martes, 14 de abril de 2020

> COVID-19 (II): crónica de la pandemia en España (14 Mar-14 Abr)


Gran Vía de Zaragoza,  media tarde del sábado 21/03/20

La decisión de decretar el estado de alarma en todo el país sorprendió a muchos españoles con el brazo apoyado en la barra del bar, a pesar de que la voluntad de bloquear la nación había sido adelantada el día anterior, información que empujó a muchos compatriotas -algunos probablemente infectados o incluso ya enfermos- a abandonar sus domicilios habituales ese mismo viernes con destino a sus residencias vacacionales. La siembra generalizada del COVID-19 fue inmediata. El domingo 15 de Marzo se decretó el confinamiento obligatorio en los hogares de la mayor parte de la población, salvo algunas excepciones que al principio no quedaron nada claras y que requirieron correcciones normativas constantes durante los días posteriores. La primera semana de prisión preventiva generalizada fue aceptada por casi todos los españoles como unas vacaciones forzosas, únicamente perturbadas por los inevitables roces fruto de la convivencia y por la presencia de los niños en todas las casas, tras la suspensión de cualquier tipo de actividad educativa. Aquellos que no pudieron acogerse al teletrabajo, se vieron instados a acudir a trabajar, unos obligados por sus empresas y otros -autónomos y pequeños empresarios- acuciados por sus pagos y obligaciones fiscales que el gobierno cruelmente se negó a suavizar, derogar ni fraccionar. De manera inconcebible, en lugar de anular impuestos se prefirió obligar a solicitar créditos para que los ciudadanos siguieran pasando por la taquilla tributaria.



En cada vecindario se organizaron actividades populares desde los balcones -música, yoga, juegos- y las redes sociales se llenaron de acciones solidarias con los confinados. Todos los días puntualmente a las 20 horas, los españoles presos rompían el silencio desde sus ventanas con una cerrada ovación de agradecimiento hacia los sanitarios, las fuerzas y cuerpos de seguridad, los trabajadores de servicios públicos  y en general hacia todos los compatriotas que en una emergencia tan excepcional seguían acudiendo cada mañana a su puesto de trabajo para que el país pudiera seguir funcionando. Al finalizar los aplausos, siempre alguien ponía a todo volumen una antigua canción del Dúo Dinámico y los acordes de "Resistiré" se convirtieron en el himno de esta condena de reclusión. Y reaparecieron con timidez las banderas de España en los balcones, guardadas para las ocasiones más solemnes, pero que no dudamos en desempolvar y exhibir como un amuleto cuando nos vemos en peligro o bajo amenaza global.



Al principio de la segunda semana de confinamiento -no de cuarentena como muchos periodistas afines al poder se empeñaron en calificar a ese arresto domiciliario generalizado- empezaron a ponerse las cosas un poco más feas. El gobierno adelantó que sería necesario prorrogar el estado de alarma al menos durante un mes, el número de infectados y fallecidos -especialmente en Madrid y Cataluña- continuaba creciendo sin freno y se cebaba con saña en las residencias de ancianos, verdaderos agujeros negros de la pandemia, que se convirtieron en algo similar a las antiguas leproserías, sin apoyo institucional alguno y con los materiales de protección más rudimentarios. Más del 65% de los fallecimientos por el COVID-19 se produjeron en este tipo de centros, algunos de cuyos pacientes ni siquiera llegaron a ser trasladados a los hospitales, siguiendo los abyectos protocolos de Sanidad que -priorizando la atención de los enfermos con más probabilidades teóricas de superar la infección- condenó a muerte a toda una generación de españoles. Optimización de recursos o eutanasia selectiva, cada uno es libre de pensar lo que quiera. Tristemente, aquello que no había conseguido una guerra civil, lo logró el estado por orden ministerial setenta años más tarde. Para cuando la Unidad Militar de Emergencias recibió la orden de desinfectar los centros de mayores para algunos de ellos ya era demasiado tarde, llegando a encontrarse con residentes sin cuidados e incluso alguno fallecido, como sucedió en Manresa y en Valladolid.


