jacinta
Martínez de Sicilia y Santa Cruz, Duquesa de la Victoria , esposa del
General Espartero (1793-1879), militar, político y héroe de la Primera Guerra Carlista, y
posteriormente regente durante la minoría de edad de la reina Isabel II. El
General Espartero se retiró a Logroño donde falleció, y en esa ciudad todavía
existe una calle dedicada a su esposa, la Duquesa de la Victoria.
Cata y maridaje
El
color del Duquesa de la Victoria Crianza
2010 es un rojo cardenalicio con ribete teja. Lágrima escasa levemente
pigmentada. En nariz se detectan cueros y algún tostado. Especias y aromas
lácticos. En boca pueden apreciarse taninos amables, nada incómodos. Alcohol y
acidez medias. Postgusto corto, tal ves escaso para un crianza. Gran predominio
de aromas y sabores de la crianza sobre la fruta. Ideal con quesos, legumbres y
embutidos. No tanto con carne y menos aún con pescado. Un Rioja muy clásico de
los de toda la vida y agradable de tomar. Disgustará no obstante a los amantes
de los vinos modernos. Un dato curioso: nos gustó más la segunda mitad de la
botella y particularmente las últimas copas.
Habrá
que esperar a ver cómo evoluciona en botella, aunque la casi total ausencia de
aromas frutales permite aventurar una vida larga. Puede ser que con el paso del
tiempo no gane en atributos, pero es seguro que conservará íntegros los que
tiene.
Conclusiones
Resulta
chocante que una botella con una imagen tan actual dé cobijo a un crianza de
corte tan clásico en todas las fases de la cata. Cabría esperar mayor
notoriedad de la fruta y quizás algo menos de aromas propios de la crianza.
Estamos
ante un vino de plena confianza. Es un vino, podríamos decir, como de la
familia. Con una buena relación calidad/precio, no debe faltar nunca en nuestra
casa. Sin grandes ambiciones es un vino de sobra correcto.
Y
todo por una rosa…
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