Sin duda, la pancarta del año


En color las infectadas por coronavirus en la manifestación del 8-M

También se hizo público que varios miembros del gobierno se habían infectado con el coronavirus -la vicepresidenta y varias ministras- así como algunos de sus familiares -concretamente la esposa, la madre y el suegro del presidente- posiblemente en alguno de aquellos actos multitudinarios irresponsablemente autorizados para el domingo 8 de Marzo, fecha en la que sólo en Madrid se congregaron más de 120000 personas en las manifestaciones con motivo del Día de la Mujer Trabajadora y en las que se pudo ver sujetando la pancarta a destacadas integrantes del gobierno, convenientemente protegidas con guantes de nitrilo de color morado tan adecuados para la ocasión. Y todo ello a pesar del curso que a esas alturas llevaba la infección en Italia y de las advertencias de la OMS y de la Unión Europea realizadas desde finales del mes de Enero. No por casualidad las autoridades sanitarias prohibieron el día 3 de Marzo todo tipo de congresos médicos y reuniones científicas. Es decir, se sabía de sobras lo que se nos venía encima, pero se hizo caso omiso, se silenció sin vergüenza alguna y como por arte de magia el lunes 9 de Marzo se cambió de criterio y todo fueron prisas a partir de ese momento.


Montaje del hospital de campaña en IFEMA

De bien nacidos es ser agradecidos...

A finales de  Marzo comenzó a escasear el material imprescindible para que el personal sanitario pudiera realizar su trabajo con eficiencia y seguridad, demostrando la falta de previsión del Ministerio de Sanidad. De no haber sido por el buen hacer de ciertos gobiernos autonómicos y del ejército -que montó y equipó un hospital con capacidad para 5000 enfermos en la Feria de Madrid en poco más de 48 horas- así como por las donaciones recibidas de algunos empresarios -algo que siempre incomoda a la progresía de este país- el asunto hubiera sido mucho peor, a la vista de la nula capacidad de liderazgo del gobierno central, desbordado por los acontecimientos y más pendiente de contentar a sus socios que de atender a sus conciudadanos, presos y recluidos en sus casas, aunque dóciles y mansos merced a la labor apaciguadora de las mayoría de los medios de comunicación, particularmente dos grupos televisivos que rápidamente fueron regados por el gobierno con 15 millones de euros de subvención, a todas luces en pago por los servicios prestados o todavía por prestar.



Las comparecencias del máximo responsable del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias -el mismo que unas semanas atrás afirmó que en España "no pasaríamos, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado" y que había indicios de que la epidemia "comenzaba a remitir"- poco a poco dejaron de tener credibilidad, anunciando cada día mejoras en la dramática situación que nadie terminaba de creerse. Y conste que en ningún momento se puso en tela de juicio su abultado curriculum ni su sobrada preparación profesional, algo que no puede decirse de su dudoso comportamiento -casi de sumisión- ante las directrices políticas del Ministerio de Sanidad, como bien demuestran las hemerotecas. En el seno de la profesión veterinaria, sentó especialmente mal su falta de respuesta cuando se le preguntó en rueda de prensa por qué no se había incorporado a ningún veterinario en el comité de expertos para hacer frente al COVID-19, a diferencia de otros países y teniendo en cuenta la visión global de la salud bajo el concepto One Health, la experiencia de dichos profesionales en la gestión de epidemias previas y sobre todo incidiendo en el hecho de que el origen de la mayoría de los coronavirus fueran los animales silvestres. Sus titubeos soliviantaron a los responsables de la salud animal más incluso que el habitual silencio informativo acerca de las funciones que éstos desempeñan con diligencia, sin las cuales no habría cada día disponibilidad de alimentos en los supermercados y se debería hacer frente a muchas más enfermedades zoonóticas todas las semanas. La cuidadosamente dosificada presencia pública del Ministro de Sanidad ante los medios tampoco ayudó a dar tranquilidad a la población, dubitativo y errático en sus intervenciones, demostró una vez tras otra que su título de licenciado en filosofía y letras no le capacitaba en absoluto para gestionar una emergencia nacional de tal envergadura. 



Para colmo, el primer pedido de pruebas diagnósticas rápidas -realizado por el Ministerio de Sanidad con un lamentable retraso- resultó absolutamente inútil al demostrarse que los tests carecían de la suficiente fiabilidad y hubo que devolverlos al proveedor, demostrando una vez más que las prisas y la falta de previsión son muy malas consejeras para afrontar una crisis. Días más tarde se supo que habiendo empresas en España capaces de fabricar dichos tests, se habían encargado a un intermediario -cuyo nombre nunca llegó a hacerse público, aún a pesar de las reiteradas veces que se le interpeló al ministro a ese respecto- que los había importado del extranjero, atendiendo exclusivamente al precio y no a su fiabilidad. Ese reiterado silencio ministerial consiguió alimentar la sospecha de que alguien se había podido llevar una jugosa comisión de ese intercambio comercial, lo cual ni siquiera fue motivo de escándalo para la mitad de la población española, acostumbrada a décadas de amiguismos, compadreos y mordidas. 



Una nueva rectificación del Ministerio de Sanidad, renunciando tras seis días a su idea inicial de centralizar las compras de material sanitario, permitió al fin que los gobiernos autonómicos pudieran salir al mercado a buscar los trajes de protección, las mascarillas y los respiradores, absolutamente imprescindibles para que el personal sanitario pudiera luchar contra la enfermedad sin necesidad de tener que utilizar bolsas de basura o sacos de abono como delantales protectores. 


Al menos con dos semanas de retraso, se enviaron varios aviones hasta China y Turquía para que recogieran ese material imprescindible para salvar vidas y no fue tarea fácil, en un mercado enloquecido e inflacionista hubo que pagar de más y por adelantado, lo cual no impidió que algún envío se viera retenido en origen, con un Ministerio de Asuntos Exteriores entregado y derrotista, apenas capaz de dar ni siquiera una explicación plausible. No obstante la máxima responsable del negociado de Exteriores, no tuvo inconveniente en conceder una entrevista a la BBC en la que afirmó sin sonrojo alguno que España estaba siguiendo el modelo coreano y que se "estaban realizando tests masivamente". Nunca se supo cuáles, cuántos ni a quién...



En la tercera semana de estado de alarma, viendo que de poco había servido tener retenidos en sus hogares a más del 80% de la población, el gobierno decidió dar una vuelta de tuerca más obligando a la suspensión de todas las actividades que no se consideraran esenciales. Todo el domingo 29 de Marzo estuvo España pendiente de la publicación en el Boletín Oficial del Estado de ese listado de actividades esenciales, el cual no vio la luz hasta el filo de la medianoche. De nuevo una flagrante falta de previsión. Ese lunes muchos españoles se levantaron sin saber si debían acudir a su puesto de trabajo o si iban a ser sancionados por hacerlo. Dudas y más dudas, como siempre. Una nueva rectificación-aclaración-enmienda fue publicada el lunes día 30 y con ella la paralización económica del país puede decirse que fue completa. Sin embargo, en una caprichosa coincidencia dos días más tarde se abrió el plazo para la presentación de la declaración de la renta. Definitivamente nos estaban tomando el pelo a todos los españoles.



Pasará a la historia la comparecencia de la ministra de trabajo el jueves 2 de Abril, dando cuenta del salvaje incremento del número de parados en el mismo día en que se alcanzaba la triste cifra de 10000 fallecidos por el coronavirus en España. El vídeo de sus jocosas explicaciones, risueña y feliz como unas castañuelas, con ese tono de superioridad moral e intelectual, asumiendo que todo aquel que le estaba escuchando era idiota y no iba a ser capaz de comprender una sola de sus palabras, puede visualizarse en este enlace y tan solo deseamos que nunca se olviden sus risas, especialmente por parte de aquellos que se quedaron sin trabajo o sufrieron la pérdida de un ser querido.



Las semanales ruedas de prensa -por llamarlas de alguna manera- del Presidente del Gobierno no sirvieron más que para sembrar el desánimo entre la población. El sectario método de filtrado de las preguntas de los medios de comunicación -a través de un grupo de whatsapp las cuestiones eran enviadas al Secretario de Estado de Comunicación quien daba traslado de las mismas con sospechosa anticipación al presidente para que las respondiera- dio para numerosas situaciones cuando menos curiosas y pondremos varios ejemplos. En una ocasión un total de 16 medios se pusieron de acuerdo para realizar la misma pregunta que por supuesto no fue contestada a ninguno de ellos. Otras veces las cuestiones planteadas por medios de tirada nacional -aunque poco sumisos al Gobierno- se vieron desplazadas por las de emisoras de radio locales o incluso por periódicos extranjeros de ámbito regional. Hartos de prestarse a tal farsa y manipulación, 300 periodistas españoles firmaron un manifiesto en contra de la censura informativa y casi una docena de medios anunciaron que abandonaban las ruedas de prensa.



A la cuarta semana de arresto domiciliario, en el transcurso de una nueva homilía sabatina del Presidente del Gobierno, se anunció la intención de prolongar el estado de alarma -calificado por algunos medios como estado de semiexcepción- hasta finales del mes de Abril, para lo cual volvió a exigir el apoyo de los partidos de la oposición, los mismos a los que reiteradamente llevaba ignorando, despreciando e insultando desde el inicio de la crisis. Clausuradas las cámaras de representación, funcionando bajo mínimos tan solo para convalidar los decretos del gobierno, sin sesiones de control al ejecutivo y sin aceptar ni una sola pregunta, nunca en democracia un Consejo de Ministros había acaparado tanto poder en España. Una nueva polémica se abrió paso en relación al empleo de las mascarillas, desaconsejado por la OMS excepto para los pacientes con síntomas y para el personal sanitario y de asistencia. Sin embargo el ministro de Sanidad animó públicamente a su uso en lugares públicos y su jefe el presidente del gobierno le hizo caso en su visita-publirreportaje a una fábrica de respiradores en Madrid al día siguiente. Lástima que no siguiera las mínimas precauciones necesarias para hacer un buen uso de tal elemento de protección.



Con la justificación de que la población reclusa pudiera autodiagnosticarse y aliviar así de carga de trabajo a los médicos de atención primaria, el gobierno lanzó a primeros de Abril una aplicación móvil y animó a los españoles a instalarla en sus teléfonos. De modo paralelo también se lanzó otra aplicación por parte de la Dirección General de Tráfico con la excusa de agilizar trámites administrativos y "poder llevar el carnet de conducir en el móvil". Aunque en principio se consideraron como unas herramientas interesantes, la exigencia de introducir en ellas datos personales unido al hecho de que a finales de Marzo se hubiera obligado a las compañías operadoras de telefonía a proporcionar la geolocalización de sus usuarios -aparentemente de manera anónima- hizo sospechar que la maniobra perseguía monitorizar a cada español para verificar sus movimientos. La activación de herramientas de inteligencia artificial, interviniendo las conversaciones a través de las redes sociales para evitar la propagación de bulos e informaciones falsas o sin contrastar -siempre según el gobierno y sus satélites informativos- fue la última fase de las decisiones para alcanzar el estado totalitario que George Orwell imaginó en su novela 1984.




Mientras tanto, la población continuaba anestesiada, no sólo por el miedo al COVID-19 sino también por ese estado de apatía que provoca la falta de estímulos y la percepción de una realidad distorsionada. El constante recuento de nuevos fallecidos hacía que cada día el mundo de los españoles fuera cada vez más pequeño. Encerrados en su hogar con su familia la mayoría se sentían seguros e incluso felices en una suerte de síndrome de Estocolmo gubernamental. Una peligrosa salida semanal para comprar, bien protegidos con guantes y mascarillas -la mayoría caseras, porque las compradas por Sanidad que conseguían superar la burocracia de las aduanas se destinaban a los profesionales sanitarios- y rápidamente de regreso a la habitación del pánico, a ver las noticias proporcionadas por las televisiones controladas por el gobierno y a esperar que llegaran las ocho de la tarde para salir a aplaudir al balcón. Rutina de pobres muertos de miedo, cada vez con menos espíritu, cada día más alienados. 




Con tristeza terminamos nuestra cuarta semana de prisión preventiva domiciliaria con dos noticias de las que hielan la sangre a cualquiera. La primera no hizo más que confirmar lo que la mayoría sospechábamos, es decir, que el Gobierno tenía información de la gravedad de la pandemia desde finales de Enero y decidió silenciar dichas advertencias, no sabemos -aunque no es difícil imaginar- por qué turbio motivo. Y la segunda que el recuento oficial había superado los 18000 fallecidos -nosotros sí tenemos respeto por nuestros compatriotas, algo que lamentablemente no pueden decir los medios oficiales que insisten en denominarles con frialdad "muertos"- sin embargo, dicha cifra podría no ser veraz, según se pudo deducir de los datos aportados por las comunidades autónomas. Todo ello sumado a las primeras imágenes publicadas del interior de una de las morgues improvisadas en Madrid, tristes imágenes convenientemente hurtadas a la opinión pública por parte de la prensa oficial, donde la mayor parte de la información diaria versaba sobre el número de curados, las iniciativas vecinales para pasar el día, los actos solidarios y demás expresiones de periodismo hiperprotector, falsario, naíf y flower-power. 


Imagen del Palacio de Hielo de Madrid. Fuente: diario El Mundo

Y en realidad todo tiene su lógica, toda situación caótica tiene un orden aunque no se perciba. Hay preguntas y respuestas, que intentaremos abordar en un próximo artículo que dedicaremos a las teorías de la conspiración y a los oscuros intereses que puede haber detrás de la pandemia del COVID-19.

Más información en un artículo anterior



2 comentarios:

  1. Muy buena narración de esta tragedia que estamos padeciendo. Una sujerencia: ¿Podrías hacer un vídeo con este mismo texto?...

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  2. Texto muy acertado. Lamentablemente no es lo que por los medios afines al Gobierno, esto es, casi todos, se comenta.

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